Pablo y Bernabé después de todo el trabajo apostólico que tantas satisfacciones como desventuras les había causado regresaban a Antioquía , que lucía mucho más agradable que Liconia, y a su llegada fueron recibidos con gran alegría por la muchedumbre de cristianos que se agolpaban a su paso tratando de saludarlos, los veían algo cambiados y un poco envejecidos, y con huellas de haber pasado por agresiones físicas durante este tiempo que le dejaría a Pablo esa marcas permanentes de su entrega por el Señor.
Los hermanos de la comunidad también habían estado muy atareados comunicando el Evangelio a nuevos miembros de la comunidad, la mayoría provenientes del paganismo y otros de las más tradicionales familias judías, inclusive de algunos fariseos. Asimismo entre los convertidos había que trabajar para que su fe creciera conociendo más el mensaje de Jesús, y participando además de las tareas de la comunidad y de las reuniones eucarísticas.
Todo esto era miel para los oídos de los apóstoles que se sentían muy felices de escuchar esa noticias, , y sentían que al fin podían moverse con gran libertad entre esa comunidad para continuar su obra, sin embargo no pasó mucho tiempo para que empezaran a notar ciertas divisiones, y entonces recibieron noticias de que los cristianos provenientes de la comunidad judía recibían señales de la Iglesia de Jerusalén que ellos eran los plenamente cristianos, y que los provenientes del judaísmo tenían que ser circuncidados entre otras cosas para llegar a pertenecer algún día plenamente a Cristo.
El problema que parecería podía haber disminuido con el tiempo no era así, pues los hermanos de la Iglesia de Jerusalén nunca habían salido de su región, así que permanecían imbuidos dentro del ambiente del más puro judaísmo, y aunque estaba claro después de la resurrección que el mensaje de Jesús era para todo el mundo, en realidad durante los cuarenta días que Jesús estuvo apareciéndose a ellos no les había hablado en concreto sobre esta particular situación, y a ellos les parecía más claro que les había enseñado en vida que él no había venido a cambiar la ley, sino a darle cumplimento pleno, y no les gustaba que unos que provenían de pueblos que no habian recibido el mensaje de Dios vinieran ahora a ser iguales que ellos e inclusive a cambiar sus tradiciones.
Santiago el menor, a quién podemos considerar el primer obispo de Jerusalén, aunque todavía no se utilizaba ese término, era un hombre muy austero y en exceso piadoso, que pasaba grandes horas en oración y aún las autoridades civiles le respetaban por su gran autoridad moral. Pero Santiago era uno de esos hombres que nunca había salido y prácticamente no había tenido contacto con las comunidades provenientes del paganismo. Cuando un grupo de los más radicales ligados a Santiago se enteró del regreso de los apóstoles a Antioquía decidió hacerles una visita.
Al llegar los visitantes de la Iglesia Madre de Jerusalén fueron muy bien recibidos, sin embrago éstos pronto dieron muestras de un casi desprecio a los cristianos provenientes del paganismo, se purificaban después de haber estado con ellos por considerarlos impuros, declararon que deberían circuncidarse, operación que además resultaba peligrosa para los adultos, y aún en la reunión de ágape comían por separado, lo que empezó a ser intolerable, y sobre la visión de Pedro en Joppe, seguían pensando que esto sólo aplicaba para algunos.
Esta situación llegó a tal extremo que hizo que Pablo tomará la decisión de trasladarse a Jerusalén, para tratar ahora sí a fondo este asunto y definir a final de cuentas si el cristianismo sería una rama más del judaísmo, o una nueva religión que incluyera a todos los hombres de todas las naciones y de todas las razas sin distingo alguno.
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