Estamos inmersos en una crisis y se escuchan muchas voces llenas de angustia, de incertidumbre, de frustración y de odio; y también afortunadamente algunas propuestas prácticas y mensajes de esperanza.
Una de las peores crisis que México sufrió fue cuando, instalados los primeros gobiernos revolucionarios, quisieron suprimir la libertad religiosa para imponer una sola forma de pensamiento. Bajo esa situación dramática surgió un gran líder que unió el pensamiento con la acción, cuyas ideas me parecen tan actuales, que es muy bueno recordarlas.
Anacleto González Flores no solamente fue un luchador social, sino ante todo un humanista. No solamente había leído a los clásicos, sino a todos los filósofos, novelistas y sociólogos de su época: católicos, ateos, socialistas o indiferentes. Todo lo humano le apasionaba y él mismo fue formulando una serie de pensamientos sobre los grandes temas que han apasionado a la humanidad; por ello, no podía faltar en su ideario el tema de la libertad.
Aclaremos que su pensamiento se desarrolla en medio de una inestabilidad política y de persecución a la Iglesia y la mayoría de los mexicanos por su fe; por lo tanto, tenían como finalidad afianzar los valores trascendentales en la población, para que abrazaran la lucha pacífica por la libertad con una convicción profunda y no tan sólo por conveniencia personal o por razones sociales o políticas.
Detengámonos en algunas de sus afirmaciones:
“La libertad considerada como poder psicológico, como fuerza efectiva, como libre albedrío, es intangible, no puede padecer ni caer jamás; pero considerada como cristalización de la justicia y del derecho en nosotros mismos y en las relaciones sociales y políticas, es casi siempre obra de la prueba”.(1)
Anacleto habla de la libertad como un concepto esencial que existe y es imposible destruir como tal, pero que a la hora de llevarla a la práctica va a enfrentar toda una serie de obstáculos, por lo que, para hacerla efectiva, todos los hombres deberán enfrentar una prueba:
“La prueba es elemento providencial que nos revela nuestra pequeñez, nos da a conocer lo que verdaderamente podemos y valemos, y nos empuja hacia la altura que dignifica y engrandece, o nos precipita ruidosamente en el abismo en que se hallan los rebajamientos. La prueba y la libertad tienen estrechísima relación, de tal manera que caer ante la prueba es caer en la esclavitud. Crecer, agigantarse, erguirse serenamente ante ella, pasar sobre ella llevando el estandarte de la victoria, es ser libre de hecho, libre de verdad y no de nombre solamente”.(2)
Y es que casi todos defendemos los valores, mientras que no todos los vivimos, sobre todo cuando el hacerlo implica el riesgo de perder algo, ya sea en bienes, en status social, en daños físicos o en pérdida de la misma libertad. Además, Anacleto considera la libertad como esencial para las auténticas relaciones humanas.
“La libertad, considerada en las relaciones que hay entre los hombres, es medio indispensable para que los corazones se pongan, para que las almas se encuentren y para que de este modo haya una efusión, un derramamiento de ideas y de afectos que despierten por todas partes el ansia de unirse estrechamente al bien, de practicarlo con apasionamiento desbordante”.(3)
“La libertad considerada como amplitud de acción desde el punto de vista de las relaciones entre los hombres, consiste en que nadie es obstáculo para que las energías humanas se desenvuelvan, se desarrollen y alcancen su grado máximo de perfección”.(4)
Anacleto tenía una gran confianza en el hombre, en que usando responsablemente su libertad podía generar acciones que lo beneficiarían enormemente en lo individual, pero también a la sociedad.
Muchos en ese tiempo concebían que el único camino para llegar a la justicia era el socialismo; sin embargo, Anacleto estaba seguro de lo contrario, porque un sistema basado en el ateísmo no podría conducir al hombre a su plenitud. Por ello, se refería a la acción del hombre “(…) alentada y sostenida por el amor a Dios, a la justicia, y a la libertad buscará a lo largo de su peregrinación dolorosa y difícil un sistema que conozca las verdaderas aspiraciones de los pueblos”.
En otro artículo completaba su idea diciendo que: “El amor al bien debe ser la aspiración suprema de los hombres y de los pueblos, ya que la naturaleza humana sólo puede encontrar el reposo de sus ansias en la posesión del bien en su aspecto religioso y moral… Si luego fijamos la mirada en los tiempos del cristianismo intenso y fuerte, hallaremos realizada magníficamente la obra de la libertad, sin ruido, sin sangre, sin revoluciones”.
Así, la plenitud de la libertad para Anacleto se encuentra en el amor a la verdad proyectada en el espíritu del cristianismo, que llevaría al hombre a encontrar un sistema en el que en verdad se produjera la auténtica justicia social y cuyos principios él encontraba en la doctrina social de la Iglesia.
NOTAS:
1) Anacleto González Flores. “La libertad y la prueba”. En La Palabra (11 de agosto de 1918)
2) Ídem
3) Anacleto González Flores. “La libertad y el bien”. En La Palabra (2 de marzo de 19191)
4) Anacleto González Flores. “La cuestión de la libertad”. En La Palabra (23 de febrero de 1919)
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