Los pobres requieren atención. Hay muchos de ellos en el país que no han encontrado en nuestro sistema, una salida adecuada para lograr su desarrollo.
Muchos estamos pasmados con la posición del presidente Andrés Manuel López Obrador frente a la crisis que estamos viviendo. Primero su negación del problema sanitario, recetando besos y abrazos a doquier. Luego la no propuesta frente a la previsible crisis que está por venir al paralizarse las actividades económicas. Pareciera, y así lo ven muchos, que no ve la realidad, que sólo se aferra a su visión previa, a su programa político y a sus intenciones claras de destruir, en cuanto pueda, el neoliberalismo que ve como culpable de todo. Su empeño declarado y consistente es atender “primero a los pobres”.
Frente a las numerosas críticas, el presidente recurrió, como lo ha hecho otras veces, a criterios del cristianismo, a sabiendas de que la mayoría de los mexicanos somos católicos. Por ello, recurrió a expresiones del papa Francisco en favor de los pobres, como buscando en él un aval a su política, y criticando y descalificando una vez más a los empresarios, como si ellos sólo buscaran un beneficio personal en sus propuestas, y no la protección del aparato productivo, integrado por las empresas, los trabajadores y los mismos consumidores.
En parte, sólo en parte, el presidente tiene razón. Los pobres requieren atención. Hay muchos de ellos en el país que no han encontrado en nuestro sistema, una salida adecuada para lograr su desarrollo. Los esfuerzos que se han hecho han resultado insuficientes. También es cierto que hay empresarios que todo lo ven desde la perspectiva economicista y, por supuesto, de sus intereses. Pero ni todos los pobres son la bondad andante, ni todos los empresarios el malvado que nos pinta el presidente, aunque cuando quiere sacar tajada, también él recurre a ellos.
Ciertamente López Obrador tiene razón cuando dice que primero los pobres, pero no sólo y exclusivamente ellos. Así lo ha enseñado la Doctrina Social de la Iglesia. Y si de citar al papa Francisco se trata, dice que la promoción de los pobres depende del modo como los vemos. El papa dice que “no sirve una mirada ideológica que termina usando a los pobres al servicio de otros intereses políticos y personales. Las ideologías terminan mal, no sirven. Las ideologías tienen una relación o incompleta o enferma o mala con el pueblo. Las ideologías no asumen al pueblo. Por eso fíjense en el siglo pasado, ¿en qué terminaron las ideologías? En dictaduras, siempre, siempre. Piensan por el pueblo, no dejan pensar al pueblo. O como decía aquél agudo crítico de la ideología, cuando le dijeron sí, pero mucha gente tiene buena voluntad y quiere hacer cosas por el pueblo. Sí, si, sí, Todo por el pueblo pero nada con el pueblo”.
Ése es el problema de la 4T, el sesgo ideológico con que mira a los pobres. Para unos, los pobres son carne de cañón en la lucha revolucionaria, como ocurrió con el castrismo y con Hugo Chávez. Para otros, son clientela electoral. En ambos casos se les atiende con dádivas que los vuelven dependientes, pero no les permiten salir de su condición, pues consideran que si dejan de ser pobres, ya no votarían por ellos. Así lo han verbalizado expresamente, y nadie los desmintió. Ésa es la visión ideológica que ha servido para erigir las dictaduras a que se refiere el papa Francisco.
También es verdad que en la ideología neoliberal, los pobres son instrumentos de producción, mano de obra barata, no personas con dignidad que viven y sostienen familias. Son piezas prescindibles cuando así conviene. Lo importante es la maximización de las utilidades, y si un robot puede sustituirlos, se les despide, no se les capacita o se les abren nuevas opciones. Eso también es ideología.
Pero volviendo a los papas, conviene recordar la Doctrina Social de la Iglesia, que se resume en que debe haber tanto Estado como sea necesario y tanta sociedad como sea posible. Ésta es la fórmula dual que bajo la guía de la prudencia elige los medios, los modos, los cuándos, los cuantos y hasta dónde, el Estado interviene en auxilio de la sociedad, de toda y de todos. También define la temporalidad. Para ello se esgrimen dos principios: la solidaridad y la subsidiaridad, en el marco del bien común. Éste es, precisamente, uno de esos momentos donde el Estado y la sociedad deben regirse, cada cual en su papel y según sus posibilidades, bajo esos principios para normar la acción que será necesaria para atender la crisis social consecuencia de la pandemia de COVID-19.
Sería muy extenso para este espacio señalar que junto a la solidaridad, debe aplicarse el principio de la subsidiariedad, pues al complementarse ambas acciones, se ayuda al necesitado y se impulsa a todos a ser sujetos del propio desarrollo.
El papa Benedicto XVI, en su encíclica Caritas in veritate, señalaba que: “El principio de subsidiaridad debe mantenerse íntimamente unido al principio de la solidaridad y viceversa, porque así como la subsidiaridad sin la solidaridad desemboca en el particularismo social, también es cierto que la solidaridad sin la subsidiaridad acabaría en el asistencialismo que humilla al necesitado”.
Te puede interesar: La 4T es un peligro para México
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com