Pablo, el caminante, continua su camino a pesar de las dificultades que pueda tener.
Con la salida de Félix llegó un nuevo gobernador romano, llamado Poncio Festo. Descendía de una antigua familia de la nobleza romana y era un buen funcionario con fama de rectitud y eficacia. Una vez instalado decidió hacer la inevitable visita a las autoridades religiosas judías, que también estaban estrenando sumo sacerdote de nombre Ismael ben Phabi.
Pese a que habían pasado dos años en una especie de tregua, el odio de los judíos contra Pablo se mantenía vigente, así que no tardaron en pedir a Poncio que como regalo de bienvenida les enviara a Pablo para que fuera juzgado en Jerusalén, pensando que como el gobernador era nuevo, seguramente accedería a su petición y, entonces, en el camino lo matarían conforme al plan original y así ya no sería necesario ningún juicio.
Pero resultó que el gobernador no era ningún novato, enseguida se dio cuenta que algo no estaba bien, así que negó la petición y dijo que el juicio se celebraría en Cesarea.
El gobernador no entendía nada de cuestiones de la religión judía, y le parecía que eso del juicio de Pablo no era otro asunto que las ideas extremistas de estos fanáticos, además enterado de que Pablo era un ciudadano romano, no podía entregarlo a un tribunal religiosos, aunque el asunto fuera exclusivamente sobre este tema, de tal manera que decidió a preguntar a Pablo si aceptaba el cambio.
Pablo había enseñado siempre que las cuestiones religiosas no deberían dirimirse ante tribunales paganos, así lo había dicho cuando era religiosamente judío, y así lo enseñaba también ahora entre los cristianos, sin embargo, aquí la situación parecía estar entremezclada con situaciones políticas y, habiendo Pablo renunciado ya al judaísmo, ese tribunal por ser exclusivamente judío ya no tendría jurisdicción sobre él.
Ante lo complicado del asunto, Pablo aplicó una medida jurídica a la que tenía derecho, apeló a ser juzgado por el César, lo que equivalía a que tendría que ser juzgado por un tribunal imperial en Roma, lo que era considerado como un privilegio para los ciudadanos romanos, estos tribunales eran considerados como los más competentes de todo el imperio, así que el nuevo gobernador se quitaba de encima un problema que le podría haber causado muchos dolores de cabeza.
Sucedió también que por esos días llegó Herodes Agripa a saludar al nuevo gobernador. Agripa tenía muchas influencias en la capital del imperio, era además judío de nacimiento, aunque romano de educación.
Toda la dinastía de los Herodes tuvo una influencia fatal sobre Jesús y su misión: su bisabuelo degolló a los niños inocentes en Belén, el hermano de su abuelo hizo decapitar a Juan Bautista, su padre hizo matar a Santiago y perseguir a Pedro, y ahora él se encontraba cercano a la situación de Pablo.
Pronto le llegó la curiosidad y pidió hablar con el apóstol, los Hechos de los apóstoles nos narran lo que sucedió:
“Agripa dijo a Pablo: ‘Se te permite hablar en tu favor.’ Entonces Pablo extendió su mano y empezó su defensa: “Me considero feliz, rey Agripa, al tener que defenderme hoy ante ti de todas las cosas de que me acusan los judíos, Principalmente porque tú conoces todas las costumbres y cuestiones de los judíos. Por eso te pido que me escuches pacientemente.”
“Todos los judíos conocen mi vida desde mi juventud, desde cuando estuve en el seno de mi nación, en Jerusalén. Ellos me conocen de mucho tiempo atrás y si quieren pueden testificar que yo he vivido como fariseo conforme a la secta más estricta de nuestra religión. Y si ahora estoy aquí procesado es por la esperanza que tengo en la Promesa hecha por Dios a nuestros padres. Cuyo cumplimiento están esperando nuestras doce tribus en el culto que asiduamente, noche y día, rinden a Dios. Por esta esperanza, oh rey, soy acusado por los judíos. ¿Por qué tenéis vosotros por increíble que Dios resucite a los muertos? Yo, pues, me había creído obligado a combatir con todos los medios el nombre de Jesús, el Nazareno. “
“Así lo hice en Jerusalén y, con poderes recibidos de los sumos sacerdotes, yo mismo encerré a muchos santos en las cárceles; y cuando se les condenaba a muerte, yo contribuía con mi voto. Frecuentemente recorría todas las sinagogas y a fuerza de castigos les obligaba a blasfemar y, rebosando furor contra ellos, los perseguía hasta en las ciudades extranjeras. En este empeño iba hacia Damasco con plenos poderes y comisión de los sumos sacerdotes; y al medio día, yendo de camino vi, oh rey, una luz venida del cielo, más resplandeciente que el sol, que me envolvió a mí y a mis compañeros en su resplandor. Caímos todos a tierra y yo oí una voz que me decía en lengua hebrea: ‘Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues? Te es duro dar coces contra el aguijón’. Yo respondí: ‘¿Quién eres, Señor?’ Y me dijo el Señor: ‘Yo soy Jesús a quien tú persigues. Pero levántate, y ponte en pie; pues me he aparecido a ti para constituirte servidor y testigo tanto de las cosas que de mí has visto como de las que te manifestaré. Yo te libraré de tu pueblo y de los gentiles, a los cuales yo te envío, para que les abras los ojos; para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios; y para que reciban el perdón de los pecados y una parte en la herencia entre los santificados, mediante la fe en mí.’ Así pues, rey Agripa, no fui desobediente a la visión celestial, sino que primero a los habitantes de Damasco, después a los de Jerusalén y por todo el país de Judea y también a los gentiles he predicado que se convirtieran y que se volvieran a Dios haciendo obras dignas de conversión. Por esto los judíos, habiéndome prendido en el Templo, intentaban darme muerte”.
“Con el auxilio de Dios hasta el presente me he mantenido firme dando testimonio a pequeños y grandes sin decir cosa que esté fuera de lo que los profetas y el mismo Moisés dijeron que había de suceder: que el Cristo había de padecer y que, después de resucitar el primero de entre los muertos, anunciaría la luz al pueblo y a los gentiles.» Mientras estaba él diciendo esto en su defensa, Festo le interrumpió gritándole: ‘Estás loco, Pablo; las muchas letras te hacen perder la cabeza.’ Pablo contestó: ‘No estoy loco, excelentísimo Festo, sino que hablo cosas verdaderas y sensatas. Bien enterado está de estas cosas el rey, ante quien hablo con confianza; no creo que se le oculte nada, pues no han pasado en un rincón. ¿Crees, rey Agripa, a los profetas? Yo sé que crees’. Agripa contestó a Pablo: ‘Por poco, con tus argumentos, haces de mí un cristiano.’ Y Pablo replicó: ‘Quiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino todos los que me escuchan hoy, llegaran a ser tales como yo soy, a excepción de estas cadenas’. El rey, el procurador, Berenice y los que con ellos estaban sentados se levantaron, y mientras se retiraban iban diciéndose unos a otros: ‘Este hombre no ha hecho nada digno de muerte o de prisión’. Agripa dijo a Festo: ‘Podía ser puesto en libertad este hombre si no hiera apelado al César’.”
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