Retorno a la barbarie

En los últimos días fuimos enterados de algunas ejecuciones por parte del crimen organizado que se distinguen por las características de las víctimas, funcionarios municipales incluidos presidentes; también por el modo de darse a conocer, descuartizamiento de las víctimas y exhibición de la cabeza sobre un vehículo. No se trata de hechos extraordinarios, pareciera que la sociedad mexicana se va acostumbrando. En ocasiones los cuerpos se localizan en fosas comunes por los afanes de búsqueda de familiares de desaparecidos y no tanto por la acción de las autoridades. Luego se pasa a la contabilidad de los muertos y se compara el resultado de los últimos sexenios.

La elevación de los casos y la exhibición de la forma brutal en que se realizan las ejecuciones nos revela un proceso de degradación de la vida social. Para algunos se trata, simplemente, de una tendencia genética de algunos mexicanos procedente de sus raíces indígenas. Se recuerda, como ejemplo, el caso de los sacrificios humanos por parte de los aztecas -hoy idealizados por un indigenismo ramplón-, quienes sacrificaban sistemáticamente a algunos de sus enemigos capturados en las guerras floridas y luego se los comían en actos de canibalismo en el antecedente de nuestro típico pozole. El Tzompantli, colección de cráneos localizados en la zona del Templo Mayor de la Ciudad de México, es prueba irrebatible de este salvajismo de los aztecas. Su acción pretende explicarse -aunque no tiene justificación- en motivos de una falsa religiosidad.

Se trataría, pues, de una regresión a rasgos de salvajismo de los que fueron liberados los pueblos aliados a Hernán Cortés y de los mismos aztecas, gracias a la Conquista -más de los indígenas, aunque liderados por el Capitán español-. Pero ¿cuál puede ser la justificación de las masacres que realiza el crimen organizado? ¿Cuál puede ser el estado mental de quienes realizan tales acciones? ¿Estarán drogados o no tienen conciencia? No resultan agradables los espectáculos resultantes de tales acciones, aunque no falta el morbo del periodismo amarillista y sus lectores para asomarse a la escena.

Sin embargo, aunque se afirme que ojos que no ven, corazón que no siente, día a día se están produciendo, “en lo oscurito”, hechos y escenas semejantes en los quirófanos donde se producen miles o ya millones de abortos en todo el mundo. Muchas de esas ejecuciones se realizan baja el amparo de la “legalidad” de tales acciones, aunque con eso se trate de negar su inmoralidad.

Hace años el grupo Pro-Vida fue fuertemente criticado por la elaboración y exhibición de carteles donde se mostraban los cuerpos desmembrados de niños abortados. Se trataba de tomar conciencia de la naturaleza de tales acciones. Sin embargo, se les repudió porque, como los avestruces, era preferible no ver la realidad y seguir impulsando la legitimación del asesinato de los niños en el vientre materno.

Y si bien los aztecas y otros grupos indígenas realizaban rituales como los ya descritos con un sentido religioso, ahora dichas acciones tienen un sentido comercial mediante la venta de dichos cuerpos para la elaboración de diversos productos, como se reveló que hacía la organización Planned Parenthood en una grabación que, a pesar de su evidencia, lejos de haber servido para castigar dichas acciones, resultó en una demanda en contra de quien la había realizado. En este caso los antecedentes no eran de una herencia genética de ritualismos indígenas, sino en una manifestación, ésta sí, de liberalismo salvaje.

En México se está reviviendo el mismo escenario. La legislación favorecedora del aborto, mediante su legalización implícita bajo el principio de lo que no está prohibido está permitido. Apenas hace unos pocos días se aprobó el aborto en Michoacán y el Gobernador del Estado los celebraba al firmar la publicación de la reforma legal correspondiente, como un avance a favor de las mujeres, y como un logro de la Cuarta Transformación.

Este “avance” es resultado de la presión de los grupos feministas extremos, cuyas integrantes realizaron diversas manifestaciones para exigir que se les otorgara el derecho al aborto, cuando la oposición frenó dichos intentos. Las escenas de tales acontecimientos podrían calificarse de verdaderos ritos salvajes: mujeres embozadas o con pasamontañas, ocultando su identidad, uniformadas con pañoletas verdes, algunas de ellas vestidas o desvestidas de forma grotesca que a su paso realizaban destrozos y pintarrajeaban las paredes de las oficinas públicas no con simples letreros, sino con manchones a lo loco.

Esas manifestaciones de barbarie desenfrenada son reflejo externo de un ánimo interno desorbitado, reflejo quizá de una pérdida del equilibrio y la salud mental. Ideologizadas o manipuladas con fines de desconocidos, pero que se atreven a considerar el aborto como un avance que, en realidad es una regresión a la barbarie.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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