Desde hace varios años en foros y conferencias he presentado los argumentos que demuestran la grave situación del acuífero de la CDMX debido a su sobreexplotación, que rebasa todos los límites y sus consecuencias catastróficas frente a la escasez de agua, los hundimientos y la inestabilidad del suelo frente a los sismos.
El crecimiento anárquico y la deficiente planeación urbana han provocado la perdida de áreas agrícolas y de reserva ecológica, eliminando los suelos aptos para la recarga de los acuíferos y a la par, una demanda creciente de agua que ha rebasado por mucho la capacidad del acuífero. La gente piensa que la mayor cantidad de agua que consumimos proviene de Cutzamala, pero no es así, un 70% del gasto total se extrae del subsuelo, lo que representa hasta cuatro veces la capacidad de recarga natural del acuífero.
Como resultado de la extracción excesiva, el suelo sufre hundimientos de 10 centímetros por año; pero en la zona oriente, alcanzan de 20 a 40 centímetros.
La CDMX está asentada sobre la zona lacustre del Valle de México con un suelo formado principalmente por arcillas, con espesores que varian de 20 hasta 90 metros de profundidad. La arcilla es un material con mucha plasticidad debido a que sus moléculas de sílice, cuentan con ligas de agua y se comporta como una plastilina.
El crecimiento urbano fue desplazando a los lagos gracias a grandes obras hidráulicas de desagüe que lograron desplazar prácticamente toda el agua superficial para dar paso a una metrópoli gigantesca y desordenada, asentada sobre un suelo muy especial. La falta de agua en la superficie y la sobreextracción de agua del subsuelo, han provocado la desecación completa de las arcillas, cambiando radicalmente sus características físicas y su resistencia. La arcilla sin agua reduce el volumen, lo que produce los hundimientos del suelo y a la vez, se convierte en un material frágil y quebradizo.
Los movimientos y las ondas producidas en la superficie de la tierra por los terremotos, pueden ser absorbidos por un suelo arcilloso hidratado, disminuyendo los efectos destructivos; por el contrario, las arcillas desecadas y quebradizas, se rompen ante los movimientos, provocando la destrucción de miles de viviendas y edificios.
En los mapas del Valle de México que la UNAM ha presentado despúes del sismo de hace dos semanas , puede verse con claridad que las áreas más afectadas corresponden a la zona de transición lacustre; es decir, entre el suelo arcilloso y el suelo firme. Esto confirma la tesis que sostengo de que la pérdida de agua en las arcillas, provoca mayor riesgo destructivo frente a los sismos.
La Ciudad se enfrenta a una situación muy compleja: 1) perder el acuífero implica quedarnos sin agua; 2) se generan hundimientos del suelo que afectan la infraestructura y provocan inundaciones en tiempo de lluvias; y 3) se incrementa la vulnerabilidad frente a los sismos. Los gobiernos, tanto federal como local, cuentan con la información precisa sobre la crítica situación de los acuíferos, pero no se está actuando con la urgencia necesaria.
Propongo un cambio de paradigma promoviendo una Agenda del Agua y de Reordenamiento Urbano con visión metropolitana y de largo plazo, que permita gradualmente ir recuperando el acuífero, áreas de reserva ecológica y zonas agrícolas. De la misma manera, un Programa Federal de Descentralización, que frene en crecimiento poblacional de la Zona Metropolitana.
Propongo un cambio radical para garantizar la seguridad de la población frente a fenómenos como el terrible sismo del 19 de septiembre de este año.
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