La mejor forma de seguir el mensaje del Evangelio, nos enseña San Pablo, es a través del amor.
Nunca ha sido tarea fácil el seguimiento de Jesús, realmente sólo es posible lograrlo con la gracia que nos da el mismo Dios, y eso lo experimentamos todos personalmente, y esta situación se aligera o se agrava en gran parte dependiendo del medio social y familiar en el que nos movemos, que nos puede ayudar en nuestro camino, o ser un obstáculo para conseguirlo.
Aunque estamos viviendo una etapa de severa crisis para la fe y la Iglesia; de cualquier manera, están ahí presentes casi dos mil años de cristianismo, dejando muchas huellas en la sociedad que nos ayudan y nos recuerdan los valores del Evangelio.
Pero imaginemos las dificultades para las primeras comunidades cristianas que provenían, o bien, de un mundo totalmente pagano, y por lo tanto, muy alejado del cristianismo, o del judaísmo, que había caído en una especie de camisa de fuerza en cuanto a la ley, que eran en muchos casos más reglas que verdadera búsqueda de Dios, y en ambos casos convertirse era muy difícil; pero en caso de hacerlo, después mantenerse era igual, o aún más complicado.
Aun en aquellos que querían hacer las cosa de la mejor manera posible, les surgían muchas veces dudas sobre lo que en verdad era más importante, y Pablo inspirado por el Espíritu Santo les aclara en una de las más bellas páginas del Nuevo testamento, que el camino seguro para seguir a Jesús se encuentra en al amor. Lo dejó por escrito para la posteridad en esa intensa carta a los corintios, con las palabras que todos hemos escuchado pero que siempre nos emocionan, y nos invitan a una seria reflexión personal, sobre cómo estamos nosotros viviendo nuestras relaciones bajo la óptica de las palabras de san Pablo que deberíamos recordar y reflexionar con mayor frecuencia.
“Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha. La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. La caridad no acaba nunca. Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia. Porque parcial es nuestra ciencia y parcial nuestra profecía. Cuando vendrá lo perfecto, desaparecerá lo parcial. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño. Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido. Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad.”
Y así Pablo inspiraba lo que debería ser la meta de los cristianos de entonces, y de todos los tiempos, en cuanto a la aplicación del mensaje de Jesús en la vida práctica, que seguramente se reflejaría en una mejor forma de vivir para toda la sociedad.
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