De verdad, me declaro admirador de los animales. Tienen muchas cualidades que, paradójicamente, debemos admirarles e imitarles. Son seres inocentes y coherentes que, de hecho, al no tener inteligencia, actúan siempre conforme a su naturaleza e instinto, son como deben ser y no de otra forma. Así, nunca veremos una jirafa tratando de columpiarse por los árboles o a un león jugando tiernamente con un antílope. Por lo mismo, aplaudo todas las iniciativas de ley, movimientos y personas que los protegen. Soy un convencido de que ningún ser vivo, incluidas las plantas, debe ser maltratado y, por el contrario, debe ser protegido, respetado y procurado, pero de acuerdo a su naturaleza y a su jerarquía dentro de la Creación.
A diferencia de nuestros amigos los animales, los seres humanos, supuestamente, tenemos inteligencia y voluntad. El problema con la sociedad actual es que, al parecer, cada vez tenemos menos inteligencia y más voluntad, o así lo demostramos, cuando menos. Sí, en una actitud hedonista, buscamos el placer por el placer y, mientras más rápido y más fácil, mejor; pero no pensamos en las consecuencias de nuestros actos por alcanzar esa auto satisfacción y, en ocasiones, pensándolas, nos nos importa, haciendo gala de nuestro egoísmo. Entonces a veces sólo somos tontos y, otras, tontos y desconsiderados.
Francamente no sé si de manera lógica o normal, pero es un hecho que, ante el vacío, la auto decepción como especie y nuestros cada vez mayores excesos, volteemos a ver al reino animal que, al parecer, no lo está haciendo tan mal. Soy de los que cree que, para crecer y mejorar, primero debemos, desde la humildad, reconocer lo que estamos haciendo mal y, después, estar conscientes de que siempre podemos aprender de cualquier persona, circunstancia, situación o, en este caso, ser. Así, aprendamos de los animales, efectivamente, a primero defender a los de nuestra propia especie, respetarlos, apoyarlos, cuidarlos, alimentarlos y enseñarlos, en especial a los más desprotegidos: no nacidos, niños y ancianos. No caigamos en el sinsentido ni en la aberración de poner la vida de un animal por encima de un ser humano (por más inhumano que éste nos pueda parecer).
Estamos tan alrevesados que, por un lado, promovemos leyes contra el maltrato animal (lo cual está bien, como dije antes) y, por otro, ¡atacamos con todas las fuerzas a los no nacidos de nuestra propia especie! ¡Hágame usted el favor! Sí, no se te ocurra patear al perro de la esquina, pero, por favor, si así te place, acude a un centro de “salud reproductiva” a que maten a tu bebé. Es gratis. Sí, al gobierno no le interesa si tienes para comer o no, para eso no hay dinero, pero sí invierte mucho dinero en clínicas y apoyos para que mates a tu hijo. Obvio, entre menos burros… Lo he dicho y lo vuelvo a decir: ¡Los que promueven el aborto y practican el aborto no pueden llamarse humanos! No así las pobres mujeres que, manipuladas, engañadas y por necesidad o miedo, cometen tan atroz crimen, ésas merecen nuestra más sincera y profunda lástima. Tal parece que en esta época más te vale haber nacido perro.
Otra payasada es que tratamos a los animales como personas y a ciertas personas peor que a animales.
Aunque no me considero un fanático de la carne, sí la como y, a veces, con mucho gusto. No caigo en el radicalismo de condenar el consumo de carne, pero definitivamente sí censuro la crueldad con la que matan a los animales de consumo. ¿Por qué el sufrimiento, caray? Sí, ya sé que porque es más barato. Estoy a favor no de que se eliminen los rastros, pero sí de que se regulen y supervisen seriamente para evitar esas prácticas cavernícolas.
En fin, el propósito de estas líneas es, como siempre, denunciar lo que, a ojos de éste que les escribe, está mal. Me despido invitándolos a que revaloremos el sentido y la dignidad de la vida, en especial la humana.
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