Ojalá entienda que contra los criminales todos estamos del mismo lado: del de la autoridad.
El presidente ha perdido el talante. Su discurso se ha construido los últimos días en arranques de rabia y cólera contra los que no lo entienden, contra los que lo cuestionan, contra la realidad misma y hasta contra sus propias palabras y las de sus subordinados. El presidente está fuera de sí y ya no controla su coraje. Ha mostrado un flanco débil: es un hombre irascible.
Acostumbrado a que las cosas son como él decide que sean, no entiende que la realidad le ha dado la vuelta y que enfrenta el primer fracaso de su gobierno en la materia que menos quiere enfrentar: la seguridad. En su estrategia de comunicación –quizá la única estrategia visible de su plan de gobierno (por lo general solamente tiene planes y deseos)–, el control lo es todo y lo pudo tener durante diez meses sin problema alguno. El insulto al adversario, la adjetivización de los que no piensan como él, los chistines bobos y fuera de lugar, los señalamientos personales, las exhibiciones de simpleza, la carencia de proyectos, sustanciales, las respuestas balbuceantes y huecas: todo caía en el lugar que quería. Hasta que llegaron los criminales, tomaron una ciudad y evidenciaron que detrás de esas mañaneras todo es desorden. La liberación de un capo –transmitido en vivo al mundo– anunció la incapacidad de un gobierno para tomar decisiones, la falta de coordinación y responsabilidades que culminaron en la rendición del gobierno.
Por supuesto que lo que enfrenta el presidente no es un problema sencillo. Pero él quiere dar un manejo simple y exige que se le dé la razón. Como eso no sucede, la emprendió contra la prensa. Los comparó con perros en una cita absolutamente innecesaria e insultante. En estas épocas no es muy aceptable comparar a las personas con perros y el presidente lo hizo, y dándole sentido completo a su frase, les pidió obediencia, pues siente que los liberó y los malagradecidos le muerden la mano. El presidente está enojado y no discrimina. Durante meses Reforma era la prensa fífí y conservadora. Ahora ya le tocó a todos, incluso a La Jornada, periódico al que acusó de manejar con dolo información para distanciarse. Con toda razón. “La Rayuela” del periódico al día siguiente (ayer), decía: “Mal asunto calentarse. Templanza, templanza”. Y pues sí, no es buena idea tener a un presidente que en la primera crisis se sale contantemente de sus casillas.
¿Son las mañaneras una buena idea? Esta pregunta nos la hemos planteado muchos desde hace unos meses. Era evidente que en algún momento significarían un enorme desgaste para el presidente ante alguna situación medianamente delicada. El operativo fallido de Culiacán, el “tropiezo táctico”, es una situación en extremo delicada y que ha sido manejada de una manera más que desaseada por parte del propio presidente. Al concluir una exhaustiva, sorprendente y digna de reconocerse presentación por parte del general secretario, el presidente terminó por echarla a perder con sus discursos de curita de pueblo señalando a los buenos y a los malos. Al día siguiente fue peor: el enfrentamiento –literal– con la prensa mostró a un presidente majadero, convertido en energúmeno, reclamando cosas insensatas, arrebatando la palabra, justificando mentiras. Dejó en claro que ser un reportero profesional en esas conferencias es una actividad extrema.
Ojalá el presidente se serene. Lo necesita él y lo necesitamos los mexicanos. Ojalá entienda que contra los criminales todos estamos del mismo lado: del de la autoridad. Convertirse en un energúmeno que fustiga a todos nada más ensombrece el ánimo nacional. Dejó en claro que ser un reportero profesional en esas conferencias es una actividad extrema.
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