El Presidente de la República ha ocupado los últimos días en “inaugurar”, inconclusas, algunas de las obras emblemáticas de su sexenio, tratando de dar la impresión de que ha cumplido sus compromisos. En realidad, se trata de una simulación al estilo de algunas del pasado que tanto aborrece y que, sin embargo, forman parte de su ADN priísta.
Tanto en la refinería de Dos Bocas como en el Tren Maya hay pendientes. En el mismo aeropuerto Felipe Ángeles, aunque ya está abierto a la navegación aérea y se ha forzado a algunas líneas aéreas a trasladar algunos de sus vuelos a esa terminal y se pretende que Mexicana de Aviación tenga ahí su base, lo cierto es que no se ha logrado el objetivo que se planteó al construirlo, como una verdadera alternativa de comunicación para desahogar el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Y aunque llegue a funcionar como se propuso, lo cierto es que está muy lejos de responder a lo que se pretendía alcanzar con el nuevo aeropuerto en el Lago de Texcoco.
Poco se habla ya del daño que se produjo al cancelar el aeropuerto de Texcoco, no sólo en lo que habría significado de conectividad nacional e internacional, sino tampoco de los altos costos que significó su cancelación y la pérdida de recursos y trabajo humano que ello representó. Uno de los problemas es la conectividad terrestre, no solo para llegar o salir de ahí, sino para conectar con el aeropuerto Internacional.
Otra obra a medio inaugurar y que la recibió del sexenio pasado, es el tren México-Toluca que permitiría una gran capacidad de movilidad a los grupos humanos que diariamente se movilizan entre las dos ciudades. La desidia llevó a que a estas alturas se trabaje a toda prisa y, probablemente, se vuelva a heredar esta obra al próximo sexenio.
El Presidente presume haber rescatado PEMEX porque utilizó recursos federales para cubrir parte de su deuda, pero eso no significa que la empresa que otrora fuera la empresa insignia del Gobierno Federal y que le aportaba grandes recursos. Ahora, en cambio, está quebrada y muy lejos de poder ser una empresa ejemplar. No hay nada de qué presumir. Y no porque en el pasado haya sido mejor. Prometió que no habría gasolinazos e, incluso, que bajaría el precio de la gasolina, cosa que no ha ocurrido a pesar de que la paridad del peso frente al dólar ha mejorado. Se cumple aquello de que la gasolina sube cuando lo hace en el extranjero, pero no baja cuando allá ocurre otro tanto. Y ciertamente que sí ha habido gasolinazos por la misma causa que los había en el pasado, pero el cuento ha cambiado.
El tema del sistema de salud es otro caso, a nadie se puede engañar con lo ocurrido y la construcción de una Mega farmacia no sustituye al desastre hospitalario y a los millones de mexicanos que se quedaron sin atención médica con los experimentos de la 4T y la fallida promesa de un sistema como el de Dinamarca, pues el actual no da siquiera un buen servicio a la misma población de aquel país.
Este sexenio parece haber salido de la serie de novelas de Luis Spota sobre la costumbre del poder. En una de las cuales se relata cómo el presidente en turno inaugura un ferrocarril que apenas tiene las vías suficientes para simular que el servicio está en marcha y la obra terminada. Tal parece que Spota no solo reproducía casos del pasado, sino que también estaba presagiando el futuro que hoy es presente.
Las obras “concluidas” de última hora suelen tener muchas fallas que tienen que corregirse cuando ya están en servicio e, incluso, suspenderse por momento. No sólo por accidentes como el de la Línea 12 de Metro, sino porque no se previeron las posibles afectaciones que podría haber, como ocurrió con la carretera de cuota a Oaxaca, inaugurada por Carlos Salinas de Gortari, pero que no sólo requirió de continuas reparaciones, sino que además era un peligro por los continuos deslaves y no pequeños.
¿Cuál será el costo de la prisa de las obras de última hora? Quizá no se llegue a saber, pues cuando efectivamente ya están en servicio, las reparaciones y correcciones suelen ocultarse y se presentan como mantenimiento.
Esta es una historia vieja del sistema político mexicano, que como ocurre en las series de televisión, al terminar un capítulo surge el consabido letrero: Continuará.
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