Hemos visto como Anacleto González Flores estaba convencido que la persona bien formada en sus principios y en su voluntad por medio del esfuerzo propio, sin olvidar también su formación de un catolicismo militante, es capaz de asociarse generosamente para buscar el bien común sin que necesite incentivos económicos o de poder, sino solamente la satisfacción del deber cumplido. Para lograr esto decía que: “Es necesario reconstruir totalmente al hombre interior y al hombre exterior, y que, este, aparte de ser ciudadano, debe ser una verdadera unidad social… (para que) la sociedad vuelva al cauce del orden y del talento, la riqueza, la propiedad y el poder sean fuente rica inagotable de luz, de justicia y de bienestar para todos”.
Consideraba que una de las causas por las que se había llegado a ese estado de cosas era porque:” El día en que la Constitución de 1917 fue elaborada, el pueblo ni siquiera tuvo noticia de lo que se hacía ni de lo que se escribía. No estuvo presente en los debates. No pudo decir su palabra ni su opinión. No se le permitió, adrede, con firme e inquebrantable propósito de excluirlo, la entrada a él ni a sus representantes genuinos […] se abrogaron una representación que jamás solicitaron, que jamás tuvieron y que jamás pudieron tener. Entonces el pueblo no pudo votar ni a favor ni en contra de la Constitución”, situación que se parece mucho a nuestros días en donde las leyes se definen bajo la voluntad de una sola persona que manda que sus iniciativas sean aprobadas sin modificar ni una coma.
En Anacleto se fundían una amplísima cultura humanística y una profunda fe religiosa por lo cual veía que la fe y la razón no se enfrentaban, sino que se complementaban y que la vida religiosa del hombre lo debería conducir obligatoriamente a una actuación positiva en el orden civil, político y social lo que se debería reflejar en una nación libre justa y progresista y para ellos vislumbraba una batalla a muy largo plazo por lo que estaba convencido de que: “Hundiremos nuestro pensamiento y nuestras palabras en las profundidades del alma de la patria, incrustaremos en ella con cinceladuras muy hondas la figura de Cristo, y así tendremos lo que jamás han logrado conseguir todas las revoluciones juntas: hombres de virtud acrisolada, amantes de practicar la justicia, de respetarse así mismos y a los demás, de sacrificarse, de hacer todo el bien posible a sus semejantes y de rendirle culto fervoroso y sincero al derecho, Entonces la libertad reinará”.
Pero la realidad de los acontecimientos lo llevaron a tener que enfrentar esta con sus planteamientos, y cuando la persecución religiosa aumentó, (Hay que decir inclusive que Anacleto visitó varias veces la cárcel por defender la libertad), los obispos como señal de protesta decidieron algo que nunca había sucedido en la historia de México, La Ley Calles debería entrar en vigor el 31 de Julio de 1926, y los obispos mexicanos tendrían que tomar una actitud al respecto. Resolvieron suspender el culto público el 1° de agosto de 1926. Por primera vez desde la instauración de la religión católica como forma de vida del pueblo mexicano, se dejaría de oficiar la Santa Misa y proporcionar los sacramentos, situación que para el pueblo resultó en un impacto muy profundo.
Cuando el gobierno empezó a tomar control de los templos, en muchas poblaciones, principalmente de Jalisco y estados vecinos la población lo impidió y así empezaron los combates que desembocarían en la guerra cristera. La Liga Nacional de la Defensa Religiosa desde la ciudad de México apoyaba dicho movimiento, Anacleto fue tomado por sorpresa y además muchos de los alzados pertenecían a la Unión Popular, así que ahora los papeles se invirtieron y los subordinados empezaron a presionar al jefe para que apoyara el movimiento aunque esto no iba de acuerdo a sus planes de cambio pacífico y a largo plazo, al final tuvo que aceptar que gran parte de la población había dejado de largo la apatía por medio de sus discursos y ahora que estaban arriesgando su vida no podría dejarlos solos, por lo cual aceptó la jefatura civil del movimiento, pues aunque se uniría al grupo no tomaría en lo personal las armas.
Pero ya el gobierno había determinado que Anacleto era un líder demasiado peligroso y tomó la determinación de acabar con él. En cierto sentido había profetizado su final pues uno de sus temas era el del martirio, sobre el cual entre otras cosas había dicho: “No es que nos empeñemos en que es preciso ser mártires, ni que sostengamos que sin mártires no podemos llegar a la reconquista de nuestras posiciones y de nuestra libertad, sino que el gesto de los mártires ha sido en todos los tiempos el único que ha sabido, que ha podido triunfar de todos los tiranos, llámense emperadores, reyes, gobernantes o presidentes…El mártir es y ha sido el primer ciudadano de una democracia extraña e inesperada, que en medio del naufragio de la violencia arroja su vida para que jamás se extingan ni su voto ni su recuerdo…el mártir es un milagro y una necesidad para que no perezca la libertad en el mundo”.
El 1° de abril de 1927 toman preso a Anacleto en casa de la familia Vargas que le había dado asilo, se llevan también a los hermanos Vargas, Jorge, Ramon y Florentino, a este último lo liberan pensando que era menor de edad. También han tomado prisionero en su casa a Luis Padilla, secretario de la Unión Popular, todos son llevados al llamado Cuartel Colorado donde Anacleto es torturado para que rebele información sobre el arzobispo de Guadalajara y los alzados, Cuando su secretario Luis Padilla pide un sacerdote que no le iban a llevar los verdugos. Anacleto le dice: “No hermano, ya no es tiempo de confesarse, sino de pedir perdón y perdonar. Es un Padre, y no un Juez, el que te espera. Tu misma sangre te purificará” Después agregaría: “Una sola cosa diré; y es: que he trabajado con todo desinterés por defender la causa de Jesucristo y de su Iglesia. Vosotros me mataréis, pero sabed que conmigo no morirá la causa. Muchos están detrás de mi dispuestos a defenderla hasta el martirio. Me voy, pero con la seguridad de que veré pronto, desde el cielo, el triunfo de la religión en mi patria…sus compañeros son sacrificados mientras él los reconforta, congruente hasta el final guarda silencio, sin Juicio alguno se le lleva a fusilar y dice: “General, (cuyo apellido era Ferreira), perdono a usted de corazón, muy pronto nos veremos ante el tribunal divino; el mismo Juez que me va a juzgar será su juez, y entonces tendrá usted en mí, un intercesor con Dios, y acto seguido. Por segunda vez oigan las Américas este santo grito; Yo muero, pero Dios no muere. ¡Viva Cristo Rey! y cae víctima de un bayonetazo.
Su ejemplo nos permite apreciar en toda su magnitud a un hombre plenamente congruente entre su pensamiento y su vida, entre la teoría y la acción, y su testimonio nos anima a seguir luchando por un México donde se recobren las libertades y nos mueve a reflexionar sobre nuestra propia forma de vivir. Anacleto y sus compañeros mártires fueron beatificados en el Estadio Jalisco el 20 de noviembre de 2005, y en Julio de 2019 la Conferencia del Episcopado Mexicano nombró a Anacleto Patrono de los Laicos Mexicanos.
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