Lo verdaderamente importante

Arribamos a la Semana Santa y las familias que pueden se van de vacaciones, con poco o mucho, pero la mayoría identifica esta fecha con el tiempo del descanso y la diversión. El significado de ella ha sido olvidado y, por tanto, lejos de ser una oportunidad de reflexión y análisis de cómo andamos y hacia dónde vamos, se reduce a un cambio de canal, con un ruido diferente que para muchos es la oportunidad de evadirse. Esto a pesar de que nuestras ciudades -y entre ellas los destinos turísticos-, nuestro país y el mundo en general, atraviesa una gran crisis.

Ante esta situación cabe preguntarse en qué mundo vive cada uno en lo particular y cómo entiende y vive la realidad propia y ajena. ¿Cuáles son sus referencias? ¿Qué es lo que importa? ¿Cuáles son sus valores? Y ¿qué es lo importante?

Y me pregunto, a la vez, ¿cuántos, quiénes y cuándo nos hacemos estas preguntas? ¿Habrá quienes se las hagan?

Sin duda que sí los hay, pero quizá no siempre por una decisión deliberada, sino porque de pronto, de golpe, son obligados a ello. Los humanos solemos necesitar situaciones límite para hacer un alto o ser obligados a ellos de manera inesperada. Pienso que es el caso de quienes, de pronto, sin saber cómo ni por qué, se encuentran en medio de una guerra, pierden a los suyos o todo lo que son. Es el caso, sin duda, de los migrantes que por millones ahora deambulan por el mundo en busca no solo de un trabajo o de paz, sino, en el fondo, de un sentido de vida. Ellos, a pesar de todo, son privilegiados porque están en movimiento, en búsqueda, y tienen esperanza de poderlo encontrar.

Muchos televidentes normalmente permanecen estáticos, pasivos y aunque parecen vivir experiencias vicarias con las imágenes de la pantalla –o del cine-, transcurrido el momento de la emoción, siguen igual o peor que antes, sin preguntas ni respuestas.

Sin embargo, parece que hoy se está produciendo un fenómeno límite a través de las pantallas que tiene impactados, sobre todo, a los padres de familia. La serie Adolescencia que se estrenara en marzo pasado, está en boca de muchos y hasta hace poco eran ya 96.7 millones de televidentes que la habían colocado en el top 10 de las series más reproducidas desde marzo de este año. Y quienes la han visto, no dejan de recomendarla.

Y, curiosamente, el impacto que parece estar produciendo la serie no es tanto por lo que se refiere a quienes como adultos la ven, sino por el encuentro, de golpe, con las vivencias desde la adolescencia que ahí se trasmiten y que, suele ocurrir, pasan desapercibidas por los padres de familia que, de pronto, descubren que han fallado o están en peligro de no cumplir con su función de padres, a pesar de creer que serlo, es muy fácil y, simplemente, se es. ¡Pero no es así! Se les ha advertido, pero no lo toman en serio. Se deja hacer y se deja pasar.

En el ámbito educativo se ha detectado como una generalidad el fenómeno de la soledad de las nuevas generaciones y la adolescencia tardía de muchos jóvenes. Hay, incluso, quienes ya hablan de un estancamiento en la infantilidad. Y el diagnóstico generalizado, aunque encierra una gran complejidad, es la ausencia de amor en la familia o un mal modo de entenderlo y vivirlo, pero que resulta equivocado y que sin saber cómo o porqué lo resienten los hijos.

Hoy lo material suele ser la referencia obligada del valor de la persona y, por lo tanto, en su satisfacción hasta saciarse, el sentido de la vida, pensando que ahí se encuentra la felicidad. Hoy cuenta más el tener, que el ser. Y ese es el mundo en el que giran las personas, las familias y el mundo. Y aunque para muchos esta dimensión no solo está satisfecha, sino colmada, el vacío y el sin sentido permanece al grado de que se piensa en tener más y más con la falsa idea de que así se llenará el hueco o se abrirá un nuevo mundo que nos colme.

El fenómeno siempre ha existido, pero quienes rompen con su lógica, son quienes se vuelven felices al cambiar el rumbo y el sentido de la vida. Recordemos el caso de Francisco de Asís, junto al de muchos otros, que se han convertido en paradigmas admirados, pero no siempre imitados. Son aquellos que han descubierto su trascendencia en el plano que corresponde: la vida del espíritu.

El problema de hoy, pienso, es que la filosofía del tener ya no es personal, sino que se impone a los otros, a partir de la familia. El sentido del tener, se convierte en el vicio de dar y dar, y dar, hasta el exceso, pero solo lo material. Se olvida lo esencial: el sentido de la vida que se vive por los propios padres y se propone a los hijos, entre otras cosas, en una vida frugal, de límites y mirada en lo alto. Y es que volvemos a aquello de que nadie da lo que no tiene. Y no se sustituye con cosas.

Los hijos necesitan encontrarse a sí mismos, pero ayudados por lo padres, no en el abandono. No son los sucedáneos: los amigos, las redes sociales, los lujos, la diversión o las metas pragmáticas que se les propongan, los que los ayudarán a ser ellos.

Descubrir la vida espiritual es encontrar a Dios, pero el gran ausente del mundo es Dios. Muchos, más que ateos, son indiferentes. Como se dice, ni les va ni les viene. No les hace –creen- falta hasta que, a veces, se enfrentan ante situaciones límite que no tienen otra respuesta. Y la pasión de Cristo que recordamos y podemos revivir esta semana, si nos detenemos en ella, es el camino de esa respuesta.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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