Todos los drenajes superficiales de aguas negras de la Ciudad, tanto en canal abierto como en ductos, han perdido su desnivel original.
Las lluvias de la semana pasada que causaron estragos en el oriente de la Ciudad de México, inundando miles de viviendas y lamentablemente provocando la pérdida de vidas, no fueron causadas por tormentas atípicas, sino por la limitada capacidad del desagüe.
Uno de los factores que incrementa el riesgo de inundaciones en toda la Zona Metropolitana de la Ciudad es el constante hundimiento del suelo, que de acuerdo a los expertos, es de los fenómenos más graves en el mundo. Esto, particularmente en el oriente de dicha zona, donde se registran hundimientos de 20 a 40 centímetros por año.
El hundimiento es consecuencia de la sobreextracción de agua del acuífero que nos estamos acabando y del tipo de suelo, que corresponde a una profunda capa de arcillas que se comprimen aceleradamente por efecto de la desecación. Terrible paradoja a la que nos enfrentamos: escasez de agua por agotamiento del acuífero e inundaciones en temporada de lluvias.
El mayor daño por el fenómeno de subsidencia que se registra en la Ciudad y que afecta gravemente a la infraestructura y mobiliario urbanos se refleja en los sistemas superficiales de desagüe de la Zona Metropolitana. Todos los drenajes superficiales de aguas negras de la Ciudad, tanto en canal abierto como en ductos, han perdido su desnivel original.
Por esta razón, a partir de la década de los noventa, se empezó a utilizar el sistema de drenaje profundo con el Túnel Emisor Central y varios túneles interceptores para el manejo de aguas negras. Este complejo sistema fue diseñado originalmente como drenaje pluvial, operaba en temporada de lluvias y el resto del año se vaciaba para su revisión y reparación.
Cuando la administración del presidente Enrique Peña Nieto tomó la decisión de construir el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM) en el vaso del lago de Texcoco, la Manifestación de Impacto Ambiental (MIA) no evaluó correctamente los riesgos que implica la ubicación del proyecto en una zona natural de inundación, misma que tiene una función esencial en la regulación hidrológica.
Tomemos en cuenta que en el Dren General del Valle, que corre en paralelo al polígono del nuevo aeropuerto, descargan los principales drenajes del Valle de México, como el Canal de la Compañía, los ríos de los Remedios, Churubusco, Mixcoac, Piedad y once más del oriente, por lo que se convierte en la zona más crítica de todo el sistema de regulación.
Si a los volúmenes extraordinarios de aguas negras sumamos el factor del hundimiento acelerado del suelo que continuará irremisiblemente, entonces estamos ante una bomba de tiempo, que puede explotar en cualquier momento. Los riesgos de inundación de toda la zona oriente, a mi juicio y al de mis colaboradores, no fueron tratados correctamente en los estudios de impacto ambiental.
La MIA, que por el impacto del proyecto es una MIA-R (regional), tampoco evaluó aspectos fundamentales del impacto ambiental del NAICM: no hace referencia al Plan Lago de Texcoco, que por decreto presidencial se aprobó para el rescate ecológico del vaso de dicho lago; en ningún párrafo menciona que el lago Nabor Carrillo se convertiría en laguna de regulación; no trata el programa de ordenamiento urbano regional ni el plan regional de movilidad; y tampoco menciona que el aeropuerto militar de Santa Lucía tendría que salir de operación.
Por estas razones, es imperativo que se obligue a una evaluación a fondo de los impactos ambientales, hidrológicos y urbanos, así como de las medidas de compensación y mitigación ambiental del proyecto, tal y como lo ordena la ley.
Independientemente de la decisión final que se tome sobre el proyecto del NAICM, podemos armar lo siguiente: uno, no hay condiciones suficientes para garantizar la seguridad tanto en la operación del NAICM como de la población de comunidades aledañas; y dos, se requerirán proyectos y obras muy importantes que aún no están consideradas.
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