Distinguir la ficción de la realidad es necesario para conservar el equilibrio personal y social.
Entre los géneros literarios, las series televisivas y el cine, se han puesto de moda los temas históricos, ya sea referentes a sucesos o biografías. Este es un modo ágil de atraer la atención de quienes no tienen o tuvieron, mucho interés por atender a sus clases de la materia en la vida escolar. El desafío es bueno, pero también peligroso. Si de por sí la historia ha sido manipulada por los vencedores de las contiendas para imponer su verdad y descalificar al vencido, cuando se introduce el tema en la literatura imaginaria o en las estrecheces de los medios audiovisuales, el peligro se acrecienta.
En algunos casos debo confesar mi admiración por estos esfuerzos y sus resultados, pues pese a sus limitaciones, obtienen productos valiosos e interesantes que, incluso, pueden servir de impulso para que los lectores o audiencias se interesen en profundizar en estos temas. Sin embargo, como suele ocurrir aún con la literatura de ficción, cuando ésta se lleva al cine, el resultado es decepcionante, pese a la espectacularidad de la obra, como ocurrió con El Cid y Taras Bulba, en aquellas espectaculares pantallas donde las batallas campales lucían como nunca antes.
En temas de historia de México, hace algunos años leí El Dios de la Lluvia Llora sobre México, de László Passuth. Verdaderamente me fascinó y provocó en mí un interés por acercarme a ese momento fundador de nuestra nación, sobre el que tanto se habla para denigrarlo. El autor, de origen húngaro, hizo su obra sin conocer México, pero estudió ampliamente a quienes narraron la conquista y logró recrear aquel momento, no sólo en sus hombres, sino hasta en su geografía. En reconocimiento a lo alcanzado, el gobierno lo invitó a conocer el país sobre el cual había escrito. Vino y como consecuencia de su visita, escribió otra obra: Mi Encuentro con el Dios de la Lluvia. En la obra no oculta su admiración por la gesta de Hernán Cortés.
Ahora se ha realizado la serie televisiva Hernán, con importantes omisiones y errores que pretenden imitar otras series semejantes, pero se quedó muy corta, no sólo por la brevedad, sino por la caracterización de los personajes, desde mi punto de vista. Este ejercicio contrasta con las series Isabel y Carlos de la Televisión Española, que sin duda son mucho mejor logradas.
El problema de estos intentos radica en pretender adivinar los pensamientos de los personajes, rebasando los hechos constatados, con lo cual falsifican a las personas y las traicionan, y esto suele ocurrir cuando con la obra se pretende inducir un juicio que escapa a las posibilidades del género y de lo mostrado.
Pero estos intentos ya rebasan el género histórico. Ahora se ha producido una película, Los dos papas, donde se proyecta una supuesta relación-comparación, entre los papas Benedicto XVI y Francisco, que ha levantado una gran polvareda, pues al mezclar hechos reales, palabras que se dice son verdaderas pero están sacadas de contexto, y una pretensión de dar una visión de los caracteres, de la doctrina, del estilo y de la obra de los pontífices, falsifica y deforma la verdad, para crear esa “realidad” de la imagen, cuyo impacto penetra tanto en quienes desconocen a los personajes, su vida, su pensamiento y su acción, sustituyéndola con retazos que más que construir un arlequín, resulta un muñeco deforme como algunos que pretendieron convertir en favoritos de los niños.
Es necesario conocer las limitaciones de estos géneros de comunicación y ser críticos ante ellos, pues tienen la fuerza de “construir una realidad”, que es semejante a las mentiras que hoy circulan en las redes, pero que se nos presentan como verdades, deformando nuestra visión de la realidad y alejándonos de la verdad, cuando ésta es la razón de ser de la comunicación.
Distinguir la ficción de la realidad es necesario para conservar el equilibrio personal y social. Montar discursos sobre la imaginación novelesca, como ha ocurrido a los ingenuos que creen que el Código da Vinci responde a la verdad, es sumamente peligroso en un mundo donde se nos pretende hacer comulgar con ruedas de molino, pretendiendo que las cosas existen porque están en mi mente, como ocurre con el tema de la “ideología de género”, que, a partir de una supuesta construcción cultural, pretende identificarla con la realidad. Y, lo que es peor, busca imponer que esa ficción la aceptemos todos como una verdad absoluta y llevar a la cárcel a quien no se pliegue a ella.
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