Un gobierno democrático, en muchas ocasiones, es un membrete que se le pone a realidades muy diversas, que van desde gobiernos estrictamente técnicos, regulados sólo por políticas monetarias, hasta casos fallidos y caóticos donde las funciones básicas de seguridad y orden las cumplen otras instancias. En esto, México es muy barroco: tiene horror al vacío; cuando la autoridad en turno no llena suficientemente el volumen de poder que detenta, otro ocupa las zonas vacías.
El gobierno democrático mexicano, pues, debe llenar el espacio de poder que le ha sido concedido por un tiempo. Llenarlo, para quien ha sido elegido a un puesto del servicio público, equivale a formar un equipo suficientemente capaz que ejerza el poder en bien del pueblo. Si el presidente del municipio más pequeño del país no es capaz de llenar el espacio de poder, otros lo llenarán en su lugar; si el Presidente de la República tampoco es capaz, otros lo llenarán en su lugar. La sede vacante existe sólo en el plano conceptual.
A estas alturas del partido, ante los vacíos que han dejado el actual y los últimos gobiernos, me pregunto si no es mejor un sistema legal que regule más estrictamente quién puede ser elegido y quién no, para un cargo público.
¿Es un tipo de elitismo o aristocracia? No lo creo. Al menos, a las altas esferas del Poder Judicial no puede ingresar cualquiera: hay que haber estudiado leyes, tener una experiencia profesional de al menos diez años, tener como mínimo 35 años, tener buena reputación y no haber sido condenado por delitos, etc. En fin, el Poder Judicial tiene, desde la Constitución, unos requisitos que lo blindan mejor que los otros poderes.
Pienso que es hora de subir la valla para el Poder Ejecutivo y para el Legislativo. Esto no sería antidemocrático; al contrario, aseguraría que quienes ocupen una curul o una secretaría de Estado, por poner un ejemplo, llenen suficientemente el poder otorgado, y que ni por ignorancia, ni por corrupción, ni por inmadurez, otros terminen tomando las decisiones. Lo realmente antidemocrático es el sistema en que vivimos.
Voy a poner un ejemplo más que claro: la Señora Carmen Salinas gobierna. Sí; desde la función legislativa, pero gobierna. Le es depositado el poder en sus manos. ¿Lo ejerce? ¿A favor de quién? ¿Por qué está en una curul una productora de Televisa? ¿Las televisoras ocupan uno, dos o más asientos? ¿Cuántos? ¿Quién de veras nos gobierna? Nuestro propio sistema creó las condiciones para este vacío de poder. Por supuesto, ni qué decir de las actitudes, dichos y opiniones de la diputada Salinas… da miedo saber en manos de quién está el presente de mi patria, un presente que ya hipotecó a no sé cuántas generaciones futuras. Con todo respeto, la Señora Salinas debe renunciar. Y con ella, la mitad del Congreso de la Unión.
Para que no se piense que sólo estoy golpeando al PRI, partido que avaló a la Doña Carmelita, el contraejemplo lo voy a sacar de los tricolores. Tuve la fortuna de conocer, leer sus iniciativas y darles seguimiento, entrevistarme y conversar en varias ocasiones con la Senadora Lisbeth Hernández. Abogada y con maestría… una persona con gran generosidad, muy inteligente, pero con humildad, sensible ante los problemas reales, conciliadora, conocedora de su historia, madre de familia y buena esposa, trabajadora y, tengo que reconocerlo, con más pantalones que muchísimos senadores varones; en resumen: “un mujerón”. ¿Tendrá algún defecto? Seguro que sí, como usted y como yo… pero, ¡por Dios… esa señora es un garbanzo de a libra! Espero sea la próxima gobernadora de Morelos. Urgen personas como ella. Y personas como ella, afortunadamente, existen en todos los partidos. Es hora de darlas a conocer, de que México conozca a sus mejores líderes.
Porque a los malos políticos los conocemos de sobra. La crisis se da en todos los partidos: ¿Usted cree que Manuel Gómez Morín o Efraín González Luna, si vivieran hoy, hubieran admitido al PAN a Jorge Luis Preciado o a Francisco Solís (Pancho cachondo)? El ejemplo anterior no lo puedo usar para el PRD porque su propio fundador renunció a su creación, lo cual nos hace sospechar del nivel de descomposición del partido; cualquier alabanza que haga aquí de Cuauhtémoc Cárdenas –que las merece–, lo único que haría sería marcar el contrapunto hacia una izquierda mexicana actual que no es ni moderada, ni culta, ni austera ni congruente. Y ni qué decir de los partiditos chicos, que en no pocas ocasiones son la caja chica de algunas familias o grupos de interés.
¿A dónde voy con todo esto? En cierta manera, al lado opuesto al que se dirige el Senador Gil Zuarth, quien hace poco pedía reconsiderar la edad para votar y adelantarla desde los 15 años. Él y otros piensan en agrandar el padrón electoral, yo tengo la mira puesta en achicar la cantidad de potenciales electores y de potenciales elegidos; él cree que hay estudios científicos que dicen que a los 15 años se tiene un nivel de madurez semejante al de 18; yo creo que deberían votar los mexicanos mayores de 30 años (yo también conozco otros estudios científicos que muestran cómo la adolescencia se ha alargado hasta bien entrados los veinte años). Si yo le dijera al Senador Zuarth que un chaval de 15 años va a manejarle su cuenta de banco, su casa, la educación de sus hijos, su alimentación, su auto, etc., él no me lo permitiría. Entonces, ¿por qué piensa que ese mismo chico de 15 años sí tiene capacidad para decidir el destino de una nación?
¿Cómo achicar el padrón electoral? Con requisitos. Vuelvo a repetir, no es una cuestión de retorno a la aristocracia, es el ansia de que los mejores mexicanos sean los que decidan. Si hay muchísimos mexicanos buenos, que voten muchísimos mexicanos; si hay pocos, ¡pues que sean esos pocos los que voten! Yo elevaría la edad, como mencioné, pero también no tener historial delictivo, y que sólo voten quienes pagan impuestos, pues no tiene derecho a decidir quien no cumple con el deber de cooperar, exceptuando las poblaciones vulnerables; exigiría también un nivel mínimo de escolaridad.
¿Cómo achicar el listado de potenciales servidores públicos? Con requisitos. Modificar la Constitución. Poner la valla alta: haber sido un ciudadano honesto, con estudios, sin antecedentes delictivos, mayor de 35 años, con “experiencia amplia” en la materia. No podría haber ningún legislador que no sepa leyes, ni ningún funcionario del Ejecutivo sin la experiencia necesaria. Ningún Secretario de Energía que no sepa de energía, ni ningún Secretario de Educación que no haya sido un gran maestro. ¡Caray! México es el único país surrealista donde los que no tienen ni la menor idea de algo son los que toman las mayores decisiones de ese algo. ¡Ya basta! En todo trabajo normal se pide un CV, se examina a los candidatos, se les hacen pruebas psicométricas, se comprueban sus habilidades y se elige al mejor. Esto se pide en todo trabajo… menos en la política. ¡Esto debe acabarse ya!
Dos propuestas, pues, para mejorar nuestra democracia: a) que los propios ciudadanos demos a conocer a los buenos políticos –en formas nuevas y creativas que no se contaminen con el actual marketing político–; b) agregar más y mejores requisitos a electores y elegidos.
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