Las transformaciones de las naciones no se hacen ni se imponen por decreto.
Ha transcurrido un año y hemos sobrevivido entre sobresaltos. Con un voluntarismo que cree que puede construir la realidad, Andrés Manuel López Obrador está inmerso en una aventura política que hasta el momento no ha dado resultados. Uno de sus problemas radica en que por anticipado al juicio de la historia, se ha equiparado a la altura de los héroes oficiales de la historia y decretado que su gobierno es equiparable a lo que él califica como tres transformaciones anteriores, como si lo que ha elegido sea, efectivamente, la definición esencial de México.
Aunque hay quienes han escrito una historia oficial en el pasado, apoyados en que se consideran vencedores de sus adversarios y cuya visión es la única admisible, bien sabemos que así como el Presidente dice tener “otros datos”, también hay otras historias. La oficial de cada momento no es la única versión de la vida de México, y a pesar de los intentos de acallar las voces disidentes, las otras versiones han sobrevivido y sirven de contraste.
Ser historiador no es fácil, e intentar serlo desde la tribuna presidencial, es prácticamente imposible. Intentar escribir la propia historia, llena de autoelogios, de supuestas verdades y declarando la obtención de grandes éxitos, resulta ridículo. Lo vimos en la posrevolución del siglo pasado. Quienes consideraron haber alcanzado grandes logros y merecer un lugar trascendente en la historia, hoy están acosados por la crítica y desautorizados por los críticos de diversas corrientes ideológicas e intelectuales. El mismo Presidente se ha encargado de asestar continuos golpes a sus antecesores y está construyendo, sin darse cuenta, el mismo escenario en el que es juzgado, ya desde ahora. Y por más que construya foros en los que pretende exaltarse, no estamos en la era del PRI, donde la crítica estaba casi ausente o en voz baja.
Gracias a la transición, aún inconclusa, y a la alternancia política, se han abierto cauces, foros e instancias donde a pesar de los intentos de acallar la crítica, ésta está presente. La era digital permite que las voces plurales sigan resonando. La censura es imposible y los intentos de imponer silencios encuentran mucho más dificultades que hubo cuando la prensa requería de insumos, tecnología y cauces limitados para difundirse. Hoy el espectro está abierto y difícilmente se acallará.
Más allá del festejo en el Zócalo, otras voces se pronunciaron en el país para manifestar su inconformidad con las medidas adoptadas por el actual gobierno. Particularmente destacaron los pronunciamientos pidiendo un cambio en las políticas de seguridad, ya que el país está en medio de una ola de violencia que riega de sangre ciudades y el campo. La creación de una Guardia Nacional no ha significado avances, no digamos significativo, sino cuando menos notorio.
También existe inconformidad con el estancamiento económico, que tiene al país al borde de la recesión y sin muchas esperanzas de que la tendencia cambie para el 2020. Y la percepción es que el supuesto cambio que se está impulsando, además de tener como centro la figura del Presidente, el centralismo y la sumisión de todo lo que signifique gestión de gobierno, esto se interpreta como un intento de insertar a México en la corriente ideológica impulsada por el Foro de Sao Paulo, que pretende el impulso hacia el socialismo.
El tono ideológico con que se pretende conducir al país, es el mismo que ha empezado a ser repudiado en los países centro y sudamericanos donde se ha experimentado en las últimas décadas y cuyo fruto es el fracaso que tiene hundidas muchas economías o disminuidas o canceladas las libertades. ¿Es ésa la transformación que se pretende? Si es así, el Presidente no habla claro.
Las transformaciones de las naciones no se hacen ni se imponen por decreto. Las autoridades pretenderán, en todo caso, imponerlas por la fuerza. Sin embargo, está demostrado que cuando así ocurre, hasta los pueblos más indolentes despiertan, se levantan y resisten. México, sin duda, no es un pueblo dormido, y aunque hay muchos ingenuos o ignorantes que no entienden lo que significaría una transformación regresiva, cuando sientan en carne propia los efectos de la misma, hasta quienes se sentían aliados del proyecto terminarán por rebelarse.
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