Por años la educación se ha caracterizado por ser laica, pero ¿siempre ha sido así?
Hay “verdades” que son para nosotros igual o mayores a los dogmas religiosos porque hemos nacido con ellos, vivido con ellos y con ellos moriremos, son inatacables e inobjetables y debemos aceptarlos si no queremos ser tachados de retrógrados, oscurantistas, clericales, radicales, fundamentalistas y otros calificativos por el estilo. Uno de ellos es que la educación debe ser laica porque esta engloba todos los valores universales y nos da plena libertad. Desde luego es el Estado que súbitamente se convierte en el guía supremo quien decide lo que se debe enseñar, y más aun lo que no se debe. Para ello otorga libros de texto que son los únicos que se pueden seguir y además determina expulsar de la sociedad todo conocimiento religioso, en especial lo referente al cristianismo, como si éstos no formaran parte de la cultura y de la historia occidental y, sobre todo mexicana, pero más que eso la Constitución de 1917, prohíbe como un “signo de libertad”, que aún en las escuelas privadas se pueda enseñar religión.
Pero resulta ser que hay una materia llamada historia a la que poca atención le prestamos, porque a la mayoría nos la enseñaron de tal forma que aprendimos a aburrirnos con ella. Cuando tenemos la fortuna de toparnos con alguien que nos abre rutas no trilladas entramos en conflicto con lo que hemos creído siempre, y en un momento determinado podemos ver otra perspectiva diferente.
Nos han hecho creer que la enseñanza laica era una aspiración popular, cosa que era totalmente falsa, esa era una idea no del pueblo, sino de los señores ideólogos de la Revolución Francesa, que la presentaron como un símbolo de respeto a todas las formas de pensamiento y de apertura la cultura universal. Si así hubiese sido, sería una maravillosa realidad.
La historia, sin embargo, consigna algunos hechos que no van tan de acorde a esta historia mítica, los señores impulsores de tan grandiosa revolución que terminó en un baño de sangre donde “la revolución devoró a sus propios hijos”, tenían ideas radicalmente negativas respecto a la religión cristiana, específicamente se declararon en multitud de ocasiones abiertamente como enemigos de la Iglesia y, consideraron que era indispensable abolir la religión de la escuela como un medio de “liberar al pueblo” de tan monstruosa esclavitud, para lo cual el laicismo sería la mejor estrategia.
Nuestros liberales y revolucionarios, ligados a los franceses por la masonería fueron fieles discípulos de estas ideas, por lo que el tiempo y distancia no fueron impedimento para aplicar los mismos criterios, muchas veces, o casi siempre empuñando la violencia para imponer “la libertad de conciencia”.
El célebre filósofo Voltaire en sus cartas a otros revolucionarios usaba con frecuencia los siguientes términos:
“La religión cristiana es una religión infame… una hidra abominable, un monstruo a quien hace falta que cien manos invisibles traspasen… Estoy ya cansado de oírles repetir que doce hombres han bastado para establecer el cristianismo y tengo ganas de probarles que no hace falta más que uno para destruirlo”.
Rosseau no se quería quedar a la zaga y proclamaba que: “El cristianismo romano es una religión tan evidentemente mala que es perder el tiempo entretenerse en demostrarlo”, y Jules Ferry, político francés impulsor de la educación laica proclamaba que “mi finalidad es organizar una humanidad sin Dios”.
Años más tarde, por 1917, Georges Clemenceau, del partido radical señalaba que: No digamos pues: “no queremos destruir la religión; digamos, al contrario: Queremos destruir la religión, a fin de poder establecer en su lugar la ciudad nueva”.
Bien dejemos a los franceses en su bello país, saltémonos a los socialistas y comunistas europeos cuyo radicalismo y fanatismo es ya muy conocido, y vengamos aquí, a Querétaro a nuestro congreso constituyente de 1917, donde nos han enseñado que nuestros próceres que plasmaron en la constitución el concepto de educación laica representaban a todo el pueblo y escuchemos sus propios testimonios. Hay que decir con toda claridad que dicho congreso fue todo menos plural, solamente los vencedores tuvieron acceso, y en cuanto a cuestiones religiosas y morales la pluralidad era prácticamente inexistente, desde luego ni pensar que participaron tradicionalistas, conservadores o católicos. Todo se redujo a una disputa entre liberales moderados y los exaltados, a unos les preocupaban más las formas que pudieran impactar a la opinión pública, a los otros simplemente los resultados.
El diputado Luis Manuel Rojas dice, hablando de las restricciones a los sacerdotes, para no poder enseñar en ninguna escuela ni matemáticas, como si no fueran ciudadanos mexicanos o fueran delincuentes: “Al oírse sus razones en esta tribuna por boca de su presidente, el General Múgica, quien a la verdad es un anticlerical sincero valiente y capaz de acabar con todos los clérigos del mundo si a la mano los tuviera”.
Alfonso Cravioto dice durante su turno: “Un distinguido compañero –me preguntaba esta mañana–: si ahora no aplastamos a los curas, ¿para qué se hizo la revolución?” ¡Hay que aplastar a los curas! Sí, señores. Bien está. Pero hay que aplastarlos con todas las reglas del arte y de la política, y no como pretende la comisión”. Cravioto con mucha inteligencia pensaba que una persecución violenta era contraproducente, mientras que una labor de descristianización a largo plazo y bien conducida con constancia sería muy efectiva. Los hechos le han dado la razón al diputado Cravioto.
Alberto Román tiene el valor de reconocer : “El laicismo es una restricción completa a la libertad de enseñanza”, pero lo justifica diciendo: “Asociar la religión a la enseñanza es asociar el error a la verdad”.
Y, para terminar, porque las citas son interminables escuchemos a calles en 1934: “Es necesario que entremos al nuevo período de la revolución, que yo le llamaría el período revolucionario y psicológico; debemos entrar y apoderarnos de las conciencias de los niños, de la juventud porque son y pertenecen a la revolución. Es absolutamente necesario sacar al enemigo de esa trinchera donde está la clerecía, donde están los conservadores. Me refiero a la escuela.
El gobierno, confundiéndose con la patria se erige en el nuevo conductor de los destinos del hombre mediante el control educativo que paga con nuestros impuestos.
Es por este sentido persecutorio y para nada neutral que se imprimió a la escuela oficial y privada por lo que Anacleto González Flores, defensor de la libertad religiosa durante la persecución del gobierno del presidente Calles y su generación, se oponían a la educación laica y, decía el Maestro:
“El día en que la Constitución de 1917 fue elaborada, el pueblo ni siquiera tuvo noticia de lo que se hacía ni de lo que se escribía. No estuvo presente en los debates. No pudo decir su palabra ni su opinión. No se le permitió, adrede, con firme e inquebrantable propósito de excluirlo, la entrada a él ni a sus representantes genuinos […] se abrogaron una representación que jamás solicitaron, que jamás tuvieron y que jamás pudieron tener. Entonces el pueblo no pudo votar ni a favor ni en contra de la Constitución”.
“El laicismo, es decir la neutralidad religiosa en la enseñanza además de ser un absurdo implica una contradicción manifiesta y una injusticia incalificable: es un absurdo, porque con el pretexto de respetar todas las creencias y de eludir su defensa o ataque se hiere el sentimiento religiosos con la supresión , en los programas de instrucción, de lo que en concepto de los creyentes es lo más santo y tiene que ocupar un lugar de honor en la formación de la niñez y de la juventud; es una injusticia, porque las contribuciones que pesan sobre el pueblo se destinan a combatir sus convicciones religiosas y a precipitarlo sobre el abismo de la indiferencia primero y en el caos de la impiedad después.
La escuela laica es la escuela del miedo. Porque el niño y el joven aprenden, aunque los profesores sean santos, a buscar la sombra para hablar de Dios, a ocultarse de las miradas escrutadoras de gobierno al referirse a Dios, a temblar cuando en la explicación lógica de la historia y la naturaleza sea necesario inclinarse ante Dios, señor de la vida y aliento de hombres y pueblos’. (Recordemos que cuando se escribe esta frase estamos en México en plena persecución religiosa)
Los ideólogos de la revolución mexicana se propusieron que mediante el control de la educación el Estado fuera el que definiera los conceptos morales y sociales que deberían regir y, despareciera el concepto de Dios de la vida pública, según ellos con esto México sería moderno, próspero y justo. ¿Habrán logrado su cometido? Júzguelo cada uno según lo que vea a su alrededor en este México actual y en el mundo en general.
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