En muchas organizaciones nos topamos con gente que frecuentemente nos da muchas y justificadas razones para el “no”. Uno les hace una propuesta o quiere generar algo diferente e innovador, y las respuestas son: no, porque ya lo hemos intentado; no, porque conociendo a tal persona no va a salir; no, porque falta dinero; no, porque estamos cansados; no, porque x, y o z. Nos hemos especializados en tener preparado un arsenal de respuestas contundentes para negar la creativa y entusiasta participación de la gente. Y con ello disminuimos la adhesión y confianza en la institución a la que pertenecen.
Pero también en las organizaciones uno se encuentra con personas que más bien se distinguen por llevar casi en las venas un “cómo sí”. Su actitud frente a las dificultades es buscar una solución; ingenua o positivamente, dan por hecho que los problemas tienen solución y que es cuestión de darle vueltas para encontrarla, pero la seguridad de que existe solución les da una seguridad y confianza que brota a flor de piel. Su tema no es si sí o si no, sino “cómo” hacerle para que algo suceda… Toparte con una persona así, sobre todo cuando realizas un trámite bancario o de un servicio telefónico es una bendición.
Vistas así, no estaríamos tan lejos de una visión maniquea del mundo de las organizaciones: los de permanente panorama gris, negativos, aferrados e intransigentes, frente a los optimistas, positivos, flexibles y creativos. Pero la cosa creo que es más compleja, si usted gusta, dramáticamente más esquizoide.
Miro autocríticamente mi propia situación. Para unas cosas, las que exigen amor y virtud, esas que me cuestan trabajo y me invitan a una conversión, prefiero decir “no”, y soy bastante prolífico en las razones que justifican ese no. ¿Por qué no amar más y mejor a mi esposa, hijos, padres, hermanos, suegros, etc.? Las razones están allí, hay un arsenal de recuerdos mañosamente escogidos para justificar mi pereza en el amor, para darme un aspirinazo que me deje un poco tranquilo después de un serio examen de conciencia. Pero para el mal, soy creativo, soy flexible, busco los recovecos, soy un maestro del “cómo sí”. Entonces, en mí mismo, a nivel moral y espiritual, conviven estas dos dimensiones que inicialmente habíamos extrapolado en el tipo de personas que habitan las empresas.
Por tanto, no siempre el “cómo sí” (esa creatividad desbordante) es usado para el bien, así como frente al mal, el “porqué no” no tiene nada de malo, al contrario, es índice de una persona de principios, una persona con salud mental y espiritual. En otras palabras y para decirlo con claridad, frente a todo aquello que reste dignidad a nosotros mismos y al prójimo, debemos ser firmes y claros en nuestro “por qué no”, mientras que frente al bien, aunque sea arduo y difícil y se nos ofrezca en reto permanente, debemos ser creativos, debemos ser personas del permanente “cómo sí”.
Complejizado el asunto, regreso al mundo de las organizaciones. Resulta que quienes usualmente son los adalides del “porqué no” frente a peticiones de cosas benéficas, suelen ser, en lo oscurito, bastante creativos para la corrupción y para repartirse con la cuchara grande. Es decir, en cuestión de principios y un mínimo de coherencia frente al mal, no son consistentes con su “porqué no”, sino más bien son ejemplares del “cómo sí”. Y como decía un queridísimo profesor de la universidad, “cuando viceversa, pues viceversa”.
Y esta inversión de posiciones también se da a nivel social. Pocas, realmente poquísimas instituciones sociales quedan que están firmes y claras respecto a “por qué no matar a un embrión”. La mayoría está haciendo alarde de creatividad y búsqueda de síes tecnológicos, sociales, emotivos, económicos, psíquicos o ideológicos. Pero esas instituciones u organizaciones del “cómo sí”, cuando tocas uno que otro temita, cambian de faz, son férreas e intransigentes en su negación.
Así las cosas, pienso que es bastante saludable ser una persona de síes y noes. Creativos síes para el bien; rígidos e inflexibles noes para el mal. Suena muy pío, pero ni modo… me vienen a la mente las palabras del Maestro (Mt 10,16): “sean astutos como serpientes e inocentes como palomas”. Ambos principios y actitudes deben coexistir en la misma persona, pero referidos a objetos diametralmente opuestos. Tal vez eso sea un auténtico discípulo, una extraña mezcla del “porqué no” y del “cómo sí”.
redaccion@yoinfluyo.com
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com