Ahora tenemos en la Presidencia a un remedo mal hecho del echeverriísmo, algunas de las condiciones que se van dando se asemejan a las de aquellos tiempos.
Las relaciones entre Jesús Reyes Heroles como presidente del PRI y Luis Echeverría presidente de México no fueron buenas. A pesar de que el político veracruzano le había ayudado a destituir a Manuel Sánchez Vite del tricolor, sus líneas políticas y los grupos respectivos no eran compatibles. La muestra final de las diferencias se dio a conocer en el destape del sucesor de LEA, como era conocido.
Cuando se inició la efervescencia por la sucesión, Reyes Heroles quiso atajar a los impacientes afirmando que primero sería el programa político de la campaña y luego el hombre. Sin embargo, ésa no era la línea del Presidente quien, quizá, interpretó ese posicionamiento como una forma de encasillar a su candidato, por lo que antes de que estuviera el programa, destapó a su amigazo José López Portillo, con quien, entre otras cosas, había viajado a Chile en su juventud. A pesar de ser Secretario de Hacienda y éste no ser un puesto muy popular, lo hizo candidato y en medio de la confrontación, la división, la violencia y la crisis económica que llevó al país a la primera de una serie de devaluaciones por la mala administración de las finanzas públicas, López Portillo utilizó en su campaña el lema de “La solución somos todos”, que iba en un sentido diferente de lo que había sido el gobierno de Echeverría.
Si bien, ahora tenemos en la Presidencia a un remedo mal hecho del echeverriísmo, algunas de las condiciones que se van dando se asemejan a las de aquellos tiempos, pero por parte del oficialismo la operación política es al revés: primero las corcholatas y después el programa. Al fin que ya sabemos que éste carece de importancia para la mentalidad morenista, como se comprobó con el dizque Plan Nacional de Desarrollo del actual gobierno. Y eso que la izquierda fue la promotora de los planes gubernamentales.
Por otra parte, como Diógenes, la alianza de los partidos de oposición anda en busca del candidato que enfrente a la corcholata que finalmente destape AMLO. Tarea difícil ante las diferencias ideológicas de los tres partidos que, sin duda, tendrán que posponer si quieren ponerse de acuerdo. De ahí que esta vez sí sea necesario –y ojalá estén trabajando en ello- hacer un programa para la campaña que sea aceptable y compatible para todos, con un enfoque práctico y efectivo para atender el desastre que está haciendo la actual administración y que aspirar a heredar y componer.
Una vez que se pongan de acuerdo, es necesario encontrar el candidato capaz de ejecutarlo y presentarlo a toda la sociedad, de tal manera, que despierte adhesiones y entusiasmo. Un programa que, desde luego, no debe ser ni estatista ni gobiernista, sino una propuesta para el Estado, donde la sociedad: familias, estudiantes, profesionistas, empresas, campesinos, trabajadores, organizaciones de la sociedad civil sean reconocidos e incorporados con reconocimiento y tareas específicas de colaboración con el gobierno. Esta vez se trataría, en la práctica y no como simple lema, la afirmación de que la solución somos todos.
La unión y colaboración entre sociedad y gobierno, respetando ámbitos de competencia con visión subsidiaria y solidaria, es algo que ha estado pendiente en la transición política. Y aunque en la administración de Fox se hicieron algunos esfuerzos, sobre todo desde SEDESOL, no fue una visión transversal que se aplicara en todas las áreas. Ésa fue una de las fallas del foxismo. Lo mismo ocurrió con Felipe Calderón, y, por supuesto, era algo imposible de pedir a Enrique Peña.
Adicionalmente, tiene que ser una propuesta federalista, de beneficio a municipios y estados, que pueda ser operada por estos niveles de gobierno, muchos de los cuales son gobernados por autoridades surgidas de Morena, pero que también necesitan operar en beneficio de la sociedad si es que quieren seguir teniendo peso político y apoyo. Como se dice en distintos ámbitos de la actividad humana, debe ser un programa de ganar-ganar.
De esta manera, la oposición podría dejar de ser reactiva y ser proactiva, incluso como una forma de contrastar con las incapacidades del actual gobierno e, incluso, desmintiendo los mitos de los actuales programas sociales, con afirmación de lo válido y con cambios en lo que ha resultado inoperante.
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