El 2024 es un año crucial para México. Todos, o casi todos, lo sabemos. Las elecciones que viviremos serán las más grandes de nuestra historia reciente. Elegiremos desde el Presidente de la República a los presidentes municipales. Se trata de poner el destino de la nación en manos de unos compatriotas que hacen grandes promesas y luego no cumplen, o lo hacen medias y ¡hasta cumplen! Hay de todo.
Votar, a partir de 1997, es un ejercicio político que nos ha permitido elegir a los gobernantes de México, después de que casi durante un siglo el sufragio carecía de valor real. Fueron muchos años los que se necesitaron para que, finalmente, el voto se contara y contara. Sin embargo, un número importante de ciudadanos no acude a las urnas cuando tiene oportunidad, pero luego se quejan y lamentan de la acción de nuestros gobernantes. ¿Es desidia, indiferencia, irresponsabilidad o insensibilidad? No es fácil responder. Quizá sea la inercia de aquellos años en que el voto era burlado y se consideraba algo inútil.
Lo cierto es que, gracias al esfuerzo continuado de muchos mexicanos, de diferente modo de pensar y de distintas corrientes políticas, México ingresó al Siglo XXI como una nación democrática. Ciertamente lo ha hecho con los defectos propios del sistema imperfecto que es la democracia, más los defectos y falta de cultura democrática porque la mayoría no fue preparada para vivir responsablemente en este sistema.
Sin embargo, no es México el único país latinoamericano que, con avances y retrocesos, con aciertos y errores, ha transitado por la vía democrática. Al igual que nosotros, en muchos países han probado distintas opciones y variado el tipo de partidos que los gobiernan, buscando la fórmula o la corriente adecuada que los ayude a su desarrollo. Lo mismo se va a la izquierda que a la derecha y, ahora, hacia las corrientes populistas que tampoco han resultado de lo mejor.
Es común en las democracias, desde que se inventaron las encuestas, encontrar que, durante los procesos electorales, numerosas empresas se aprestan a realizar los sondeos con el afán de pronosticar quién o quiénes cuentan con el favor del electorado. En algunas ocasiones, las encuestas aciertan en el conocimiento de las tendencias electorales, y en otras fallan. La utilidad de las encuestas ha sido objeto de muchos análisis e, incluso, de repulsa por la sospecha de que estos ejercicios tienden a inducir al voto por alguno de los candidatos, señalando a quien parece el posible ganador y generando una tendencia a su favor, o generando desaliento entre los votantes a favor de otro candidato y abstención, con lo que los pronósticos se vuelven realidad. Se trataría de una manipulación.
Pero del mismo modo como algunas encuestas coinciden con el resultado final, se han dado casos en los cuales el resultado es totalmente diferente. Ya sea por errores de los encuestadores o por cambios de última hora del electorado, el resultado final es diferente al previsto. Por eso, los encuestadores serios advierten que sus resultados son el retrato de “un momento” específico de la opinión pública, que puede cambiar.
También suele ocurrir que los electores, sobre todo en países donde hay gobiernos autoritarios que presionan a los ciudadanos o de algún modo los amenazan si la decisión no va en el sentido querido por el oficialismo, “engañan” a los encuestadores. Es decir, no dicen la verdad, sino lo que les permite salvarse de señalamientos de opositores para no ser reprimidos o castigados quitándoles los apoyos o ayudas sociales del gobierno en turno.
Un caso de lo señalado anteriormente fue el de Nicaragua, durante el primer gobierno sandinista. El clima existente en aquellos momentos era de tal confrontación, que muchos ciudadanos ocultaron que estaban en contra de dicho gobierno, por lo que las tendencias indicaban que habría un triunfo contundente del sandinismo. Estaban tan seguros de su victoria, que desdeñaron el apoyo que les ofrecía el PRI, mediante la aportación de sus técnicas de fraude. Así pues, la elección fue limpia y los sandinistas ¡perdieron!
Otra idea equivocada del resultado electoral es pretender que la popularidad del gobernante del momento asegura el triunfo del candidato a sucederlo de su partido. El Presidente Fox tenía un alto nivel de popularidad y Felipe Calderón estuvo a punto de perder la elección. A su vez, la popularidad de Calderón no le ayudó a Josefina Vásquez Mota a obtener la victoria. Igual ocurrió con las cifras de Peña Nieto. En ocasiones se trata de un voto de castigo, en otras de un mal candidato.
La conclusión es que las encuestas no garantizan un resultado electoral para nadie. Son termómetros que, en ocasiones, están descompuestos y los resultados que arrojan las de diferentes empresas no son ni semejantes, sino todo lo contrario.
Frente a esto, y ante el juicio que se hace de la actual administración como un gobierno reprobado, por sus malos funcionarios y pésimos programas, y la popularidad personal del Presidente, las encuestas que ahora se nos presentan sobre los distintos candidatos de Morena, incluso de la candidata oficial, no necesariamente reflejan lo que puede ser el resultado de la próxima elección presidencial.
Podría ocurrir que, como en el caso de Nicaragua, muchos electores decepcionados por el actual gobierno estén ocultando su decisión respecto de por quién estarían dispuestos a votar. La doble percepción sobre la realidad política del país puede resultar en un voto final de castigo. Las causas para ello son muchas y ya conocidas, unas afectan a algunos y otras a otros, pero las víctimas del mal gobierno se encuentran principalmente entre aquellos que creyeron que la Cuarta Transformación sería positiva, cuando ha resultado negativa.
Después del fracaso de la 4T, el electorado mexicano tendría que se más insensible que los nicaragüenses para volver a votar por Morena. Hay que advertir, sin embargo, que los electores son capaces de tropezarse con la misma piedra, como ahora ocurre y sufren los nicaragüenses por no haber aprendido la lección.
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