Las memorias son un buen recorrido por la comedia de Allen, la defensa del humor, el desmantelamiento de su imagen de “intelectual” y las andanzas por la industria del cine.
Siempre me han gustado las películas de Woody Allen. Me parece no sólo un gran director, sino un gran personaje. Verlo en la pantalla me dispone a disfrutar de un rato de humor inteligente. Sus memorias A propósito de nada (Ed. Alianza) no desmerecen a sus buenas películas. Es interesante por varias cosas. Una de ellas y que se lleva un buen tramo de las memorias, pero que es de gran interés, es todo el caso de sus problemas familiares, que incluye el haberse casado con una de las hijas adoptadas de su expareja Mia Farrow. El matrimonio de Allen con la chica tiene ya 25 años, por lo que parece haber resistido la prueba del abuso y otras. Es claro que Allen es una de las víctimas propiciatorias de lo políticamente correcto (su libro no lo vende Amazon, hubo editoriales que lo rechazaron), aunque sean opinables ciertas actitudes. A un tipo afortunado le cayó encima uno de los peores señalamientos: el abuso de menores y, más aún, de hijos de su expareja.
Como en todo, nos falta la otra versión. Y Allen enlista una serie de hechos que pasaron de largo. Como que el que está en la cárcel por abuso de menores es un hermano de Mia Farrow; como la educación de terror que da a sus hijos Mia, que llevó a dos de los hijos a suicidarse, la violencia que emprendía contra ellos; también la declaración de inocencia de Allen en los juicios. También el abandono de sus colegas, el silencio cómplice y la colaboración en los hechos con las falsas acusaciones.
Más allá de ese tema, las memorias son un buen recorrido por la comedia de Allen, la defensa del humor, el desmantelamiento de su imagen de “intelectual” y las andanzas por la industria del cine de alguien que antes fue guionista de radio, de teatro, de televisión, humorista, músico aficionado. En fin, una vida plena, llena de anécdotas que en un momento se convirtió en un infierno. Aquí algunos subrayados.
“Era sano, querido, muy atlético, siempre me escogían en primer lugar a la hora de formar los equipos, jugaba a la pelota, corría, y sin embargo, me las arreglé para terminar siendo inquieto, temeroso, siempre con los nervios destrozados, con la compostura pendiendo de un hilo, misántropo, claustrofóbico, aislado, amargado, cargado de un pesimismo implacable.
“Algunas personas ven el vaso medio vacío, otras lo ven medio lleno. Yo siempre veía el ataúd medio lleno.
“‘El hecho de que seas el que eres es lo que te jode’”: Marshall Brickman.
“Corte y volvemos a mí, un proveedor de risitas, de chistes sobre espacios de aparcamiento, un tipo de segunda categoría que inexplicablemente ha ascendido a las filas de los cineastas gracias a haber trabajado duro, a una suerte asombrosa y a estar en el lugar adecuado en el momento justo.
“Siempre me he divertido haciendo las cosas, me han pagado bien y he trabajado con hombres brillantes y carismáticos, y con mujeres brillantes y hermosas. Soy afortunado por tener sentido del humor; de no ser así, habría terminado desempeñando algún oficio extraño, quizá plañidero de alquiler para funerales o fenómeno de circo”.
Lean esas memorias, pasarán un buen rato.
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