Una ola de asombro e indignación recorre el país. El descubrimiento del campo de entrenamiento y de exterminio atribuido al Cartel Jalisco Nueva Generación, ya comparado con el escenario dantesco de los campos de concentración nazis, constituye la triste revelación del grado de degradación a que se ha llegado en la sociedad mexicana. Es el fruto de un proceso iniciado hace tiempo, pero que fue acelerando poco a poco en los últimos años, y que llegó a un nivel no sospechado –pero ya evidenciado- con las omisiones del sexenio pasado. La no política de seguridad nacional, sintetizada con la lamentable y cínica expresión de “abrazos, no balazos” potenció la fuerza y expansión del crimen organizado.
Teuchitlán, Jalisco, nos ha golpeado en la cara a sociedad y gobierno. Resulta fácil atribuir toda la culpa y responsabilidad a las autoridades, por omisión que suena a complicidad, pero el fenómeno es más grave y de responsabilidad. Se pretextó atacar las causas, pero lo cierto es que lejos de hacerlo, se han profundizado. Y aún si hubiera habido acciones de fondo para atender las causas, se habría requerido como pinza, el combate efectivo a la delincuencia y no la simulación o la orden de no acción a las fuerzas del orden, pretextando una mal entendida visión de los derechos humanos.
Ya en el año dos mil, el Episcopado Mexicano realizó un diagnóstico de la realidad mexicana, incluyendo la problemática religiosa y social, donde encontraron, junto con algunas luces positivas, carencias enraizadas desde la identidad nacional, la falta de congruencia de vida, los problemas de la pobreza y subdesarrollo, así como del déficit educativo. Y no es el único diagnóstico que se ha hecho en este país, pero parecen inútiles, porque no existe una voluntad de atender y atacar unidos, los problemas para resolverlos.
Uno de los problemas más graves es el educativo. Por una parte, muchos padres renuncian a asumir una educación de sus hijos, con la pretensión de que se les eduque en la escuela. Pero aunque la Secretaría responsable del tema diga que es de Educación, ni ella ni los docentes son auténticos educadores. Es más, ni siquiera se ha instruido adecuadamente en los conocimientos elementales. El sistema educativo mexicano ha sido incapaz de compatibilizar con los valores fundamentales del pueblo de México. Por el contrario, ha operado para erradicarlos, generando con ello un vacío existencial y frustrado su fruto: la cultura.
La educación comprende la formación integral de la persona humana que es espíritu, razón, sentimientos y cuerpo. La carencia espiritual de nuestra educación, so pretexto del laicismo, en el fondo es la causa de la masacre que a todos horroriza. La ausencia de Dios en la vida del hombre impide que la vida tenga sentido trascendente y solo se piense en lo inmediato, aceptando, incluso, que es efímero. Se asume aquello de que “lo bailado quién me lo quita”. Ese es el principio que guía a los criminales y especialmente a los sicarios. Cabe recordar aquello que señaló Dostoievski. Si no hay un más allá, hay que disfrutar al máximo, en exceso, todo lo de acá, mientras se pueda. Atacar esta mentalidad es atacar una causa fundamental de este tipo de violencia.
Pero no solo eso. La educación provoca la capacidad de ver la realidad con sentido crítico y creativo, buscar la verdad, el bien y la belleza. También con la educación se ordenan los sentimientos y, sobre todo, como señala, es posible dar sentido y dirección a la vida para alcanzar la realización. Un sentido de vida trascendente en todos los órdenes.
Y como el ser humano es un ser social, con los conocimientos, las habilidades y las competencias, es posible ser útil a la sociedad, integrarse a ella en armonía y no solo productivamente, sino a través de las múltiples responsabilidades que toca asumir a una persona madura para contribuir al bien común.
Pero con toda la gravedad de esta situación, no es el principal problema. Como todo lo señalado no lo puede ni debe dar la escuela, son los padres los primeros responsables de la crisis por su renuncia, no solo educativa, sino, incluso, a asumir todas sus responsabilidades. Lamentablemente, niños y jóvenes de hoy viven un abandono práctico, aunque vivan bajo el mismo techo. Puede faltar tiempo por las exigencias laborales de nuestro tiempo, pero aún aquellos que disponen de posibilidades de acompañamiento formativo, no lo hacen. Muchos pretenden sustituir con exceso de bienes materiales, su falta de dedicación y cariño. Y si antes la televisión se encargaba de ser niñera o madre sustituta, hoy que casi cualquiera puede acceder a un celular, éste es el nuevo “educador”. Pero, en última instancia, un aparato de cualquier naturaleza no puede dar amor, y de eso están carentes los criminales que son capaces de cometer, no solo los crímenes masivos como los que hoy escandalizan a la sociedad mexicana, sino la ola de violencia en que estamos inmersos, los secuestros, la trata de personas, el aborto y la eutanasia.
La falta de una educación pertinente impide, también, la adecuada incorporación a las actividades productivas, al carecer de la suficiente preparación para optar por trabajos remuneradores y tener una vida laboral de calidad que permita una satisfacción adecuada de las necesidades fundamentales de la vida. Se vive entonces la pobreza, que no puede ser superada con subsidios o supuestas ayudas de programas sociales que al no ser subsidiarios, porque quienes salen de la pobreza se vuelven críticos del poder –como confesó cínicamente en su momento López Obrador, sino que están concebidos por un populismo manipulador que requiere mantener en la pobreza a quienes vuelven sus dependientes y con ello compran su apoyo político.
Lo señalado no agota el tema. Son esbozos de una problemática compleja donde numerosos factores se unen y hoy están presentes y se multiplican en la sociedad mexicana. Hoy el clamor es ¡Nunca más! Pero su eco no será suficiente para remediar el mal. La sociedad necesita unirse para trabajar en todo aquello en que se fundamenta la paz.
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