Las adicciones son un daño profundo a los seres humanos. Quienes caen en este problema, pierden libertad y voluntad, son arrastrados por una fuerza que los somete y poco a poco los va aniquilando. Hoy, las adicciones son vistas como una enfermedad en la que se cae por diversas causas, considerados factores de riesgo, y que no se limitan a un grupo social cualesquiera que sean sus características. Hoy se admite, también, que las adicciones no son únicamente producto del consumo de alguna sustancia, sino de otros elementos como la adicción al sexo o al internet, etc. Salir de ellas requiere tratamientos serios y apoyo a quien las sufre.
Abastecer de sustancias a los adictos se ha convertido en un negocio multinacional, gracias a las redes del crimen organizado que se hace cargo de la producción, el procesamiento y la distribución de dichos productos, particularmente, pero no solo, hacia los países de mayor potencial económico, donde hay un número creciente de consumidores. También, desgraciadamente, hay un número creciente de quienes mueren víctimas de sobredosis o de sustancias que producen daños irreversibles en las personas.
El poder del crimen organizado es creciente. Acciones ineficaces, la pasividad o la complicidad de autoridades han permitido que los grupos criminales ya no sólo sometan a las personas mediante el uso de narcóticos, sino que también han favorecido la ampliación de sus actividades a otras áreas del delito, como el tráfico y trata de personas. Pero, al mismo tiempo, han extendido su acción al control social de comunidades y grupos políticos, dando así paso a lo que se denomina la narcopolítica.
La narcopolítica es un fenómeno manifiesto en muchos países latinoamericanos. Desde Cuba se utilizaron las drogas para beneficio del grupo en el poder. Posteriormente, en Colombia surgió una extraña asociación entre las guerrillas y el narcotráfico, que llevó muchos años poder reducir. Su caso se volvió paradigmático y cuando se extendió hacia otros países se le calificó como “colombianización”, afortunadamente para ese país el fenómeno se redujo.
En cambio, México se contagió de ese fenómeno y aunque aquí no hay guerrilla con la cual asociarse, existen diversas zonas del país que se encuentran prácticamente bajo control del crimen organizado e, incluso, han incidido en procesos electorales favoreciendo a quienes los apoyan, ya sea por complicidad voluntaria o bajo amenaza. Cada día es creciente el número de funcionarios municipales que son asesinados y sobre los que se presume fueron víctimas de esos grupos, ya sea por no haberse sometido, o por favorecer a un grupo frente otro. También es creciente el número de víctimas colaterales, entre ellos no pocos periodistas.
La escalada de la violencia asociada al narcotráfico no solo se produce en México, también en otros países. Apenas hace unos días fue asesinado el periodista y candidato a la presidencia de Ecuador Fernando Villavicencio, venía denunciando el problema del narcotráfico en su país.
Se ha dado a conocer que de acuerdo con información extraída por el grupo Guacamaya, que hackeó documentos de la Secretaría de la Defensa, existe vinculación entre el Cártel de Sinaloa y los Choneros de Ecuador, quienes habrían amenazado de muerte a Villavicencio en un crimen que ha conmovido no sólo a ese país, sino a la región.
Las políticas de los estados, no solo en México, han fallado en la solución del problema. Hay quienes ingenuamente consideran que levantando la prohibición a los narcóticos las cosas cambiarán, pero como afirmara San Juan Pablo II, a la droga no se le combate con la droga. No es sólo un problema de libre mercado, sino de poder, de dominio, de sometimiento. Si no lo entienden así las autoridades, indefectiblemente seremos sometidos como sociedad a esas fuerzas, aunque no seamos adictos.
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