Proponemos de manera urgente la supervisión inmediata por parte de las autoridades del espacio público, de Protección Civil y de la CFE.
Frente a mi oficina, que se encuentra en un segundo piso, tengo la vista increíble de un parque. Un privilegio en esta asolada ciudad donde cada día tenemos menos áreas verdes.
Sin embargo, hay una terrible interferencia a mi vista porque justo en la acera de enfrente pasa la línea de alta y baja tensión de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) y a un nivel un poco más bajo, pero sujetos a los mismos postes de la CFE, tenemos una maraña de cables de todo tipo. Cuando me distraigo un poco de mis labores o necesito pensar y reflexionar más a fondo, volteo hacia el parque y en varias ocasiones he tratado de contar el número de cables; al cabo de unos minutos me doy por rendido porque es materialmente imposible, dado el número y el enredo en que se encuentran.
Además del cablerío, se observa una especie de cajas de conexión donde los empleados de las compañías cableras trabajan constantemente. En algunas ocasiones, que por coincidencia me ha tocado verlos, impresiona la falta de prácticas profesionales de calidad y seguridad. Por ejemplo, la colocación de las escaleras de trabajo apoyadas directamente sobre los mismos cables, en lugar de usar elevadores diseñados para ese tipo de actividades, lo que representa un muy alto riesgo para el personal y para sus equipos.
Otra práctica que se observa de las cableras, que viola las normas elementales del espacio público y desde luego de seguridad, consiste en la forma en cómo deciden cruzar las calles con sus cables de una acera a la otra, para instalaciones tanto en edificios como en casas habitación en una total anarquía, donde las autoridades delegacionales ni del gobierno central supervisan absolutamente nada.
Cuando Teléfonos de México (Telmex) amplió su servicio hace ya muchos años, tanto en la Ciudad de México como en todo el país, se colocaron postes propios de la compañía para la sujeción de sus cables; hoy, con la proliferación de tantas compañías de servicio telefónico, de internet, datos y de fibra óptica, entre otros, la conducción se ha convertido en un verdadero caos.
Desde el punto de vista de paisaje urbano, las compañías cableras han venido a distorsionar la vista y el espacio público de la Ciudad, en todas partes y en todos los sentidos. Es verdaderamente espantosa la imagen urbana que se tiene por culpa de esta práctica irresponsable. Pero, ¿dónde está la regulación de la CFE y dónde la regulación de las autoridades de la Ciudad que cuidan y protegen el paisaje urbanístico?
Quiero hoy tratar este tema, principalmente desde el punto de vista de seguridad urbana. Hace ocho días recordaba el terrible accidente en el fraccionamiento Echegaray, en el municipio mexiquense de Naucalpan, donde cuatro miembros de una misma familia perdieron la vida al desplomarse sobre su coche un árbol de grandes dimensiones.
La práctica que hoy estamos denunciando consistente en sujetar un interminable número de cables de los mismos postes que ya soportan la carga de los de electricidad para lo que fueron calculados, lo que representa un alto riesgo para los peatones y vehículos que circulan por las calles, porque pueden provocar la caída de líneas eléctricas, de transformadores o incluso la fractura de los postes.
Los postes convencionales de concreto —que son la mayoría instalados en la Ciudad de México—, se diseñan con un coeficiente de seguridad de 2.5 de la carga mínima de rotura. Sin embargo, están expuestos a innumerables factores como intemperismo, golpes directos y movimientos sísmicos, por lo que no hay que confiarnos mucho de ese coeficiente de seguridad. La carga adicional, no cuantificada por nadie, de cientos de toneladas de cables, representa un alto riesgo de falla de los postes por sobrepeso.
Proponemos de manera urgente la supervisión inmediata por parte de las autoridades del espacio público, de Protección Civil y de la CFE, de los factores de carga y seguridad de todas las líneas de conducción y, finalmente, un programa a mediano plazo para la sustitución de la conducción aérea de cables, a trincheras subterráneas, con objeto de mejorar la seguridad y la belleza escénica de la Ciudad de México.
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