México sigue sin tener un rumbo claro que genere confianza económica para salir adelante. Por el contrario, las decisiones gubernamentales caminan en la dirección contraria.
Si la vida es frágil y puede cambiar en cualquier momento como consecuencia de la enfermedad, los accidentes y hasta la muerte, la economía no lo es menos. En las últimas fechas hemos visto la vulnerabilidad de la economía internacional. Ha sido suficiente la crisis del coronavirus en China para alterar su ritmo de producción y generar efectos en cascada que empezaron a dar síntomas de enfermedad económica. Y, por si fuera poco, ahora el derrumbe de los precios del petróleo vuelve a mostrar cómo, a pesar de los esfuerzos por generar fuentes alternas de energía, el mundo sigue dependiendo del petróleo.
Esta situación se globalizó de inmediato, manifestándose en dos ámbitos que actúan como termómetros de la estabilidad económica: las bolsas de valores y el precio de las divisas. Los mercados financieros muestran en estos casos, los temores de inversionistas, por un lado, y los riesgos del intercambio comercial por el otro.
Ya para este año se habían dado algunas voces de altera de lo que podría ser un estancamiento de la economía internacional, lo cual sin ser todavía preocupante, si era un llamado de atención para que se tomaran las medidas necesarias en las economías de los países. Pero los fenómenos ya señalados han advertido que lo que antes se previó como un estancamiento –en México ya lo teníamos– ahora se va a convertir en una baja de las economías más fuertes.
Lamentablemente, México no parece estar preparado para enfrentar este tsunami económico que se nos viene encima. Si el año pasado, cuando todavía la economía internacional mostraba avances, tuvimos un estancamiento casi recesivo, ahora las esperanzas de crecer se verán afectadas. Y México sigue sin tener un rumbo claro que genere confianza económica para salir adelante. Por el contrario, las decisiones gubernamentales caminan en la dirección contraria.
Hasta el momento, las autoridades no parecen tener respuestas claras para enfrentar la crisis. Por lo pronto, el presidente López Obrador se mostró entusiasta de que se había detenido la caída de producción de petróleo, como si eso fuera un salvavidas, cuando el problema, precisamente, consiste en la sobreoferta a precio reducido del energético, aunque con la devaluación del dólar habría que compensar para saber con ello qué ganamos, si es que baja el precio de la gasolina a nivel internacional. Pero, en fin, son muchos los factores que van a entrar en juego. Esperemos que Pemex haya adquirido y pagado los seguros de protección sobre el precio del barril, para que las pérdidas de la paraestatal, ya de por sí escandalosas, no se multipliquen más.
A esto se agrega la estructura del presupuesto del gobierno federal y los efectos sobre la deuda. A eso habrá que agregar la afectación sobre los precios de otros productos que pudieran afectar los pocos proyectos de inversión pública. ¿Qué va a pasar con dos bocas? Si ya antes se consideraba una inversión inoportuna, cuál es la expectativa que se plantea ahora. Lo mismo los proyectos del aeropuerto de Santa Lucía y el Tren Maya.
El gobierno federal ya ha dado muestras de tener afectaciones en sus ingresos recaudatorios, y aunque gracias al terrorismo fiscal que se ha iniciado y las recuperaciones que está obteniendo le han llegado recursos adicionales, eso difícilmente compensara la pérdida que podría registrarse como consecuencia de la caída, ahora sí franca, en una recesión.
¿Cuál va a ser el comportamiento de la economía internacional y durante cuánto tiempo durará la guerra de precios del petróleo? Imposible saberlo. Pero la experiencia del pasado nos enseña que este tipo de crisis es lo que más la golpea. Las caídas son rápidas y las recuperaciones lentas. Una vez dado el golpe, sus efectos duran aunque pueda haber ajustes, debido a que no todos los países ni todas las empresas se recuperan con rapidez ante estos fenómenos.
Por su parte, los efectos del coronavirus no son claros. Las confusiones, el alarmismo o los efectos reales de la enfermedad están generando miedo. China, el gigante económico que no pintaba en el pasado y poco a poco se convirtió en un consumidor y productor de envergadura, va en retroceso. No sabemos hasta dónde llegará el freno que ha metido y cómo y cuándo reiniciará la marcha.
Lo único seguro, por el momento, es que pare afecto de la economía mexicana es que a la incertidumbre interna que ya existía, se suma la incertidumbre internacional. Si antes no se consideraba que el equipo económico del actual gobierno tuviera los tamaños para fortalecer el desarrollo del país, ahora menos. Quizá será necesario que se hagan ajustes tanto en el equipo como en la política económica de la actual administración, antes de que se produzca un desastre.
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