Es claro desde hace años que al presidente López Obrador no le atrae el mundo, desconfía de él, le parece peligroso. Hace apenas unos años sacó su pasaporte seguramente forzado para no ser criticado en sus campañas.
El presidente no asistirá al G20 en Osaka, Japón. Juntarse con los presidentes de otras naciones relevantes, entre los cuales están las más poderosos, no le parece necesario. El G20 está calificado por expertos como el foro más importante de deliberación política y económica, reúne el 85% del PIB mundial. A López Obrador no le resulta importante asistir ni siquiera darse a conocer, decir algo que se sepa de México en el mundo, hasta denunciar la presión desmesurada y atrabiliaria de Trump (sería un foro estupendo, quizá sería EL foro). Dijo que va a mandar una carta. Como antes, nuestro presidente manda cartas a todos lados. Cree que los otros diecinueve representantes estarán atentos a la misiva que mande. Precisamente esas reuniones son para hablar ahí no para mandar representantes, porque no están entre iguales. En cualquier momento anunciará que envió un telegrama a quién sabe dónde. A nuestro presidente no le gusta el mundo. Para él es un lugar extraño del que no pueden venir buenas cosas. Le espanta o lo apabulla. Las relaciones más importantes que tenemos como país, se han visto en problemas en esta administración, una por su causa y la otra no. Al presidente le pareció gran idea reclamar a España por la conquista y les mandó una carta exigiendo que se disculparan. Por supuesto que fue rechazada contundentemente, pero sin duda generó roces. En el caso del orate del norte que la emprendió contra México la semana pasada con amenazas, el presidente también le mandó ¡una carta! reivindicando el deseo de ser amigos como lo fueron Juárez y Lincoln.
Es claro desde hace años que al presidente López Obrador no le atrae el mundo, desconfía de él, le parece peligroso. Hace apenas unos años sacó su pasaporte seguramente forzado para no ser criticado en sus campañas. Su desconfianza del mundo se combina peligrosamente con el desprecio que siente por todo lo que sea avance tecnológico y conocimiento sofisticado, ahí su suspicacia es mayor, pues no sólo hace a un lado los beneficios de ese conocimiento sino que sospecha abiertamente de quienes lo tienen: académicos y científicos.
Ayer lo expresaba puntualmente Julio Patán en un artículo (Milenio 04/06/19) “¿Quieres entender a un gobierno? Una buena forma es conocer sus fobias. El CIDE nos hace el doloroso favor de recordárnoslo”. Y es que, en efecto, la embestida presidencial contra los institutos de ciencia y académicos es algo que no había pasado en época reciente. El continuo descrédito que hace el presidente de la labor de estos mexican@s no deja duda de que los considera una especie de plaga, de rémoras del presupuesto.
Desconozco los recortes específicos a los académicos, pero es evidente que, en el fondo, el presidente siente desprecio por lo que no le gusta, por lo que no comprende. Y claro, como el conocimiento no está basado en México sino en el mundo, pues hay que desconfiar de él. No es extraño que no apoyara a los infantes que iban a la olimpiada de matemáticas (caso que generosamente tomó en sus manos el cineasta Guillermo del Toro), tampoco a los jóvenes pasantes de medicina que reciben menos que los ninis, y se pueden enumerar otros casos. Ha llamado la atención que la guadaña sobre científicos y académicos llegara al grado de que él personalmente autorizara los viajes que se requieren hacer. Daría risa por lo ridículo, pero ya es francamente alarmante el tipo de controles que establece.
Es probable que tengamos un presidente que se esconda del mundo y que, alegando austeridad, se niegue a salir del país. Es probable que quienes se dedicaban a la academia tengan que buscar otros derroteros como manera de vida. Es probable que salvo por una desgracia no se hable de México a nivel internacional. Es el problema de pensar que la mejor política exterior es una interior.
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