Pablo, ciego para ver

Pablo, el caminante eterno. Capítulo VII. Ciego para ver

Si un hombre estaba seguro de lo que debía hacer en su vida era Pablo, esa seguridad aunada a su voluntad y carácter hacían de él una personalidad recia y aguerrida, un tanto soberbia e inflexible. Ahora sin embargo ese hombre se hallaba con el rostro en tierra, lleno de polvo y al tratar de incorporarse se dio cuenta de que estaba ciego. Sus compañeros no sabían lo que pasaba, lo habían escuchado hablar, habían visto una luz, pero a ninguna persona, todo era confusión, y al escuchar decir a Pablo que necesitaba ayuda porque estaba ciego la desconcierto se hizo mayor aún. 



Cuantas verdades le revelaría Jesús en el momento de su caída, o durante el camino que seguía guiado por sus compañeros, o en los días posteriores es imposible saberlo, pero su mente judía daría un giro de 180° y  lo que hasta hace unos momentos era para él algo ignominioso como la cruz se transformaba de repente en un signo luminoso, si hubiera esperado la resurrección  se la hubiera imaginado con un Jesús regresando con gran poder para imponer un justo castigo para quienes lo habían entregado a la muerte y los que habían ejecutado tal crimen, sin embargo en  su encuentro   vio que Jesús regresaba a la vida lleno de amor y misericordia, con lo que cambiaba totalmente la imagen que los judíos habían ido forjando sobre el mesías. Comprendía también que Jesús era Dios y por lo tanto se quedaría entre los suyos, no de forma física sino a través de la Iglesia y de ahí desarrollaría con claridad su doctrina sobre el Cuerpo Místico de Cristo.

Ya decíamos que no se encontrará ninguna explicación psicológica para este cambio, simplemente la gracia de Dios había vencido a este combatiente que se aferraba a lo antiguo para convertirlo en adalid de lo nuevo: San Agustín diría que la misma gracia que lo derribó lo levantó.

En la historia del cristianismo hay muchas conversiones notables de enemigos de la religión, o del catolicismo, o simplemente de la Iglesia, pero no creo que nadie haya vivido una experiencia semejante a la Saulo, que humanamente debe haber dejado en su alma una huella profunda, donde la conversión es tanto del entendimiento como del corazón. Por ello los siguientes tres días en que Pablo estuvo en una casa se encerró durante sin comer nada, sin siquiera beber un vaso de agua, fue para él como una muerte mística para también resucitar.  

Y los sorprendentes caminos de Dios siguieron cuando en lugar de nombrar a un hombre muy notable de sus seguidores para adoctrinar e integrar a Pablo a la naciente Iglesia, seleccionó a un hombre sencillo llamado Ananías, que se dice era de los discípulos que huyeron a Damasco por causa de las persecuciones. Este Ananías se sobresaltó enormemente con la misión que el Señor le encomendaba, y así Pablo lo dice en los Hechos de los Apóstoles:

Un tal Ananías, hombre piadoso según la Ley, bien acreditado por todos los judíos que habitaban allí, vino a verme, y presentándose ante mí me dijo: “Saúl, hermano, recobra la vista”. Y en aquel momento le pude ver. Él me dijo: “El Dios de nuestros padres te ha destinado para que conozcas su voluntad, veas al Justo y escuches la voz de sus labios, pues le has de ser testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído. Y ahora, ¿qué esperas? Levántate, recibe el bautismo y lava tus pecados invocando su nombre”. (Hch 22,4-16).

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