Santo Tomás de Aquino suele citarse como autoridad en terrenos teológicos o filosóficos, y es correcto, es un maestro en el más pleno sentido de la palabra. Pero también tiene algunas páginas en donde muestra otras facetas. Por ejemplo, la cuestión 38 de la prima secundæ de la Suma Teológica, la dedica a ofrecer algunos remedios al dolor y la tristeza. Y aunque de fondo hay una visión teológica y filosófica, contiene sugerencias en los terrenos psicológico y fisiológico bien interesantes que ahora quiero compartir.
Pocas cosas nos hermanan a todos los seres humanos como el dolor. Ya sea físico o espiritual, padecido justa o injustamente, provocado por uno mismo o por los demás, intenso o leve, de larga o corta duración… todos conocemos el dolor.
Pero esta realidad que parece común a todos, es experimentada de una manera tan peculiar en cada uno, que se vuelve inexpresable. Podemos sólo imaginar lo que una madre sufre cuando muere su hijo, pero nunca sabremos cuán intensamente lo sufre, ni qué significa sufrir ese sufrimiento, ni su hondura, ni su paralizante efecto, ni su punzante herida. Cada dolor y sufrimiento es tan único e irrepetible como el ser humano que lo padece.
1) Santo Tomás parte en su análisis de una polaridad entre dolor y placer (cuando son de tipo espiritual, podemos llamarlos, respectivamente, sufrimiento y gozo). Pues bien, si alguien está en una situación de dolor o sufrimiento, recurrir al placer o gozo es un primer remedio. Cuando uno está triste hace bien un chocolate, una buena película, un paseo por el campo, una copa de vino, un masaje, un chiste que nos haga reír y un larguísimo etcétera. Cuando afirma Tomás que: “toda delectación es un remedio para mitigar la tristeza, sea cual fuere su procedencia”, está constatando un hecho universal, que explica incluso por qué recurrimos inmoralmente a ciertos placeres con el fin de borrar el dolor, como el embriagarse. Los placeres que remedian el dolor deben ser placeres honestos y no fruto de la maldad, pues estos últimos generarían aún más problemas y dolores de los que ya se padecían antes.
2) Un segundo remedio son las lágrimas y los gemidos. Comencemos con un problema como punto de partida: todo lo nocivo se guarda en el interior de quien sufre, provocando que la atención del alma se concentre más en sí misma, y esto genera al final más dolor. Por eso, la manifestación exterior del dolor compensa este tipo de presión interior: el gemido saca afuera lo que carcome por dentro y las lágrimas son como la compuerta del alma, que libera el agua que está a punto de inundarla. Es mejor llorar y gemir a tiempo, que no hacerlo y pasar el tiempo rumiando un dolor interior que en su momento no se pudo externar.
3) El tercer remedio es fundamental: recurrir a quien nos ama, pues “el amigo que se conduele en las tribulaciones es naturalmente consolador”. La tristeza es como un peso (por eso decimos que es propio de ella apesadumbrar), y siempre se aligerará la carga cuando dos o más la soportan. Cuando otro nos acompaña en el sufrimiento, el peso del dolor es siempre menor. Me viene a la mente la imagen de Jesucristo diciendo: “mi yugo es ligero”. El sufrimiento es muchísimo menor cuando se sabe que Jesús carga, junto a nosotros, el peso de un yugo que nos tiene arando la vida, llena de piedras y espinas, yugo que en el fondo es pesadísimo e insoportable, pero que se vuelve ligero porque Otro lo soporta y carga conmigo. El dolor y el sufrimiento no se aligeran con el tiempo, sino con el amor y la compañía. Por tanto, la soledad, en caso de sufrimiento, es mala consejera. Los amigos y la familia son indispensables para sobrellevar el dolor.
4) El siguiente remedio nos muestra el cariño de Tomás a los libros y a las ciencias. Ya había dicho en su primer remedio que cualquier tipo de deleite remediaba el dolor, ahora lo que hará es enfatizar uno en especial: la contemplación de la verdad. Tal vez algún psicólogo hoy diría que el efecto de mitigar el dolor por medio del estudio se debe a que el sufriente cambió de foco la atención. Quiero pensar que la cosa, aunque es cierta, no es del todo explicativa. La verdad produce gozo, y las verdades fundamentales, un gozo profundo.
Los libros de autoayuda en general no me gustan, pues son superfluos y artificiales… pero los pocos que sí merecen mi elogio, en el fondo nos recuerdan verdades sobre nuestro ser, nuestro origen y nuestro destino: son filosofía. El estudio busca la verdad, busca el sentido, por eso se opone y remedia la tristeza, que, como sinsentido, se apodera de la vida y la hace perder rumbo. En síntesis, la verdad no remedia la tristeza por distraer al alma de sí misma y sus pesares, sino por proporcionarle una dicha enorme que los deleites corporales no son capaces de dar.
5) El último remedio que sugiere santo Tomás es muy interesante, pues nos recuerda que la tristeza contraría el impulso natural y vital del cuerpo; de ahí que todo aquello que restablezca dicha vitalidad, remedia el dolor y mitiga la tristeza. Nuestro autor destaca dos tipos de remedios al respecto: los baños y el sueño. Sí… un buen baño y dormir bien son reparadores. Seguramente a los baños que se refería (hace ochocientos años), podrían equivaler hoy a ducharse con agua calentita, o ir a nadar a albercas termales o incluso estar en un jacuzzi… ¡No lo sé! La idea de fondo es que la persona es alma y cuerpo, y que formamos una unidad sustancial, por eso muchos sufrimientos espirituales terminan somatizándose, al igual que muchos remedios corpóreos influyen en el estado anímico. Si en el cuarto remedio santo Tomás enfatizó un elemento espiritual, como la verdad, ahora balancea su propuesta poniendo pies en la tierra, cuidando de los elementos más básicos del bienestar físico como la higiene, el sueño y, podríamos añadir, la alimentación. Ya lo decían los romanos: mente sana en cuerpo sano.
¡Esta enseñanza está llena de sensatez! De un sano realismo. La tristeza se remedia con placeres honestos, con lágrimas y gemidos, en compañía de quienes nos aman, buscando la verdad y restableciendo el vigor corporal. Algunos libros de autoayuda me saben a poco leyendo a este genio de la teología, la filosofía y, por qué no, de la psicología.
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