Antes, el nombre del artista valía poco o nada por si mismo, era su fama por la técnica que dominaba lo que valía.
El arte ha sido el reflejo de la sociedad y su contexto correspondiente, equivalente a una radiografía del alma de un grupo de personas según sus estilos y técnicas artísticas (prácticas), y más que nada, por aquello que su arte correspondiente busca expresar.
A lo largo de la historia se ha intentado definir de manera pretenciosa lo que es “arte”, igual que otras descripciones de muchas otras ciencias y campos del conocimiento en todas ellas, o mejor dicho, en ninguna de ellas se ha logrado llegar a una definición tajante; como en el caso de derecho o filosofía, entre otras.
En cambio hay quienes se preocupan en definir aquello que no es arte, intentando llegar a una afirmación mediante una doble negación, una tarea ardua que se complica cada vez más y sobre todo en los tiempos modernos.
Sujetos supuestamente “artistas” autoproclamados o enaltecidos por una turba de ignorantes tales como Gabriel Orozco o Melquiades Herrera son perfectos ejemplos de la putrefacción del arte en la posmodernidad por ser ignorantes de técnicas, ignorantes de significado trascendente e ignorantes de cualquier contexto social en el cual sus piezas pudieran encajar; juegan como rocas de río arrastrados por la epidemia de ignorancia que nos plaga.
Su fama es debida al contexto que ellos mismos no fueron ni serán capaces de entender, una falta absoluta de sentido, un vacío existencial que se refleja en sus piezas de forma accidental, un vacío en sus acciones, a penas estéticas para aquellos que buscan redimir el sentido de su “arte”.
El mismo Orozco ha señalado como ridiculizando al público, que muchas de sus obras no tienen sentido, fondo o significado, y sin embargo veo en un museo a una curadora alemana hablando de el maravilloso trasfondo de una pieza tan significativa como “Papalotes Negros”, elogiando sus elementos culturales aztecas y el reflejo de la dualidad vida y muerte, mientras Orozco riéndose califica a aquel cráneo como “el pero bodrio que hubiere creado”.
Sin entenderlo, él mismo delata la absoluta ausencia de valor artístico en sus obras, y se auto descalifica como artista, al mismo tiempo, es de los “artistas” mas reconocidos de todo México.
Melquiades Herrera y su colección de peines son la absoluta burla y vulgarización del arte, un escupitajo en la cara a todo aquello que clasificaba como “solemne” pues pensaba en un “arte” para el pueblo, criticando los sistemas elitistas de arte que creaban obras de ricos para ricos sin entender porque aquello no solo era correcto si no necesario para el arte.
El arte para el pueblo es clasificado artesanía, “arte” creada en masa, manufactura masiva con un elemento artístico o estético característico del productor, diseñado para la posesión y comercialización en masa y accesible para cualquier ciudadano.
El termino que Melquiades buscaba para su arte, era artesanía, pero se quedó tan corto y tan perezoso incluso en ello que se remitió a comprar piezas prefabricadas, juntarlas y dignarse a clasificarlas como arte en una absoluta masturbación de lo insignificante.
Entre corbatas, botellas de coca cola, e incluso cosas tan repulsivas como consoladores, se forma lo que este títere acéfalo clasifica como su colección de arte, cosas que incluso un vago recolector podría amasar en cuestión de un mes esculcando en la basura es enaltecido y consagrado al nivel de conjugar y representar a México, elevando a este zopilote al nivel de otros artistas.
Si yo Juan Enrique Arton Abascal, recopilara el número 69 a lo largo de la ciudad, entre placas, precios y números telefónicos fotografiados y los expusiera en una galería de arte, seria usted espectador, tan cínico como para clasificarme al mismo nivel que Tchaikovski, Leo Tolstoi, Miguel Angel, Da Vinci, o para ese efecto… ¿cualquier artista de verdad que por lo menos domina una técnica artística y la ejecuta con algún tipo de esfuerzo?
Incluso si fuera tan lejos como para explicar que: “el numero 69 encierra a nuestra sociedad en un numero por la hipersexualización y por el afán capitalista de introducir mensajes subliminales para que el consumidor se hipnotice y le venda el alma a la familia de los Rotshild” no dejaría de ser un charlatán.
Sin embargo, no faltaría el diminuto de mente que fuera capaz de clasificar mi ora no solo como arte si no como una simbología significativa para entender a la humanidad.
El arte a lo largo de la historia ha sido creada como una ilustración de la misma historia, una forma de documentar los eventos pasados y presentes, una forma alta de expresión, inaccesible para el pópulo, digna de cuidados y por ende, precios altos, pues la técnica, el contexto y los materiales con que se ejecuta dan un valor incalculable a las piezas correspondientes; por el otro lado, la caja de zapatos de Orozco es tan dispensable que si yo la quemara y remplazara por una idéntica seguiría siendo lo mismo y seguiría siendo alabada por los cerebros de nuez que la nombraron arte para empezar
Por lo mismo, antes, el nombre del artista valía poco o nada por si mismo, era su fama por la técnica que dominaba lo que valía, todo acarreado por el nombre, pero no el nombre siendo acarreado por lo demás, como garantía del valor de la pieza por aquel que ejecutó la pieza y no por la funcionalidad técnica del artista.
Demostrado por abominaciones tales como “blanco sobre blanco” una de las piezas mas irracionalmente caras, siendo un plano blanco con a penas una tonalidad diferente de blanco sobre si mismo, vendido en millones de dólares por el solo hecho de haber sido creado por un delito contra lo estético digno de provocar el suicidio instantáneo en cualquiera que hubiere dibujado un muñeco de palo, pues incluso ello representa un abismo de complejidad y esfuerzo en comparación al insulto que es esta obra representa.
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