Ante el señalamiento de lo increíble que resulta que un gobierno que dice ser diferente, que rompe con el pasado y es honesto, el presidente calla o purifica y elogia a quienes son señalados.
El triunfo arrollador de Morena en las elecciones de 2018 fue una verdadera sorpresa. Las encuestas preveían, sí, que ese partido ganaría, pero nunca de manera tan contundente como lo hizo. Fue un resultado de difícil explicación, aunque resultó evidente que la mayoría de los votos que le dieron el triunfo emigraron del PRI. ¿Cuál fue lo que motivó a los electores para ese abrupto, masivo e inesperado cambio? ¿El hartazgo con el PRI? ¿La corrupción? No parece muy claro, cuando la sociedad había sacado el PRI de la presidencia en el 2000. La corrupción no fue nueva, era de siempre y quienes apoyaban al Revolucionario Institucional no se habían sentido incómodos por ello. ¿Existió el pacto entre Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador para que, a cambio de impunidad del primero, canalizara votos para el segundo?
Como es bien sabido, más que partido político, Morena es un movimiento con un líder carismático en una sociedad con poca formación cultural y política, que prestó oídos a sus promesas que desde su toma de posesión mostró que aunque habla de una cuarta transformación, como si antes sólo hubiera habido tres, definidas unilateralmente por él. La integración de su equipo de gobierno demostró que llevaba con recogedor la basura pública del PRI. Exmilitantes distinguidos del Revolucionario Institucional y de los gobiernos del pasado, ilustres por sus malos manejos del pasado, fueron “lavados” por el hecho de formar parte del nuevo gobierno.
Ante el señalamiento de lo increíble que resulta que un gobierno que dice ser diferente, que rompe con el pasado y es honesto, el presidente calla o purifica y elogia a quienes son señalados. Y cuando han empezado a surgir síntomas de corrupción –a la cual iba a combatir–, incluyendo a los actos de su hermano para beneficiar al partido del cual obtuvo el apoyo para llegar al poder, o los minimiza o los ignora.
Pero la cereza del pastel ha estado a la vista de todos en torno a la elección del nuevo presidente de Morena, después de que Yeidckol Polevnsky, quien fuera secretaria general de Morena y quedara como presidente interina, manejara el partido con opacidad y fuera denunciada por sus propios compañeros como corrupta, emergió la fragmentación del partido, impulsada por la ambición de poder, y quizá de los cuantiosos recursos que se asignan al partido por el INE.
Los militantes de Morena nunca pudieron ponerse de acuerdo de manera civilizada, para elegir a su nuevo presidente. Los tiempos marcados por el INE para realizar la sucesión se cumplieron, y a pesar de la recomendación de su “líder moral”, el presidente de la República de que fuera mediante una encuesta como se definiera a quien habría de encabezar a Morena, no le hicieron caso y, finalmente, ese método se está aplicando por el INE.
Más allá de la conveniencia o no, de las ventajas o desventajas de que el método electoral sea una encuesta, el hecho es que el método no fue de agrado, aunque inicialmente lo aceptaron, de los contendientes finales. El resultado con un “empate técnico”, terminó de exacerbar a las facciones, y ante la auto proclamación de Porfirio Muñoz Ledo de su triunfo, y la acusación de fraude en el proceso (cantaleta preferida por López Obrador, que ha marcado todo un estilo en el partido), sus rivales respondieron con una denuncia penal contra el ex priista.
Morena es un arlequín de desertores de otros partidos, atraídos por el oportunismo o por el imán de Andrés Manuel López Obrador, ante la expectativa de que habría de ser el ganador en 2018, a pesar del triste espectáculo que dio en los debates frente a los otros candidatos. ¿Sabrían algo quienes así actuaron, que decidieron abandonar sus antiguas militancias para sumarse al morenismo?
Carente de estructura partidista, y con dirigentes locales que buscan su provecho antes que el del partido o del país, como ocurrió ante el llamado de Plutarco Elías Calles para conformar el Partido Nacional Revolucionario, abuelo del PRI, Morena camina sin rumbo definido, sin autoridad moral, pues sus propios militantes se han encargado de evidenciar la suciedad de que está conformado.
Con todos estos y esa “autoridad” moral, Morena pareciera ir arriba en las encuestas de opinión pública en vistas al proceso electoral del año próximo. Pareciera seguir beneficiándose de la figura de Andrés Manuel López Obrador, quien hace hasta lo imposible para seguir en campaña y asegurar mayoría en la Cámara de Diputados para la segunda parte de su periodo.
Las elecciones intermedias siempre se habían caracterizado por la disminución de los votantes y la pérdida de apoyo del partido en el poder, como consecuencia del desgaste de la figura presidencial. Pero el actual proceso resulta atípico, ya que se han empatado procesos electorales que hacen de la próxima la mayor de las que ha habido en la historia en cuanto a cargos políticos en juego a nivel federal, estatal y municipal. Por lo tanto, no resulta comparable a las del pasado.
El presidente no pudo estar en la boleta, como pretendía, respecto a la ratificación de su cargo, pero con su consulta popular de juicio a los expresidentes, primero, o a los funcionarios del pasado, ahora, y con los festejos empatados de la caída de la Gran Tenochtitlán y el bicentenario de la Independencia, junto con sus mañaneras, se las arreglará para hacer campaña disimulada, buscando dar a su partido, la popularidad que éste pierde día a día.
Te puede interesar: Al diablo las instituciones
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com