El tema de Trump y sus políticas contra la inmigración y la construcción de un muro en la frontera con México han ocupado ríos de tinta y enormes espacios en los medios de comunicación de todo tipo, y han agudizado el ingenio de los que hacen chistes y caricaturas para dar más colorido al tema. Todos nos hemos visto inevitablemente envueltos en alguna discusión sobre el tema. Tal parece que todo el futuro de México se ve ennegrecido por la sombra de las decisiones del nuevo presidente de Estado Unidos.
Pero cuando nos aislamos un poco del ruido que causan los medios y recordamos las noticias de semanas y de algunos meses, y aun años pasados, nos encontramos que es nuestro mundo interno el que se colapsa sin intervención alguna del presiente del país vecino.
Son tantos temas los que nos agobian, que es muy difícil en un artículo enfocarse a uno o varios de los mismos con el detalle que requieren; pero yo, como persona y como ciudadano, como padre de familia y abuelo, como empleado de una empresa, y en cada uno de los roles en los que Dios me ha colocado, me enfrento con situaciones que no recuerdo haber esperado cuando en mi juventud soñaba que a estas alturas México seguramente habría llegado a una etapa de desarrollo en todos los campos, que permitirían a nuestra sociedad vivir con dignidad, con seguridad y con libertad.
Las personas nos angustiamos mucho por el futuro económico, por la inseguridad que hace que salgamos cada día con temor a que nos pueda suceder algo a nosotros o a nuestros hijos, parientes o amigos que puedan ser víctimas de un asalto, o peor aún, de un secuestro.
Sin embargo, creo que la crisis que estamos viviendo es por algo mucho más profundo, porque es una falta de identidad como comunidad y como país, que se ha ido provocando desde hace mucho y hoy tiene ya tantas fuentes de contaminación, que combatirlas a todas es muy complicado, por lo que habría que buscar las causas primeras en algún lugar, para de ahí tratar de recomponer esta situación tan alarmante.
Todavía hace dos o tres generaciones, había una serie de lazos comunes al menos para la gran mayoría de los mexicanos; sin embargo, una gran parte de esta sociedad desafortunadamente se acostumbró a estar silenciosa y a no intervenir ni en los destinos ni en las decisiones trascendentales. Entonces era común hablar de familia, de respeto, de moral, de autoridad, de patriotismo y de fe en Dios como un patrimonio común. En ese tiempo todavía no se sacaban del léxico palabras que hoy suenan casi prohibidas, como por ejemplo: bien y mal, virtud y pecado, desviaciones sexuales, caridad y fe, entre muchas otras.
El laicismo, que en teoría era un avance hacia la libertad, en la práctica siempre fue una estrategia perfectamente planeada para descristianizar al país y eliminar a la Iglesia como contrapeso a la acción ilimitada de control de los políticos, que han hecho del nacionalismo y de la idolatría del Estado una nueva religión, más dogmática que el mismo catolicismo tan atacado por el sistema.
El resultado es que tenemos el país más violento y corrupto del que tengamos memoria en tiempos que supuestamente son de paz, pero donde hay más muertos que en muchos países que están en guerra. El saqueo de gobiernos y autoridades es tema de todos los días, y a mí me parece que esto es simplemente el resultado de las políticas educativas sin valores y cargadas de ideología que los diferentes gobiernos han venido imponiendo en complicidad con la casi totalidad de los medios de comunicación, y la pasividad de la sociedad que se ha dejado transformar en su misma alma, desechando los principios tradicionales y adoptando esta nueva forma de actuar y pensar con supuestos nuevos derechos y libertades.
Quiero enfocarme sobre dos temas de extrema gravedad que han contaminado la forma de pensar y cuyos efectos derivan en muchas consecuencias que muchas veces no estamos relacionando con su origen.
El mayor de todos es el mal llamado derecho al aborto, donde se considera que el feto es parte del cuerpo de la mujer y por eso ella tiene el derecho de decidir qué hacer sobre su destino. Esto nunca les hubiera pasado por la mente a nuestros antepasados; sin embargo, hoy en día que tenemos un avance maravillosos en la técnica y en la ciencia que nos ha permitido saber que desde el momento de la fecundación ya no hay elementos que intervengan para generar la nueva vida, y tan sólo el alimento y el cobijo del vientre materno van haciendo que se desarrolle este milagro, y que podemos inclusive constatar viendo mediante el ultrasonido al bebé formado y hasta moviéndose, y aun así negamos que esta es una nueva vida. Estamos en serios problemas promoviendo una ideología que niega la realidad y que se proyecta en una falta de respeto total a la vida, pues es una consecuencia lógica, que si no hay obligación de respetarla en su origen, no habrá razón para respetarla después, ya que en esencia tiene el mismo valor a lo largo de toda su existencia.
Otro problema mayúsculo es la confusión que está generando la llamada ideología de género que pretende poner en duda la evidencia de la misma naturaleza y llevada de la mano de la llamada educación sexual que es una pérdida del valor de la misma que se desliga de su esencia de generación de la vida y de la entrega plena de dos personas que se aman, poniendo un enfoque exagerado en el placer que se convierte inclusive en derecho y se pervierte el sentido de la palabra responsabilidad al identificarlo con el sólo hecho de utilizar condones o anticonceptivos.
Muestra de este último punto, que ya rebasa todo límite de respeto para situarse en el plano de las tiranías totalitarias, y con la arrogancia característica de los gobiernos de izquierda, es que Patricia Mercado, durante la presentación un libro para menores que elaboró el gobierno de Mancera para repartir afuera de las escuelas, en la que de forma explícita y con una visión liberal ofrecen información sobre sexualidad y la promoción de las relaciones sexuales según ellos de manera “responsable”, aseguró que las autoridades capitalinas no aceptarán que se use el pretexto del derecho de madres y padres para transmitir conceptos religiosos a sus hijos, interfieran con los derechos y las capacidades que van adquiriendo con el tiempo.
Lo anterior es una franca agresión contra los padres de familia y los ciudadanos en nuestros diferentes papeles como padres de familia, profesionistas, trabajadores, empleados, amas de casa, maestros, etc. Tenemos que empezar a reclamar el derecho de no dejar que estas personas que gobiernan sigan destruyendo al país imponiendo formas de pensar ajenas a nuestra tradición, destruyendo los valores morales y la conciencia personal y colectiva, creyendo que se pueden apoderar de nuestros hijos, porque de otra manera no habrá remedio ni para la corrupción, ni para la seguridad, y una vez atendidos estos puntos la política de Estados Unidos será el menor de nuestros problemas.
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