Conviene estar alerta en el declive del sexenio que nos ha convertido en un país de cuarta acumulando problemas.
Primero fue la polarización. El discurso presidencial y el de sus seguidores buscó la clasificación de los sectores sociales bajo distintos calificativos: conservadores, neoliberales, corruptos, fifís, etc. Y como a toda acción corresponde una reacción, no faltaron los calificativos para los morenos, también tienen el mote de corruptos, de chairos y no han faltado los señalamientos de que son incompetentes. Cada parte destila todo el veneno que puede hacia el contrario.
La polarización ha sido una fase en la cual la división social y política se empieza a comportar, como seguramente lo han calculado los asesores radicales del presidente, en un proceso de lucha dialéctica que poco a poco conduce hacia un choque entre los diversos actores. Por ahora, después del debate sobre la reforma eléctrica en la Cámara de Diputados y en la cual la iniciativa presidencial fue rechazada claramente por la oposición y fue descartada, la controversia continúa en la misma Cámara Baja y en la calle, a cargo de Mario Delgado y sus seguidores.
Apoyados en la falsificación de un supuesto mensaje del expresidente Adolfo López Mateos, desde la mañanera se inició una oleada de acusaciones a quienes votaron en contra de la iniciativa presidencial. Al más puro estilo echeverrista, los diputados fueron acusados de traidores a la Patria y hasta se dijo que se haría una acusación penal al respecto.
La forma como ha actuado Morena es una prolongación de aquel grito de Andrés Manuel López Obrador: “¡al diablo las instituciones!”, pues ha pasado del ataque sistemático a los organismos autónomos y del intento de doblegar a los estados, en una clara descalificación de los legisladores, del papel que les corresponde y su derecho a opinar y votar libremente, sin que ello conlleve ser reos de delito.
No me queda claro su Augusto Gómez Villanueva, quien según recuerdo calificara de traidor a la Patria a Andrés Marcelo Sada, desde la tribuna del Congreso, ahora votó contra la iniciativa de AMLO y le haya llegado el bofetón de sus antiguos compañeros del partido tricolor ahora morenistas. Si así fue, ahora sebe lo que se siente. Entonces él obedecía a la consigna del presidente Luis Echeverría. Ahora los morenistas se alinean con quien se siente heredero de quien inició las crisis recurrentes en México.
Ante este escenario, no ha faltado que devuelva la acusación al presidente López Obrador a raíz de las declaraciones del expresidente norteamericano Donald Trump, quien afirmó que aquél se había sometido a sus exigencias de construir un muro de contención de los migrantes centroamericanos, movilizando a las fuerzas armadas hacia las fronteras norte y sur.
Las acusaciones se convierten en una bolita de ping pong. Sin embargo, lo iniciado por Mario Delgado ha rebasado los límites, pues una acusación de traición a la patria es una cosa grave e insostenible, una verdadera calumnia que, incluso, puede ser objeto tanto de denuncias penales como de daño moral. Si cada uno de los diputados que han sido acusados y “fusilados pacíficamente” en los eventos de Morena, denunciara al dirigente del Partido, no se la acabaría.
La acusación es expresión de intolerancia extrema. Esa fue la circunstancia en que se acusó al valiente dirigente empresarial de Coparmex, Andrés Marcelo Sada, de traición a la Patria. Eso fue parte del clima de ruptura y confrontación social con que terminó el sexenio de Luis Echeverría, donde la devaluación del peso en aquél entonces, vino a ser la gasolina que atizara el fuego de la división nacional, y que José López Portillo quiso apagar al inicio de su sexenio con el lema: “La solución somos todos”, pero que a su vez tiraría a la basura cuando fracasó su política económica y no pudo defender el peso como perro.
Conviene estar alerta en el declive del sexenio que nos ha convertido en un país de cuarta acumulando problemas, no sólo los del pasado, agravándolos, sino generando nuevos de los que serán víctimas “primero los pobres”.
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