La nueva normalidad requiere de la vacuna, ya que es, sin duda, una protección que, hoy por hoy, permite reanudar actividades económicas, educativas y sociales en general.
Mucho se habló de que tras la pandemia, que no ha concluido, habría una nueva normalidad. Sin embargo, es fácil observar que la supuesta “nueva” normalidad no parece muy diferente a la anterior, ni mejor. Lo que primero pareció ser un compromiso por la salud propia y la de los demás, aceptando, incluso, el sacrificio del confinamiento, ha sido sustituido por un relajamiento en el cual se rompen las reglas que no nos convienen, pero exagera en la protección respecto de aquello que se evita según la propia comodidad.
Por una parte, los eventos políticos y los espectáculos públicos han olvidado la sana distancia, los límites de aforo y el uso del cubrebocas. Si confía en las vacunas y en la inmunidad de rebaño, a pesar de las prevenciones de las autoridades internacionales de salud, respecto de las variantes del COVID-19. Y el efecto está a la vista, veo número de casos aumenta, aunque según los reportes las defunciones lo hacen en menor proporción. Pero lo cierto es que el mal sigue presente y pareciera que no terminará pronto.
Ante este escenario es necesario insistir en que la nueva normalidad exige, al menos, el mantenimiento de las prevenciones ya conocidas y la insistencia en la vacunación. Por desgracia sigue existiendo la campaña contra las vacunas, independientemente del tipo que se trate, de esta manera hay quienes se convierten en un riesgo para ellos y para los demás.
Entre quienes no se vacunan hay quienes han seguido su ritmo de vida como si no hubiera motivo de alarma. Algunos no han enfrentado problemas, pero otros han sido víctimas del virus, lo han sufrido y hasta han muerto a causa de él. No son pocos los que de activistas antivacuana han dado un giro de 180 grados para ser promotores de la misma.
Sin duda que la nueva normalidad requiere de la vacuna, ya que ella es, sin duda, una protección que, hoy por hoy, permite reanudar actividades económicas, educativas y sociales en general, junto con las prevenciones ya conocidas. Se trata de una responsabilidad social y ética relacionada con el bien común, de tal suerte que se convierte en una responsabilidad social general y no solo de las autoridades. Éste es un claro ejemplo de cómo la sociedad es un actor fundamental del bien común respecto del cual la autoridad es promotora, pero la sociedad es realizadora.
En la medida en que los ciudadanos cumplimos con esta responsabilidad, independientemente de que la autoridad convoque a su realización, lo haga bien o mal, podremos generar esa nueva realidad mejor que la anterior si aprendemos la lección de que el bien común, como conjunto de condiciones sociales que permiten el desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres, está en nuestras manos como sociedad activa y participativa que se dirige unida hacia un fin común que es visto y entendido como un bien que vale la pena alcanzar, independientemente de lo difícil que sea lograrlo y el esfuerzo que ello represente.
Este desafío si lo entendemos así, será escuela social de ciudadanía que nos puede preparar para enfrentar los retos que tenemos en futuro inmediato y mediato en materia económica y política, y que o serán pocos ni fáciles.
Más allá de deseos superficiales de feliz año, invitémonos uno a otros vivir un año de esfuerzo y trabajo para lograr el bien común en nuestra Patria, antes de que las situaciones adversas nos aplasten como, por desgracia, está ocurriendo en no pocas naciones en el mundo, particularmente en América Latina.
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