No hay presidente que al año y medio no extrañe los días de campaña.
Es un lugar común decir que una cosa es la campaña, donde todo se promete, y otra, toparse con la dura realidad de gobernar. A todos les pasa. No hay presidente que al año y medio no extrañe los días de campaña. Algún día escuché a Blair y a Fox decir a reporteros en una plática informal que los de campaña fueron los días más felices de ambos. Así que lo que suceda con López Obrador respecto a tener que ajustar sus dichos y promesas a la realidad, debe tomarse como algo normal.
El anuncio del Presidente electo López Obrador, de mantener a las Fuerzas Armadas en las calles para combatir a la delincuencia organizada, es, simplemente, una manifestación de sensatez. La inseguridad es uno de los mayores problemas que enfrenta el país, quizá el mayor, pues obstaculiza el desarrollo de una gran cantidad de actividades personales, comerciales, gubernamentales. Es cierto que los últimos diez años de su campaña, López Obrador se ha manifestado en contra del uso de las Fuerzas Armadas en el combate a la inseguridad. No solamente eso, se ha expresado con rabia y desprecio sobre la tarea de los soldados y marinos. Los señaló como asesinos, ejecutores de masacres y cosas por el estilo. Quizá sea el único candidato en la vida democrática de México que se haya expresado de esa manera sobre las Fuerzas Armadas. La propia constancia de López Obrador, su batalla sin descanso por ganar las elecciones y llevar a cabo un cambio en el país, han cambiado sus circunstancias y, en unos meses, será el Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas. Esto significa que será él quien esté al mando de los asesinatos y masacres que cometan los uniformados, tal y como hasta hace unos meses pensaba el entonces candidato López Obrador.
Por supuesto es un tema complejo. De hecho, el Presidente electo todavía no tiene un plan concreto para combatir la inseguridad. Nombró responsable de esa área a un hombre de dudosas capacidades y escasos talentos (próximamente nos ocuparemos de este oscuro personaje), que solamente atina a balbucear generalidades que han dicho todos los críticos de la acción militar; incluso ha planteado dejar a un lado los operativos para concentrarse en la parte financiera de los criminales, lo mismo que planteaba Peña Nieto antes de asumir la Presidencia. La realidad les ayudará a concretar un plan definido antes de que comiencen a gobernar.
Que López Obrador haya anunciado la continuación de la presencia militar en las calles de los lugares donde se requiera no debe verse como una claudicación, sino como una toma de conciencia de la dimensión del problema.
Lo mismo aplica para el nombramiento que vaya a hacer de un militar en activo para estar al frente del Ejército.
Esta actitud de López Obrador debemos celebrarla, pues deja en claro que, a pesar de ser un hombre de ideas fijas, puede cambiar en sus decisiones. Es normal que un gobernante y su equipo, al entrar en funciones, lo hagan con sus prejuicios y fobias. También es normal que ambas actitudes de la naturaleza humana se transformen en el ejercicio del gobierno. La realidad termina por moldearnos a todos. Así como quienes nunca hemos votado por López Obrador y no estamos de acuerdo con su proyecto, tenemos que acomodarnos y acoplarnos a una nueva realidad que durará varios años; ellos, los ganadores, tendrán que acoplarse a esa terca y necia realidad que enseña de manera expedita, cómo cambiar de pensamiento y actitud. Ojalá y la de seguridad no sea la única materia en la que recapacite a lo largo de su gobierno. Por lo pronto, hay que poner a su favor que mostró públicamente que puede cambiar de parecer sin que pase nada.
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