Que México tenga relaciones diplomáticas con la dictadura de Maduro no tiene nada extraño, el Gobierno Mexicano ha justificado siempre sus vínculos diplomáticos con casi todos los países, invocando la Doctrina Estrada de no injerencia en los asuntos de otras naciones. Doctrina que nació para distinguir lo que se puede entender como “un reconocimiento” de un gobierno, como se usaba antaño y se practica aún en algunos casos. Ciertamente no corresponde a otra nación, reconocer a un gobierno, independientemente de la forma como se genera.
Sin embargo, México no siempre ha sido fiel a dicha doctrina, ya sea porque rechaza a algunos o porque “apapacha” a otros.
Es conocida y hasta elogiada, la decisión del Presidente Lázaro Cárdenas de no reconocer al gobierno de Francisco Franco. Postura que duró sexenio tras sexenio hasta que murió el gobernante y José López Portillo decidió restablecer relaciones diplomáticas y nombró al expresidente Gustavo Díaz Ordaz como primer embajador en ese país. También se recuerda la postura de Luis Echeverría ante el gobierno de Augusto Pinochet. También López Portillo rompió relaciones con el gobierno de Anastasio Somoza. Y recientemente la posición de Andrés Manuel López Obrador respecto de las elecciones en Ecuador en las que triunfó Daniel Noboa. Otro tanto hizo respecto de la destitución del presidente Pedro Castillo y el arribo al poder de Dina Boluarte. En esos casos, de un modo o de otro el Gobierno Mexicano se ha metido con la política de otros países.
Podemos mencionar, de paso, la ridícula posición de López Obrador ante el Gobierno de España por no pedir perdón por la Conquista de México y poner en “pausa” -cualquier cosas que eso pudiera significar- y mantener distancia con ese país.
Ahora, después del señalamiento internacional del nuevo fraude de Nicolás Maduro para reelegirse en el gobierno de ese país, Claudia Sheinbaum ha anunciado que habrá una representación de México en la toma de posesión del mandatario. Nadie está pidiendo una ruptura de relaciones, lo que sí resulta exagerado es que a pesar del gobierno autocrático que hay en Venezuela desde Hugo Chávez, el Gobierno de México ha mantenido con ese país relaciones preferenciales de tipo comercial que algunos han señalado de turbias.
La diferencia en el trato con algunos gobiernos depende de la llamada geometría política: repudio a la derecha, cercanía o apoyo a la izquierda.
El Gobierno de Lázaro Cárdenas apoyó a la República Española en la Guerra Civil y ante la derrota de la misma. También a quienes, como David Alfaro Siqueiros, se integraron a las fuerzas internacionales que combatía a su favor en contra de los franquistas. También en su sexenio hubo una gran cercanía con la Unión Soviética, imitando algunas de sus políticas y apoyando la vinculación de Lombardo Toledano con ese país.
También hay que recordar la histórica posición de apoyo a Cuba frente a la dictadura de Fidel Castro y que aún se mantiene con préstamos incobrables, envíos de petróleo y otras mercancías, así como la contratación onerosa de médicos cubanos que son una explotación para los galenos, pero un buen negocio para ese país.
Su cercanía con la izquierda fue manifiesta con el gobierno de Augusto Pinochet, y así se ha mantenido con los países miembros del Foro de Sao Paulo, en donde, incluso ha tenido presencia el PRI y en su momento el PRD. Otro tanto ha sido con el Grupo de Puebla, fundado por Cuauhtémoc Cárdenas.
Resulta clara la afinidad de una corriente política de nuestro país, que data del mismo PRI, con las autocracias de izquierda o, más bien dicho, con las dictaduras y gobiernos totalitarios de dicha tendencia. Esta situación contrasta con aquellos gobiernos que se califica como de derecha, independientemente de que hayan sido resultado de elecciones o de golpes de Estado.
Será interesante observar cuál va a ser la actitud del Gobierno de México en la toma de posesión de Donald Trump, con quien ya desde ahora se han manifestado fricciones. No tardaremos mucho en verla.
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