Lecciones y dolor por Nicaragua

Lo que hoy ocurre en Nicaragua genera profundo dolor, un sentimiento que debe llegarnos a los mexicanos de manera especial.



Las imágenes difundidas en los últimos días sobre los sucesos en Nicaragua nos revelan cómo la dictadura de Daniel Ortega, fundada en el sandinismo marxista, deriva hacia un gobierno totalitario que ha declarado a ese país como un “Estado ateo”.

En los setentas Nicaragua vivió una guerra interna contra el gobierno de Anastasio Somoza. Toda la población estaba en contra de su dictadura, al grado que los distintos sectores sociales se unificaron en contra del gobernante apoyando de diversos modos a la guerrilla sandinista. La situación era tal, que se acuñó un lema del cual se arrepentirían después muchos nicaragüenses: “Después de Somoza, cualquier cosa”.

Esa “cualquier cosa” que resultó de la revolución sandinista fue nefasta y aunque tuvo el apoyo de algunos teólogos de la liberación y de la izquierda cristiana, pronto se evidenció su anticristianismo con motivo de la vista del Papa San Juan Pablo II, cuando los sandinistas boicotearon sus actividades. En esa ocasión San Juan Pablo II conminó a Ernesto Cardenal, ministro del sandinismo, a que regularizara su relación con la Iglesia.

El Sandinismo gobernó en los ochentas, pero pronto una parte de la sociedad se volvió en su contra. Finalmente fue derrotado en las elecciones de 1990 por Violeta Barrios de Chamorro, candidata que sustituyó a su esposo cuando fue asesinado por los sandinistas. Eso no significa que el sandinismo no tuviera fuerza. Daniel Ortega y sus compañeros estaban tan seguros de que ganarían en las elecciones, porque así lo señalaban las encuestas, que menospreciaron el apoyo que el PRI les ofrecía para realizar fraude, a través del embajador Augusto Gómez Villanueva. Sin embargo, en una apretada elección, en tanto que el Frente Sandinista de liberación Nacional obtuvo el 40.82 por ciento de los votos, en tanto que la Unión Nacional Opositora (UNO) logró el 54.74 por ciento.

La UNO fue un bloque opositor de diferentes fuerzas políticas que se aliaron frente al desastre sandinista. Sin embargo, la alianza se derrumbó por divisiones entre los diferentes partidos y la traición del expresidente Alemán, quien a última hora se alió con Ortega. Fue así como en 2006 Daniel Ortega volvió al poder con el 38 por ciento de los votos, derrotando a Eduardo Montealegre que obtuvo el 28.3 por ciento de los votos y a José Rizo que logró el 27 por ciento de la votación. Así, como primera minoría, retornó al poder y ha permanecido en el mismo desde entonces, destruyendo las instituciones, encarcelando a sus opositores y realizando un gran fraude, como fue palpable en las últimas elecciones.

Hoy apreciamos cómo la violencia contra la Iglesia ha escalado y las imágenes muestran el ataque al Obispo Rolando Álvarez , encarcelado acusado de sedición, la agresión a sacerdotes y templos, así como la destrucción de imágenes sagradas como no se vio en México durante la persecución religiosa. Y, finalmente, la declaración de Daniel Ortega de que Nicaragua es un Estado sin Dios. Un gobierno digno de los tiempos de Stalin.

La deriva del gobierno de Ortega es una lección para México y para Iberoamérica, que hoy muestra una creciente tendencia a favor de gobiernos de izquierda, como ha ocurrido en Perú, Colombia, Chile, etc. A pesar de experiencias propias y ajenas, los pueblos latinoamericanos parecen no aprender de los resultados de los gobiernos izquierdistas en el subcontinente que desde Salvador Allende han empobrecido a sus naciones, sumiéndolas en graves crisis.

Sin embargo, hay que reconocer que cuando se respeta la democracia y esos países han derrotado en las elecciones a gobiernos de corte izquierdista, en no pocas ocasiones ha sido gracias a alianzas de partidos, como ocurrió en Chile después de la caída de Pinochet –a quien también derrotó una alianza de partidos-, pero no han podido solucionar los problemas de la pobreza que afecta a grandes capas de la población y que sucumben fácilmente ante la demagogia del populismo.

Ciertamente no es fácil resolver la ignorancia, la pobreza y la marginación en nuestros pueblos. Pero también es cierto que muchas veces se ha carecido de acciones contundentes y visibles que lejos de administrar la pobreza o generar programas sociales asistencialistas, han generado acciones subsidiarias para transformar a los pobres en sujetos de su propio desarrollo, reduciendo la pobreza, las grandes diferencias sociales y la marginación. Lograrlo no es sólo tarea del Gobierno, sino de la acción solidaria de toda la población a través de esfuerzos conjuntos que muestren transformaciones reales en beneficio de los más pobres, transformando su vida de fondo, no con dádivas gubernamentales que lejos de ayudar, generan conductas de dependencia.

Lo que hoy ocurre en Nicaragua genera profundo dolor, un sentimiento que debe llegarnos a los mexicanos de manera especial, porque en el pasado y el presente de nuestros gobiernos han sido solidarios del sandinismo, para vergüenza nuestra. Aprendamos la lección.

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