Muchos buenos deseos, pero poco compromiso

Durante las últimas semanas las redes sociales, los correos y las reuniones de amigos han estado plagadas de buenos deseos: feliz navidad, un buen 2025, paz, prosperidad, amor, etc. Puras buenas intenciones que parecerían brotar en un entorno armonioso, pacífico, próspero y lleno de la felicidad y la prosperidad que se deseó hace un año, por las mismas fechas. Bonitos videos, frases, abrazos y sonrisas, pero ¿en qué se funda tanto optimismo?

Más allá de los círculos cercanos, que parecen estar aislados del resto de la sociedad y el mundo, no parecen existir las mismas intenciones o deseos, pues priva la violencia, las guerras, la inseguridad, los secuestros, las enemistades y hasta la oposición a que se celebre la Navidad, “porque ofende los sentimientos de los que no son cristianos”. Tal parece que hasta eso es un motivo de confrontación.

Los nubarrones que cubren el cielo y que se extienden más allá del horizonte, no parecieran sostener los buenos deseos que recibimos y dimos en los últimos días. Más bien podrían parecer la evasión de una realidad que no queremos ver porque, de aceptarla, se requeriría algo más que palabras bonitas. El cambio que es necesario y empieza a nuestro alrededor reclama toma de posición y trabajo para transformar la realidad.

Pero el cambio deseado no puede ser cualquiera. Ya se han ofrecido muchas promesas y, a la postre, todo sigue igual. Se dirá que así ha sido siempre, pero la perpetuación del modo de vida que estamos experimentando en México y el mundo, ha acelerado y profundizado en atentados en contra de la dignidad de las personas, más allá de una “humanidad” abstracta de la que solemos sentirnos distantes e indiferentes. Sin embargo, no se necesita ir muy lejos para constatar que los mismos males que repudiamos en otras latitudes, las tenemos presentes muy cerca e, incluso, en notros mismos sin darnos cuenta.

El Papa Francisco ha señalado en varias ocasiones el peligro de la acedia que nos acecha a los cristianos o que, sin darnos cuenta hemos caído en sus redes. En febrero del año que acaba de concluir, el Papa señalaba que “para quienes están atenazados por la acedia, la vida pierde su sentido, rezar es aburrido, cada batalla parece carecer de significado. Las pasiones que alimentamos en la juventud ahora nos parecen ilógicas, sueños que no nos hicieron felices. Así que nos dejamos llevar y la distracción, el no pensar, parecen ser la única salida: a uno le gustaría estar aturdido, tener la mente completamente vacía… Es un poco como morir anticipadamente, y es feo.”

Este vicio de la acedia, este pecado, hace de los cristianos unos seres mediocres respecto de su fe, carecen de compromiso cristiano, les da pereza estar en movimiento, vivir con concordancia su fe y manifestarla continuamente en los pequeños actos y las grandes tareas de la vida. La acedia, explicaba el Papa Francisco, es la causa de la pereza y en ocasiones se le identifica con la depresión, la pérdida del entusiasmo, la carencia de metas, de ideas para la acción, de proyectos para la propia vida y para la construcción de un mundo mejor.

Combatir la acedia no suele estar en los propósitos del nuevo año. Muchos de los cristianos ni siquiera conocen el término, y si lo han oído, no lo entienden o no lo quieren entender, pues eso agravaría el sentido de responsabilidad de combatirla.

Me parece que podríamos añadir a los buenos deseos navideños o de año nuevo, una exhortación mutua de combatir la acedia, lo cual significaría por comprometernos en vivir nuestro cristianismo con firmeza, con fuerza y con vigor, cambiando el triste escenario que es posible contemplar, por ejemplo, en las misas. Los cristianos que buscan la misa diaria, más allá del compromiso o la “obligación” dominical, son pocos. Pero aún muchos de aquellos que si cumplen con la asistencia a misa los domingos, lo hacen con desgano. Ocupan las bancas de los templos, pero no participan de la misa, y no hablo tanto de entender y vivir los momentos litúrgicos, sobre los cuales suele haber ignorancia. 

Es frecuente observar que numerosos fieles llegan al templo con la misma ya iniciada. La pregunta que le sucede a esa impuntualidad es saber si les vale para cumplir con el precepto, a lo cual no faltan sacerdotes que responden que, efectivamente “les vale…”, que no les importa vivir la misa entera, de principio a fin. Pero cuando llega el momento de la comunión, el porcentaje de quienes reciben el Cuerpo de Cristo suele ser mínimo. Permanecer sentados e indiferentes pudiera ser un síntoma de acedia. Se guarda la forma, pero no se vive el fondo.

La acedia puede ser la explicación de porqué si la mayoría de los mexicanos se declaran católicos, su fe no se ve reflejada en la vida cotidiana: en las relaciones familiares, en el campo laboral y profesional, en la economía, en la política, en la educación. Los cristianos no hemos generado un ambiente social, cultural y cívico en correspondencia o coherencia con la fe que decimos profesar y, por tanto, no nos comprometemos en hacer realidad los deseos pronunciados de dientes para fuera en la Navidad y el Año Nuevo.

La cortedad de la meta se refleja en la expresión “Felices Fiestas”, y sí, aunque hay festejo, la fiesta es lo único que importa, ya concluida, la felicidad acaba porque se carece de un fundamento para prolongarla más allá, vivirla todos los días, pero con un sentido profundo, de una humanidad que se sabe sostenida por Dios y que espera y trabaja por el encuentro futuro con el Señor, no de manera individual o aislada, sino en compañía de todos aquellos a quienes les deseó lo mejor para el año. 

El Año Jubilar 2025 es una oportunidad de romper con la acedia y ser peregrinos de esperanza que marchamos hacia nuestra meta final en Dios, construyendo un mundo digno de los hijos de Dios.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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