Una necesidad intrínseca del ser humano que se manifiesta al vivir o convivir con otros, es la de compartir, en su acepción de “comunicar”, no de “dar”, porque ya dijimos en otro momento que todos podemos ser a veces tan mezquinos que ni el saludo damos. Sí, la realidad es que todos, en determinados momentos y circunstancias, experimentamos cierto gozo al hacer partícipes a los demás de nuestras ideas, logros, planes, retos, anécdotas, tristezas, alegrías, pensamientos, talentos, dudas, orgullos, problemas, etcétera. La diferencia podría ser en la finalidad de tan “desprendido” acto, así como en la forma en la que lo hacemos (el acto de comunicar, me refiero).
En ocasiones, contamos nuestras cosas con un fin más allá que el de sólo compartir. Platicamos nuestras dudas buscando consejo; nuestros miedos, buscando tranquilidad; nuestros retos, buscando apoyo; nuestras tristezas, buscando consuelo; nuestras ideas o pensamientos, buscando influir en los demás; nuestros logros, buscando reconocimiento; y nuestras alegrías, buscando… ¡Ah caray!, aquí sí me trabé; creo que las alegrías auténticas las compartimos por el mero gusto de hacerlo, no esperamos nada a cambio, sino que el otro se alegre con nosotros y comparta nuestra felicidad, es el alegrarme por ti, por verte contento.
En cuanto a la forma de hacerlo, gracias a la tecnología en materia de comunicación o, mejor dicho, telecomunicación, pos las hay muchas y muy variadas. Puede ser en persona, por teléfono, por carta y, a últimas fechas, a través de las redes sociales. Puede ser hablando, escribiendo, gritando o hasta cantando.
Enfocándonos específicamente en la comunicación a través de las redes sociales -las cuales, nos guste o no, forman cada vez más parte de nuestra vida- tenemos que reconocer que más allá del simple hecho de compartir o de cualquier otro fin con el que lo hagamos, las mismas han exacerbado esa necesidad, hasta cierto punto normal, de buscar el reconocimiento y la admiración de los demás, llegando, en algunos casos, a convertirse en una obsesión, sí, en la de tener más likes, followers, shares, views, retweets y demás.
Sí, es verdad, ¿quién no ha publicado algo en alguna red social y ha estado checando cada 5 minutos cuántos likes tiene o cuántas veces lo han visto o compartido? Admitámoslo, se siente “bien padre”. Lo malo es cuando sólo lo hacemos por eso y hasta nos deprimimos cuando nuestro post nomás no pegó o, peor aun, nos causa frustración cuando la publicación de algún amigo está atascada de likes y comments y a nosotros no nos pareció la gran cosa o, es más, aunque nos guste, luego de puritita envidia ni like le damos, “no, ya tiene muchos”-pensamos…
Estas líneas distan mucho de ser un manual de cómo tener muchos likes o followers y no morir en el intento, pero para tranquilidad de muchos creo que es importante mencionar algunas razones del porqué no tenemos likes o no los que quisiéramos. Primero, hay que recordar que cualquiera que sea el mensaje, es muy difícil separarlo de su emisor, sí, o sea, que sí importa quién lo diga. Suena gacho decirlo, pero las redes sociales suelen a veces ser un reflejo fiel de la vida real, entonces, si no eres popular en la vida real, ¿qué te hace pensar que sí lo serás en este campo? Si a esto le sumamos que agregamos a nuestras redes sociales a quién sabe quién, quizá ni tan cercanos o que no hemos visto en años, lo más probable es que, al día de hoy, sean unos perfectos desconocidos. El punto aquí es que no todos tus amigos de Facebook o de alguna otra red social son en verdad tus amigos (lo siento) y, por lo mismo, les vale madres lo que publiques. Quizá no te borran porque no saben cómo o porque tampoco eres tan importante como para hacerlo. También, tienes que considerar que, incluso a tus propios amigos, tu publicación, por decir lo menos, les puede venir guanga, cuando no nauseabunda, y su amistad la demuestran precisamente al no ponerte un comment negativo y no exhibirte ante toda tu red de “amigos”. Igual pasa que no todos tus contactos en redes sociales participan en ellas con la misma frecuencia que tú o quizá nunca se meten. Otras veces, las menos, es que quizá la hora de tu publicación no fue la más adecuada y no todos la vieron. No obstante todo lo anterior, déjame decirte que es un hecho comprobado por la UARS (Universidad Anónima de las Redes Sociales) que cuando no tienes likes o tienes muy pocos, es porque tu post apestó, y esos pocos “me gusta” te los dieron porque de verdad te quieren; por eso, piensa bien a la hora de publicar; sí, tienes derecho de publicar lo que se te venga en gana, sólo no pidas que a los demás les guste. Un punto también importante a considerar a la hora de postear, es tomar en cuenta que mucho de lo mismo cansa, ya sea que publiques fotos de tu mascota, de lo que tragas diario, de cuánto viajas, de cuánto te diviertes o de la causa que defiendes, acaba por aburrir. En estos casos menos es más. A menor frecuencia, mayor impacto.
En fin, después de este poco interesante e improvisado análisis, el cual disfruté más de lo que me gustaría admitir, pasaré a lo realmente importante de este escrito, que va más allá de la gracia o coraje que te hayan podido hacer las situaciones antes descritas. El meollo de este asunto es saber el porqué nos importa tanto la opinión/reconocimiento/admiración de los demás. En realidad, no debería tener la más mínima importancia lo que opinen los otros ni si, a su juicio, somos buenos o malos en esto o en aquello, o si somos populares o unos reverendos losers, cuantimenos (como diría mi profesor de derecho penal) si tengo tantos likes o followers o lo que sea.
Aclarando que el presente no es un ensayo científico sino un mero artículo de carácter argumentativo, es mi opinión que si buscamos el reconocimiento o admiración de los demás, es porque nosotros mismos no nos admiramos ni nos consideramos valiosos o, en el mejor de los casos, no cómo deberíamos hacerlo. Nada de “me sigues”… luego existo. Hay que considerar que todos somos igual de valiosos, pero con características muy distintas. No todos podemos destacar en lo mismo, busquemos primero quiénes somos y aceptémonos para que los demás nos acepten y nos admiren. Es una cuestión de autenticidad. Los actos auténticos, esos que se hacen por el placer de hacerlos, por el “se me dio la gana”, brillan por sí mismos, no necesitan voceros. Cuando nosotros hacemos algo sólo para agradar o para que nos admiren, ese acto carece de autenticidad y, por lo general, termina originando el efecto contrario al que estamos buscando. Hay que sernos fieles, a nuestras ideas, principios, habilidades, sueños y demás. Ahora bien, si en el camino, por hacer eso, somos admirados o respetados, pues ¡enhorabuena!, pero nada bueno obtendremos si el fin de nuestros actos es únicamente buscar la admiración o el reconocimiento de los demás. Esto, extrapolado al oscuro mundo de las redes sociales, se traduce en: publica lo que quieras, cuando quieras y como quieras, siempre y cuando tu finalidad sea el mero placer de compartir o expresar tus ideas o pensamientos o lo que tú quieras, no buscar el reconocimiento o admiración de los otros a través del dedo pulgar levantado pintado de azul, porque recuerda que: “no sólo de likes vive el hombre… Sino de todos aquellos actos que salen de lo más profundo y auténtico de su ser”.
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