Mucho se ha comentado de los cambios de camiseta de los últimos días en los partidos políticos. Y con razón: venimos de elecciones polarizadas y muy competidas en lo que va del siglo XXI. Aparte de eso, el haber vivido en un régimen de partido único durante décadas daba a los partidos de oposición la posibilidad de tener una fuerte y clara imagen ante el electorado. Eso ha cambiado con la alternancia: los partidos opositores dejaron de representar una opción diáfana y maravillosa y el PRI siguió igual, pues fue incapaz de cambiar con la oportunidad que le dieron los votantes al regresarlo a la presidencia.
Es claro que los partidos han perdido rumbo y que encuentran semejanzas en términos de corrupción, irresponsabilidad e ineficacia. La falta de banderas definidas ha hecho de los partidos entidades en las que priva el negocio, el control de los puestos y los presupuestos. No hay espacios para las ideas ni la creatividad política. La actividad principal es el agandalle y la eliminación del adversario interno, porque con el externo lo que hay son posibilidades de repartirse alguna tajada. El resultado son partidos repudiados por los ciudadanos y sin personalidad alguna. Por eso no nos debe extrañar el salto de un lado a otro en los partidos. Ya no hay militancia, no tiene sentido ser militante. ¿A quién elige el militante de un partido (una de las ventajas de militar en un partido)? A nadie. ¿De qué vale su palabra, su diferencia con los otros partidos? De nada.
Los militantes de Morena ya tenían candidato presidencial, en eso no hay engaño, pero terminarán por poner en las cámaras a quienes por años combatieron y fueron sus enemigos acérrimos. Todo parece indicar que la representación de Morena en el Legislativo estará compuesta por recién llegados del PAN, del PRI, de amigos y familiares de la extensión de “la mafia del poder” ¿Y el militante? A callar y obedecer. En el PRI nunca ha importado mucho lo que digan los militantes. Importa lo que diga un militante, y ya. Ahora enfrentan el dilema de que los representa alguien que no es militante del partido. Para que quede claro de qué sirve la credencial. En el PRD debe haber ya pocos militantes pero, aun así, debe importarles mucho que su candidato a la presidencia sea un panista que hasta hace unas semanas presidió al partido de la temida derecha. ¿Cuenta su voz, su reclamo? En absoluto. En el PAN la cosa es de locura. Hace unos meses el vocero del CEN panista advirtió que apoyar a un candidato de otro partido era motivo de expulsión inmediata. Aunque después en una negociación cupular los panistas de la CDMX estuvieron obligados a votar por una perredista. En el caso de Jalisco, ante la negativa de Alfaro de hacer alianza con el PAN y de la dirigencia local de tener candidato propio, Ricardo Anaya dijo que él apoyará a los tres candidatos: al del PAN, al del PRD y al de Movimiento Ciudadano. Así como suena. ¿Y la militancia? Pues que siga instrucciones. Probablemente, en efecto, ya no importe ser militante y sea una figura del pasado. Es posible que estemos en esa situación atestiguando la muerte de la militancia partidista.
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