La educación doble propósito de los hijos.

Llevo en el -por así llamarlo- negocio de la paternidad alrededor de quince años y medio. Tengo cinco hijos. Todos diferentes, tanto física como psicológicamente. Sobra decir que, como cualquier padre común, los amo profundamente y, a mi leal saber y entender, quiero lo mejor para ellos. Acepto sus defectos y, en la medida de lo posible, trato de corregirlos; aprecio sus virtudes y me enorgullezco de sus logros, pero, sobre todo, de sus esfuerzos. Si ellos sufren, tú sufres. Si ellos gozan, tú gozas. Son nuestros mejores maestros de vida porque, por paradójico que parezca, ser o tratar de ser un buen padre te hace ser un mejor ser humano porque, con respecto a tus hijos, no siempre, pero casi siempre, los pones a ellos antes que a ti. Sí, en esta comunidad de amor que llamamos familia, se ponen a prueba nuestras virtudes y talentos al máximo, pero también se exhiben nuestros defectos, lo cual es una oportunidad única para mejorar. Lo llamo negocio de la paternidad porque si todos utilizamos el amor como moneda de cambio, es una empresa en la que todos ganaremos. Ganaremos felicidad.


Padres e hijos


La primera lección que aprendí al ser papá, fue darme cuenta -por trillado que parezca- del esfuerzo tan grande que requiere ser un buen padre y, en consecuencia, valoré muchísimo lo que mis papás hicieron por mí y entendí y perdoné los errores que cometieron conmigo. En pocas palabras, me di cuenta que al ser papá seguía siendo el mismo imbécil de siempre. Que el hecho de tener hijos no te hace papá en automático. Hay que aprenderle al negocio. Los hijos son una gran responsabilidad, pero, sin duda, también el mayor gozo. Nos inspiran. Nos desesperan. Nos enternecen. Nos enloquecen. Nos motivan. Nos desmotivan. A la larga, son esa propela en constante y ruidoso movimiento que siempre nos impulsa para seguir adelante.

Con el paso del tiempo, me di cuenta de que para ser un buen padre no sólo se necesitaba amarlos -así, mucho, como yo amo a los míos y estoy seguro que tú a los tuyos- sino que había que educarlos y formarlos. Entendí que la mejor educación y formación que les podemos dejar es, por un lado, enseñarles a ser felices en la independencia y a ser útiles y productivos. Así, descubrí una fórmula que, a la fecha, según el que les escribe, ha dado resultado: A los hijos hay que darles tanto amor como firmeza. Ser un buen papá no es dejarlo hacer y deshacer a su antojo… “Es que si no se enoja y va a llorar”. “Es que lo quiero tanto que cómo negarle todo lo que me pide”. “Míralo, si es tan lindo”. Mi consejo es que, si lo amas, edúcalo, con amor y firmeza. Sí, demuéstrale tu cariño siempre que puedas, sin excepción; pero también muéstrate firme y con autoridad. Reprende, castiga y, en ocasiones, dale una buena nalgada, pero siempre con causa, explicando el porqué del castigo y la conducta que esperamos obtener de ellos en el futuro. Convive con ellos, platica, juega.

En fin, para fortalecer su independencia, su confianza y sus habilidades, así como para fomentar la paz y armonía, he empleado lo que sólo yo conozco bajo el nombre de “Educación de Doble Propósito”, la cual consiste en motivarlos a que ellos mismos se hagan cargo de ellos mismos. Me explico, no se trata de dejarlos solos, al “ahí se va”, sino enseñarles a hacer las cosas por sí mismos desde pequeños e ir incrementando el nivel de responsabilidad paulatinamente: prepararse el lunch, hacerse el desayuno, vestirse solos, colaborar en el quehacer de la casa -sí, aunque tengan empleada(s) doméstica(s)-, hacer su cama, regar las plantas, podar el jardín, lavar los trastes, etc. También, es muy importante que estudien solos, que hagan las tareas solos -quizá con ayuda u orientación al principio-. 

El primer propósito de esta manera de educar es obvio: hacer de tus hijos personas independientes, seguros de sí mismos, útiles y no unos vagadales buenos para nada hijos de mami que, a la primera de cambio, van corriendo para que les resuelvan la vida. El otro propósito que no resulta tan obvio, es que la carga y las labores de la casa se aligeran considerablemente, lo que a su vez traerá como consecuencia una mamá más contenta y menos histérica, que tendrá más tiempo para ella y sus cosas, sus hobbies y demás actividades fuera del ámbito maternal. Y si la mamá está contenta y tranquila, el papá también lo está, porque puede ir a jugar fútbol con sus amigos todos los días y se divierte y la relación mejora y así se vuelve un círculo virtuoso. En serio, no seamos los chachos de nuestros hijos, somos sus guías. No seamos sus cómplices en las tareas y los trabajos escolares. Recuerden que es responsabilidad de ellos y a los que evalúan es a ellos. Me despido sonriendo acordándome de todas esas mamás que sufren cada vez que sus hijos entran a periodo de exámenes: “No, amiga, no puedo, ves que el lunes empezamos exámenes…”.

 

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