Parque Nacional El Tepeyac

El “camino de Juan Diego”

El 9 de diciembre se conmemora la fiesta de Juan Diego, aunque un poco opacada por el peso del día 12 de la Guadalupana, representa también un gran acontecimiento. Hay que tomar en cuenta su reciente aparición en el santoral de la Iglesia católica a sólo 15 años de su canonización en 2002 por el Papa Juan Pablo II.


 


La figura de Juan Diego está íntimamente ligada a la Sierra de Guadalupe, pues todos los sábados antes de amanecer, Juan Diego caminaba desde su casa en Cuautitlán hasta Tlaltelolco para recibir la instrucción del catecismo por parte de los frailes franciscanos. Fue bautizado en 1524, nada menos que por fray Toribio de Benavente, a quien le llamaban Motolinia, que significa “el pobre”.
Saliendo de Cuautitlán, Juan Diego subía el monte que hoy conocemos como Picacho y se dirigía por la cornisa de la sierra a través de varios cerros para finalmente rodear el cerro del Tepeyac y dirigirse hacia Tlaltelolco. Al llegar al Tepeyac, normalmente con la salida del sol, Juan Diego podía apreciar una de las vistas más hermosas del Valle de México, que era la del gran Lago de Texcoco y la imponente ciudad de Tenochtitlán.
El sábado 9 de diciembre de 1531, al pasar por el Tepeyac, le llamó la atención oír primero cantos como “coros de aves” que venían de la parte alta del cerro, que de repente cesaron para inmediatamente escuchar una voz “dulce y delicada” de una mujer que lo llamaba “Juanito… Juan Dieguito…”
La referencia a estos relatos del “Nican Mopohua” dejan evidencia de la devoción de Juan Diego para realizar todos los sábados un duro recorrido, con el único objetivo de aprender el catecismo y, por otra parte, la belleza del entorno natural y la sencillez y naturalidad de los cuatro encuentros que se dieron entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531 entre Juan Diego y la Virgen de Guadalupe, de acuerdo con distintos relatos de la época.
El 18 de febrero de 1937, por Decreto Presidencial se crea el Parque Nacional El Tepeyac, que abarca toda la sierra de Guadalupe. El motivo del decreto nada tuvo que ver con el hecho guadalupano, sino por la importancia de protección de las áreas verdes y los bosques que rodeaban el Valle de México. Sin embargo, mucho ayudó a la preservación por un largo tiempo del entorno de la Villa de Guadalupe.
El Tepeyac, el Desierto de los Leones, el Chichinautzin y otras áreas naturales fueron decretadas zonas de conservación, principalmente para la preservación de los bosques y el mantenimiento de las “fábricas de agua”. Este objetivo fundamental y central de los decretos de creación han quedado en el olvido para dar lugar —sobre todo en los últimos 30 años— a la destrucción criminal y acelerada de nuestras áreas verdes.
Pero en el caso específico del Parque Nacional El Tepeyac, el daño es por dos vías: porque además de la invasión indiscriminada y el daño  ecológico, refleja un tremendo descuido y desprecio a uno de los sitios que deberían ser mejor valorados y cuidados de todo el territorio nacional.
Si como afirman creyentes y no creyentes que todos los “mexicanos somos guadalupanos”, y que a la Villa de Guadalupe y al Cerro del Tepeyac se les debe considerar como sitios sagrados, la verdad es que hemos hecho todo al revés.
Según el gobierno de la Ciudad de México, 6 millones de peregrinos visitan la Basílica entre el 9 y 12 de diciembre, pero en todo el año suman alrededor de 20 millones, convirtiendo a la Villa de Guadalupe en el centro religioso más visitado del mundo. En todos los países, los sitios de vocación turístico-religiosa se convierten, a la vez, en una derrama económica importante para las ciudades que los albergan. Lamentablemente, esto no pasa en la Villa de Guadalupe.
Propongo salvar el Parque Nacional El Tepeyac, recuperar el recorrido sabatino de Juan Diego y establecer lo que se podría denominar como el “Camino de Juan Diego”. Así reivindicaremos su memoria y al turismo religioso en nuestro país. Hay que promover un verdadero reordenamiento urbano que recupere la dignidad que merece la Villa de Guadalupe, de los millones de peregrinos que la visitamos y de los vecinos del Santuario. Hay que convertirla en lo que debe ser: el centro mariano más importante del mundo.

 

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