Una voz le transformó en otra voz que a su vez fuera capaz de transformar, despertar, sanar y esperanzar.
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha es una pieza magistral, de nuestras letras y de la literatura universal. Es un clásico, es inmortal, ya sacándote una carcajada como dejándote reflexionar seriamente sobre el sentido de tu vida y de tus acciones. Cervantes plantea, a mi gusto, cómo los ideales tienen sentido aún en medio de la burla, el miedo, el sufrimiento, el qué dirán y el engaño. Pero bueno, mi propósito no es ahora hacer un resumen del libro. Quiero, más bien, dirigir mi atención a tres momentos del musical El hombre de La Mancha basado en la célebre novela.
Sabemos que Don Quijote se enamora de Aldonza Lorenzo, una campesina no muy bella, ni modesta, ni limpia, ni casta, a la cual él idealiza como la Dulcinea del Toboso. A Dulcinea le dedica sus afanes, pues todo caballero habría de tener una dama a la cual dedicar las victorias. Pero para Don Quijote, Dulcinea es bella, angelical e inocente. Les invito a escuchar este primer momento, dando clic ya en la versión española o en la inglesa, que es la original. Son tres minutos que nos ponen en maravillosa sintonía. La versión inglesa la saqué de la película que en 1972 se rodó con Peter O’Toole y Sophia Loren; la escena es maravillosa: Aldonza no comprende por qué alguien se dirige así hacia ella, su nerviosismo y la actitud evasiva son la constatación de que la confunden con otra mujer, que ella no se corresponde a quien Don Quijote cree mirar. Las palabras del hidalgo –después usadas por los de la hospedería para burlarse de Aldonza– son éstas:
“Vuestra imagen soñé y al instante fue vuestro señora, mi fiel corazón. Tanto tiempo recé por teneros tan cerca y oír vuestra cálida voz. Dulcinea, Dulcinea veo el cielo al contemplaros Dulcinea. Vuestro nombre es como el cántico de un ángel… Dulcinea, Dulcinea. Si os consigo alcanzar no tembléis al sentir, mi inocente caricia en la piel. Permitidme probar, que estáis viva y sois un delirio que yo imaginé. Dulcinea, Dulcinea, sois la Dama de mis sueños, Dulcinea. Y ante el mundo yo proclamo que os adoro, Dulcinea.”
Uno continúa viendo el musical y llega a una escena fundamental: Aldonza se harta de las ensoñaciones del Quijote y le echa en cara que de todos los hombres él ha sido el peor y más cruel, pues ella sabía defenderse en el mesón de maltratos y desprecios, sabía qué era aceptar la humillación a cambio de unas cuantas monedas, en fin, sabía del dolor y el abandono, pero no sabía “defenderse del amor”. La voz de Paloma San Basilio nos regala la autobiografía de Aldonza. Escuche, por favor, otros tres minutos más esta fascinante pieza. Ella le pide al final a él que se quite la venda de los ojos y la vea tal cual ella es, “yo no soy Dulcinea, soy puro pecado mortal”.
La mirada de Aldonza no acepta ser mirada así por Don Quijote. Ella es consciente de quién es ella, por eso ser mirada con ternura y aprecio le es altamente necio y humillante. Las posibilidades y realidades que Don Quijote ve en ella, ella no las cree ni las acepta. El realismo de Aldonza la hace ver a ella cuerda y a él loco. ¿Qué somos en el fondo? ¿Lo que hemos aceptado ser? ¿La capa exterior de nuestra existencia que muchos ven? ¿Lo que podríamos llegar a ser? ¿La interioridad que sólo se deja penetrar por una mirada tierna? ¿Los mejores biógrafos de nuestra vida seríamos nosotros mismos?
Sabemos que al final, poco antes de morir, los papeles se invierten dramáticamente. Don Quijote -Alonso Quijano-, recupera la supuesta cordura perdida por leer tantas novelas de caballería, y postrado en su lecho casi no recuerda nada de su vida de caballero errante, vengador de débiles y adalid de lo justo. Sancho Panza y Aldonza lo acompañan. Ella le pide que haga un esfuerzo en recordarla, pues la vida de ella dependía de ese recuerdo. Y uno se conmueve cuando ella, le canta entre lágrimas, diciéndole: “un día me hablasteis y todo fue distinto… y me mirasteis, y me llamasteis con otro nombre”. La memoria de don Quijote se va recobrando cuando ella le canta “Dulcinea”, canto con el cual él se dirigió a ella casi al inicio; también le recuerda con “el sueño imposible”, los grandes ideales de Don Quijote. Él va despertando la memoria y, finalmente, cuando en su espíritu estaba listo para ser acompañado por Sancho a buscar nuevas aventuras, muere.
Aldonza al final se sabía Dulcinea, había recuperado la dignidad perdida (si no es que más correcto decir que había conquistado la dignidad que nunca tuvo). Y, consciente de ser Dulcinea, fue capaz de una mirada y voz que devolvió a Alonso Quijano su auténtica identidad: Don Quijote. A ella le transformó el que alguien la mirara distinto, por eso su mirada se habilitó para hacer eso mismo con los demás. Una voz le transformó en otra voz que a su vez fuera capaz de transformar, despertar, sanar y esperanzar. ¡Qué hermoso portento!
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