Todo edificio político y social descansa sobre los valores que lo han levantado y lo sostienen. Si llega un momento en que un terremoto derriba y voltea esos valores, toda la construcción se viene abajo.
Parecería que el coronavirus es el detonante de una crisis mundial cuyas consecuencias aún no podemos determinar, ni en cuanto a sus efectos mortales, ni en cuanto a sus efectos económicos y también políticos, que seguramente tendrán efecto cuando rebasada la crisis sanitaria los ciudadanos de cada país empiecen a evaluar la actuación de sus gobiernos y la eficacia de sus sistemas de salud.
Pero cuando se presentó esta contingencia que prácticamente tomó por sorpresa a todas las naciones, ya estábamos viviendo una serie de crisis que el mencionado virus tal vez vino simplemente a hacer explotar, y estas crisis eran de diversos géneros, algunas ya extendidas por muchos los países.
El mundo moderno en gran medida basa su seguridad sobre el poder económico, científico, tecnológico, y en cierta medida también cultural, pero dentro de este mismo mundo hay muchos niveles y desigualdades, a veces dentro de las mismas naciones, aún de las más prósperas, que ya daban signos de una posible recesión.
Sin embargo, sin que una gran mayoría lo notara, se estaba generalizando un derrocamiento de los valores tradicionales que se había venido imponiendo muy lentamente y por muchos medios para que pareciera una acción natural del desarrollo de la sociedad moderna, y fincados en un aparente progreso de los derechos humanos, se estaba cayendo en una confusión muy peligrosa entre los auténticos derechos humanos y una serie de imposiciones ideológicas con fines muy diversos, pero siempre con intereses económicos y políticos de fondo.
Y la sociedad inmersa en los problemas cotidianos de la vida se fue dejando llevar y envolver, y muchas personas de buena fe, y no solamente hablamos de jóvenes, aunque primordialmente ellos se fueron dejando llevar por estas nuevas formas de pensar que se identificaban con la libertad y con el fin del reinado de una sociedad autoritaria y dogmática, donde entre otras cosas la religión ya no tenía nada que hacer, y en todo caso una espiritualidad personal era lo que llevaría a las personas a su plena realización.
Sin embargo bajo esta crisis, y aunque casi todos nos preguntamos lo que sucederá en la economía después, al mismo tiempo se nos ha dado espacio para preguntarnos más a fondo sobre el sentido de la vida, sobre si la forma como la hemos enfocado hasta el momento es la correcta, y muchos se hacen también cuestionamientos si con el ritmo de vida sin pausa casi frenético que se había impuesto en la forma de vida moderna y que les impedía tener tiempo para la familia, los amigos, y su propio crecimientos personal era la correcta.
Si bien el tema económico es clave, y en nuestro caso concreto muy delicado porque de hecho ya estábamos en una situación muy delicada, confiamos en que se tendrá que encontrar una solución, eso sí con una gran participación de la sociedad, pero en cuanto a los valores humanos la situación parece aún más grave, porque como decía el maestro Anacleto González Flores: “Porque todo edificio político y social, descansa sobre los valores que lo han levantado y lo sostienen. Si llega un momento en que un terremoto derriba y voltea esos valores, toda la construcción se viene debajo de una manera inevitable”.
Y bien hay que recordar que los cimientos sobre los que se constituyó nuestra historia y nuestra tradición son los llamados valores de la cultura occidental fuertemente influidos por el cristianismo, y que en términos generales se basan sobre el respeto a la dignidad de las personas, al derecho a la vida, a la libertad, al trabajo, y a la célula fundamental de la sociedad que es la familia. Y estos valores están fuertemente atacados por las tendencias que se han venido imponiendo y que se van reflejando en las leyes, y así se ataca en primer lugar al más elemental de todos los derechos que es la vida con la protección al aborto voluntario, con el fomento desde las leyes y desde la misma enseñanza oficial, donde también se impone para todos la ideología de género, que acaba atacando a la familia y a la misma naturaleza de las personas. Esto debilita más a la sociedad que la misma crisis económica, y permite a los gobiernos manipularla porque es una sociedad débil en lo más importante que son sus principios y valores.
Por eso es importante darnos cuenta que este encierro nos está dando la oportunidad para contrarrestar esta influencia negativa que en mayor o menor grado ha influido en todos, en algunos disminuyendo el sentido de combatividad al ser aplastados por la avalancha de mensajes diarios sobre estos supuestos nuevos derechos humanos, y en muchos jóvenes en el discernimiento de lo que es verdadero. Tal vez no sabemos hasta qué grado estas ideas se han venido anidando en nuestros hijos, aún los pequeños, porque desde la primaria ya se les van inculcando estas ideas, y al descubrirlo estamos muy a tiempo de ayudarles a no caer en estas trampas, y este tiempo nos permita contrarrestar este ataque a los valores cimentando en nuestros hijos la verdad de los auténticos valores y profundizar más en el verdadero sentido de la vida, crecer humanamente renovando nuestra relación familiar conociéndonos mejor, sentirnos más plenos al tener la oportunidad de poder disfrutar de más tiempo para leer, para escribir, para escuchar música y visitar museos por la televisión u otros medios, y hasta para llamar a muchos amigos que hemos tenido olvidados o distanciados.
Que esta crisis no nos lleve a otra crisis si no sabemos manejar nuestro encierro obligatorio, y no nos concentremos nada más en estar escuchando noticias sobre el coronavirus, sino que abramos más allá nuestros horizontes y el final del confinamiento nos encuentre más preparados como personas para enfrentar esta nueva situación con un espíritu que no solamente nos lleve a buscar que las cosas vuelvan a estar como antes, sino a encontrar un verdadero cambio que ,mejore todas las condiciones no solamente económicas sino también humanas.
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