Los ataques y denuncias contra el juez Brett Kavanaugh encierran la sospecha de no pretender justicia, sino de impedir que un hombre con ideas a favor de la vida llegara a la Suprema Corte
Brett Kavanaugh se convirtió, finalmente, en juez de la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos. Para ello, libró una cerrada batalla y logró mayoría de una votación estrecha, pero, finalmente llegó. Para ello tuvo que superar numerosos obstáculos que llevaron a que el FBI investigara su vida íntima en el presente y el pasado, pero salió limpio. Su victoria no sólo fue posible por un alineamiento político de los senadores republicanos, sino también por el voto de los demócratas que, por encima de partidismos, han preferido la verdad comprobada, hasta donde ha sido humanamente posible.
Desde el inicio de las denuncias feministas contra Kavanaugh fueron sospechosas. ¿Cómo es que después de tantos años de supuestos abusos contra algunas de sus ex condiscípulas surgieron las denuncias? En un país donde el “empoderamiento” femenino ha resultado extremo, y donde cualquier problema es pretexto para demandar gratificaciones económicas extraordinarias, si estos hechos hubieran sido ciertos, seguramente las ahora demandantes hubieran recurrido hace tiempo a la búsqueda de esta satisfacción. Pero no fue así.
Ahora pretendían hacer gala de una nobleza extraordinaria y de preocupación social al preocuparse porque un “hombre sin escrúpulos” pudiera llegar a la Suprema Corte de Justicia norteamericana. Con tales características, alegaron, era incapaz de hacer justicia y aplicar con equilibrio la ley.
En el fondo, bien sabemos, el tema era otro. Se trataba de evitar que un abogado católico de prestigio, de reconocida trayectoria a favor de la vida, calificado de “conservador” –con toda la carga negativa que actualmente se otorga a dicho término– pudiera ocupar un cargo donde, precisamente, de forma continua está en juego el pleno desarrollo de la vida humana, no sólo en el tema del aborto, sino otros más que son condición necesaria para el pleno desarrollo de la persona y de la sociedad.
Las acusaciones con las que se pretendió frenar la posibilidad de Brett Kavanaugh se convirtiera en juez aparece hoy como viles calumnias, como difamaciones e injurias indignas de quienes las profirieron e injustas. Por ello no resultó extraño que el señalado respondiera a las mismas con indignación, pues la defensa del propio prestigio y de la legítima aspiración al cargo para el que había sido nominado, así lo exigían. Si no era capaz de hacer valer lo justo respecto de él mismo, ¿cómo podría, después, hacer prevalecer la justicia en otros casos en los que, sin duda, estarían en juego importantes principios e intereses?
Ciertamente no es fácil lograr hacer prevalecer la justicia, pero hay que luchar por ella. Por eso, me parece que lejos de pensar que el lodo que le arrojaron durante el proceso de designación, haya mermado su prestigio y fuerza para ocupar el cargo en la judicatura. Por el contrario, salir avante de un ataque que tuvo alcances internacionales, le otorga una autoridad moral mayor a la que tenía antes y lo convierte en un ejemplo a seguir por aquellos que teniendo los mismos valores, en ocasiones actúan con timidez, alineados a lo “políticamente correcto”, pero no a la verdad y la justicia.
Después de la batalla, fue satisfactorio para él, sin duda, pero también para quienes observamos la escena, observar cómo al protestar como juez, estuvo acompañado de su esposa y sus dos hijas, a quienes sin duda alguna también se ofendió con las acusaciones al esposo y padres, y que vemos que lejos de dejarlo solo, llegaron con él hasta el final. Ese acompañamiento familiar es clara prueba de que las mujeres más cercanas a él, le reconocen su valía humana, no dudan de su integridad y le tienen confianza plena.
Este es un caso emblemático, pues este tipo de agresiones u otros semejantes, orientadas a dañar el prestigio de las personas no son nuevas. Aquí en México se vivió la campaña de desprestigio y de acusaciones penales en contra de Jorge Serrano Limón, dirigente del Comité Nacional Pro Vida. Tras varios años de acoso, acusaciones infundadas y desprestigio en la prensa nacional, se le comprobó su inocencia, respecto de la cual guardaron discreto silencio quienes antes lo estigmatizaron hasta cansarse.
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