Una sociedad firme en valores se tiene que traducir en una sociedad justa y con un sano desarrollo económico, que dé oportunidades a todos y que luche por un orden libre de violencia.
Es alarmante la situación que estamos viviendo con respecto al COVID, por todos lados escuchamos de enfermos y muertos, y tal vez ya lo hemos sufrido con amigos y familiares cercanos, o alguno ya lo ha padecido y gracias a Dios lo pudo superar; sin embargo, de alguna manera y pese a las dudas que podamos tener sobre el manejo de la vacunación en nuestro país, al existir la vacuna ya se abre una esperanza concreta para vencer a la pandemia.
Sin embargo, no todos los retos se refieren a controlar la enfermedad de moda que a todos nos preocupa, hay otras situaciones que nos deben llevar a una reflexión profunda sobre nuestra situación social y no solamente la nacional, sino también la internacional que en este mundo globalizado siempre estará interrelacionada con nosotros.
No todo es solamente economía y finanzas, o por decirlo de otra manera, muchas veces estos problemas se derivan de otros más profundos, pero más difíciles de detectar, porque son como el cáncer que muchas veces se va desarrollando de una forma silenciosa hasta que causa el colapso final que desemboca en la muerte.
Ya desde hace mucho tiempo el relativismo que habla de que no hay verdades y valores absolutos se ha venido imponiendo en nuestra sociedad, y se presenta como un logro de la libertad que se ha conseguido en las sociedades modernas, sin embargo, esta filosofía no resiste un verdadero análisis profundo y está siendo muy destructiva. En general en la historia de todas las culturas los valores eran fijados por las religiones, la relación del hombre con lo trascendental, y en nuestra cultura occidental estas bases fueron fundamentalmente inscritas en la sociedad por el cristianismo, y con mucha influencia específicamente por la Iglesia católica, pero llegó la era de las revoluciones y con ellas el laicismo, que hay que decir que nunca fue una propuesta del pueblo, sino un manejo de los intelectuales envueltos en la bandera de representantes del pueblo que se fue imponiendo poco a poco, mediante la fuerza de los que estaban en el poder, hasta llegar a hacer creer exactamente lo contrario a la realidad, o sea que el laicismo había sido una aspiración popular, idea que aunque es falsa se encuentra hoy prácticamente creída y asumida por todos.
Este relativismo que ha venido creciendo se refleja en un desplome de los valores tradicionales, y como decía el Lic. Anacleto González Flores: “Porque todo edificio político y social, descansa sobre las espaldas de los valores que lo han levantado y que lo sostienen. Si llega un momento en que un terremoto derriba y voltea esos valores, toda la construcción se viene abajo de una manera inevitable… Esta puede ser la suerte de los valores humanos: el derrocamiento. Y llegada la hora del derrocamiento –y en esta hora nos encontramos– no hay término medio, o se emprende la reconquista para ganar los puestos perdidos o se rehúye la batalla encarnizada que hay que librar para volver a arrebatar la púrpura y en este último caso, se deja de ser un valor humano para no ser más que un arista rota y pisoteada. Esto quiere decir que los valores humanos necesitan ponerse en marcha para abrirse paso, ganar una posición, retenerla invenciblemente y entregarla a una descendencia que sepa conservarla y para esto no hay más recurso que la guerra”.
Una guerra que tiene una multitud de frentes, empezando por las redes sociales, los medios de comunicación, los programas educativos, la política y las legislaciones que están empeñadas en ir en contra de los principios fundamentales de la vida, de la familia, de la sana sexualidad. Una sociedad firme en valores se tiene que traducir en una sociedad justa y con un sano desarrollo económico, que dé oportunidades a todos, que luche por un orden libre de violencia, con autoridades con auténtico espíritu de servicio y donde se respeten las libertades fundamentales del hombre y sus derechos naturales.
Este cáncer del relativismo, de que cada quien y cada cual tiene su verdad, se presta a toda clase de abusos, y en un contrasentido inexplicable se vuelve en una tiranía contra los valores fundamentales, que en ocasiones son puestos a juicio por las mismas leyes, como en los casos donde se pretende obligar al personal médico a practicar abortos contra su conciencia, o leyes de género que permiten muchas cosas, pero quieren prohibir que los que no están de acuerdo con ciertas prácticas se expresen con toda libertad.
Se requiere hacer primero una pausa para analizar esta corriente de pensamiento relativista que nos abruma y en cierto sentido nos ha penetrado a todos en mayor o menor grado, y una vez evaluado tomar acciones para influir en un sentido positivo y tratar de que la sociedad retome un camino más luminoso, no queriendo monopolizar la verdad, pero sabiendo que esta existe y por lo tanto es un deber buscarla con toda la inteligencia, voluntad y también corazón para aportar lo que podamos.
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