La esperanza de Morena es la popularidad del presidente, sostenida en mentiras, contradicciones y demagogia pura.
Toda fuerza política que llega al poder aspira, legítimamente, a renovar el mandato que le dan los electores en una democracia. Ésta se considera como un medio de evaluación de una gestión gubernamental y, si ha sido exitosa, seguramente será ratificada por quienes así lo evalúan. En caso contrario, las urnas sirven para sacar del poder a quienes no cumplen, son ineficientes o, simplemente, no responden a las aspiraciones de los electores.
Se trata de un ideal político en el cual los ciudadanos son analíticos, críticos, informados y evaluadores con fundamento en información dura que les permite asumir una decisión madura y responsable. Sin embargo, bien sabemos que no siempre, sino más bien raras veces, así ocurre, incluso en las democracias que se ha dado llamar en “maduras” por su larga tradición. Por eso, es más fácil que en las democracias jóvenes y de reciente instauración, sin una tradición que las sustente y sin ciudadanos demócratas que las respalden, se trata de procesos frágiles que pueden ser revertidos.
Antiguamente se afirmaba que la democracia como forma legítima, podía corromperse y derivar en demagogia. Hoy se sabe que ésta todavía puede resbalar más y transformarse como populismo, una forma de seducción y corrupción disfrazada hacia el pueblo, sometiéndolo sensitivamente mediante emociones o sujetándolo mediante dádivas que pueden disfrazarse como programas sociales. Son formas sutiles de compra de adhesiones y votos que, sin embargo, son muy eficaces.
Muchas de estas adhesiones sentimentales generan fanatismos que rayan en la locura, como fue el caso del nazismo, que fue capaz de impulsar al pueblo alemán, reputado por su racionalismo y reciedumbre, pero que fueron prácticamente hipnotizados por un líder carismático, sostenido por el resentimiento derivado de los Tratados de Versalles con los que se puso fin a la I Guerra Mundial y que humillaron a esa nación. Por eso, la oferta ultra nacionalista y reivindicatoria prosperó y derivó en la II Guerra Mundial.
Escenarios montados sobre los resentimientos sociales han prosperado en distintos lugares y tiempo. En América Latina el pasto seco se ha prestado siempre para provocar incendios con alto costo. Las injusticias, la corrupción, las grandes desigualdades y la pobreza han dado pie en nuestras naciones a que prosperen ofertas populistas disfrazadas de izquierda que tienen confundidos y sometidos a muchos pueblos, sin que encuentren una verdadera solución a sus problemas.
En México ha ocurrido otro tanto. Después de la “dictadura perfecta” que sometió al país durante prácticamente todo el Siglo XX, se buscó una salida que, aunque encabezada electoralmente por el PAN y con el liderazgo de Vicente Fox, se constituyó en una alianza tácita de quienes querían un cambio a como diera lugar. Participaron panistas y ciudadanos procedentes de distintos campos de la vida social, porque querían un cambio “hoy, hoy, hoy”. Sin embargo, no fue posible porque, aunque se alcanzó la alternancia en la Presidencia, el poder legislativo quedó bajo el control de las antiguas fuerzas políticas que, a pesar de promesas de apoyar cambios necesarios, a última hora daban la vuelta y no cumplían. Se ratificó así el sentimiento de la ingenuidad el PAN. Y el PRD de entonces actuó como primo hermano del PRI, resistiendo la transformación del sistema.
El presidente Calderón llegó al poder con grandes dificultados y gracias al apoyo del PRI con quien ignoramos si hubo un precio que tuvo que pagar más tarde. Su gestión no tuvo mayor éxito, al incorporar a su administración a expriistas o a los juniors de priistas a su administración y a la PAN. Fue así como Acción Nacional empezó a perder su perfil y el prestigio moral que lo acompañó en lo que entendían como “brega de eternidad” y que para Carlos Castillo Peraza los dotaba de una victoria moral. Ciertamente en el PAN hay de todo, pero el control del partido no está en manos de los herederos de esa vertiente política. Josefina Vázquez Mota tuvo que luchar contra el adversario de frente y el abandono de la retaguardia, por no hablar de traiciones. Por eso el PRI volvió a hacerse del poder.
De Peña Nieto no vale la pena hablar. Logró apoyos transformadores que generaban ciertas esperanzas, pero los echó al basurero de la historia con la corrupción de su administración y con el apoyo que con ello dio a Morena para que se hiciera del poder con un voto histórico que, sin duda, salió de las filas del PRI, al igual que muchos de los funcionarios del pasado de ese partido, entre ellos de los más corruptos que hoy “adornan” la administración federal.
Ahora Morena se prepara para un nuevo triunfo electoral. No se basa ni en la eficacia, ni el buen desempeño de la Administración Pública, ni en el combate a la corrupción o a la delincuencia, ni en el mejor sistema de salud estilo nórdico, porque como tal, resulta mal evaluado por la ciudadanía. Su esperanza -que para muchos es desesperanza- es la popularidad del presidente, sostenida en mentiras, contradicciones y demagogia pura, que lo revisten con las altas cualidades populistas que lo hacen capaz de arrastrar masas seducidas y compradas. Y aunque no será él el candidato, Porfirio Muñoz Ledo, experto en movimientos maquiavélicos, ya nos ha advertido que podría renunciar a su cargo para ser jefe de la campaña electoral de la corcholata destapada, para ser la nueva sombra del caudillo de quien encabece la fórmula de Morena, y de la próxima Administración. Ésa es la apuesta para perpetuarse en el poder.
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