El padre Miguel Agustín partió a la capital, donde realizó muchas obras de caridad y espirituales, pues se las ingeniaba para salir disfrazado y así desafiaba a las autoridades que habían prohibido hasta las misas en casas.
Las injusticias han existido desde el principio de la historia, en todos los lugares y en todas las circunstancias, sin embargo hay épocas en donde la injusticia se hace más presente, generalmente porque hay gobiernos que actúan buscando imponer formas de gobernar muy autoritarias, generalmente presididos por jefes de estado que por ideologías o por conductas muy personales consideran que todas las acciones para realizar sus objetivos son válidas aunque muchas veces vayan contras la justicia y los principios humanos más elementales como el respeto a las personas y a la libertad. Una época así se vivió bajo la presidencia del general Plutarco Elías Calles, un personaje que consideró que la Iglesia católica era una institución que debería ser sometida al control gubernamental, y de ser viable eliminada, pues para él era un posible contrapeso para su forma revolucionaria de considerar al país.
Miguel pertenecía a una familia como tantas de nuestro México durante el porfiriato, alejada de la política, trabajadora, honrada, profundamente respetuosa de las tradiciones y muy religiosa. Su padre era una persona de convicciones religiosas profundas, su madre también era una católica ilustrada dedicada al hogar, pero también a obras de caridad.
José Ramón Miguel Agustín nació el 13 de enero de 1891 en Guadalupe Zacatecas y el 16 del mismo mes fue bautizado. Desde niño tuvo un carácter festivo, fue un niño bastante travieso y luego un joven con gran facilidad de entretener y divertir a los demás que le duraría toda la vida y no pocas veces le causaría dificultades. Tuvo una novia que no precisamente compartía las ideas tradicionales y religiosas de la familia Pro, en el interior de Miguel había una profunda crisis entre lo que le pedía su madre y su novia. Un día fue invitado a un retiro que lo impactó muy profundamente, fue ahí que vislumbró que su camino no estaba en el matrimonio sino en la vocación religiosa
Después de no pocas dificultades ingresó al seminario, no todo fue color de rosa y en un momento Miguel mismo empezó a sufrir una crisis dudando si esa era su verdadera vocación, pero con la ayuda de un sacerdote se consolidó su decisión, se fue a estudiar a Bélgica donde fue ordenado. Por fin se fijó la fecha para el 19 de julio de 1925 para recibir el subdiaconado, el 25 el diaconado y el 30 de agosto el anhelado presbiterado.
Miguel sufrió muchos problemas de salud y fue enviado a México. El padre Pro llega a México en medio de la confusión y del temor de todos los mexicanos que eran fieles a sus tradiciones más queridas, sin embargo los agentes aduanales en Veracruz no prestaron atención ni pusieron ninguna objeción a la entrada del padre Miguel Agustín y partió para la capital dónde realizó muchas obras de caridad y espirituales, se las ingeniaba para salir disfrazado y así desafiaba a las autoridades que habían prohibido hasta las misas en casas particulares.
La sombra de la tragedia
Un grupo de jóvenes había determinado que no había más remedio para frenar la política represiva de Calles y Obregón que asesinar a este último que todos sabían regresaría a la presidencia burlándose del famoso principio de la no reelección.
La tarde del domingo 13 de noviembre de 1927 pidieron a Roberto Pro que les prestara su automóvil Essex que normalmente se usaba para labores de propaganda católica, sin especificarle para que lo querían. Provistos de pistolas y bombas caseras se dirigieron a la estación de ferrocarriles con la esperanza de hallar una ocasión de atacarlo, ya que estaba anunciada su llegada a la ciudad. No fue posible hacer nada en ese momento, pero averiguaron la ruta y emparejaron al Cadillac de Obregón en Chapultepec, arrojaron las bombas y dispararon pensando que habían matado a Obregón, que sólo recibió leves heridas, en la persecución apresaron a Nahún Ruiz y Juan Tirado.
Ese mismo día el padre Pro había ido a celebrar misa a la casa de la Sra. Belaunzaran de García, después de fue a casa de la Sra. Montes de Oca a escuchar confesiones y al mediodía regresó a la casa de su papá en la calle de Pánuco. Después de la comida sus hermanos muy quitados de la pena salieron a comprar unas paletas. Después Humberto sale y se entera del atentado, pero no se preocupa pues ignora todos los detalles. Hasta ese momento no hay ningún signo de preocupación en la familia, pero al regresar Humberto compra el Universal Gráfico, y es entonces cuando le da un salto el corazón al saber que había sido utilizado un Essex. Aunque el coche estaba a nombre de otra persona pronto los Pro intuyeron el peligro y buscaron a su confesor. Determinan los hermanos que saldrán para las montañas incluyendo al padre Pro.
El miércoles 16 transcurrió con calma, el padre recibió en su escondite a varias personas que buscaban consuelo espiritual. La señora Valdés que hospedaba al padre dice que su alma era la de un santo, lleno de paz y alegría y se transformaba contagiando un misticismo a la hora de celebrar la misa.
No se sabe porque motivo los hermanos pospusieron su salida a las montañas, pero eso fue lo que los perdió. Vigilada la casa de la Sra. Valdés desde el 17, la madrugada del 18 se escucharon ruidos y se alarmaron, al levantarse se encontraron rodeados de soldados armados. La señora dice que de milagro no la mataron, se despertaron los Pro y al darse cuenta de la situación el padre dijo a sus hermanos: “Arrepiéntanse de sus pecados como si estuvieran en la presencia de Dios”, y con una voz entera pronunció la absolución sacramental, después les dijo: “Desde ahora vamos ofreciendo nuestras vidas por la religión en México y hagámoslo los tres juntos para que Dios acepte nuestro sacrificio”.
Entonces le gritaron a la señora Valdés: “¿Sabía que escondía en su casa a los dinamiteros? Y ella les respondió con valentía; “Lo que yo sé es que ocultaba a un santo”. Basáil quien dirigía la operación dijo al padre que llevara un abrigo, el padre respondió que no tenía porque se lo regaló a un pobre, entonces la señora Valdés le regaló un sarape. Al llegar a la prisión se encontró con el obrero Juan Tirado, que temblaba de frío y había sido horriblemente atormentado, el padre le regaló la cobija que Tirado llevaría finalmente hasta su fusilamiento.
Llegaron a la inspección de policía, ahí les mostraron el Essex. Ellos dicen que nada tienen que ver con el atentado y son llevados a los sótanos, no fueron tratados tan mal como otros prisioneros.
Durante los cuatro días de su cautiverio se dedicó a rezar, a cantar e invitó a otros presos a rezar el rosario, hablaba de que había que estar felices por sufrir algo por Jesucristo. La última noche durmió en el suelo pues prestó su colchoneta a otro prisionero. Nunca perdió la confianza en Dios pues estaba totalmente tranquilo en su conciencia y sabía que sus hermanos también eran totalmente inocentes.
El padre Pro fue presentado ante los reporteros y dijo: “Señores, juro ante Dios que soy inocente de lo que me acusan. No he tomado ninguna participación…”. El General Roberto Cruz lo interrumpe violentamente y dice a los reporteros. Retírense ya y digan que ha reconocido su culpa. Además, el general Cruz mintió a los reporteros diciendo que Roberto había sido el chofer del auto. Los diputados obregonistas se dieron el lujo de invitar a sus amigos al espectáculo del injusto sacrificio, y no estamos hablando de las épocas del circo romano.
En un acto de crueldad inusitado, y como si estuviéramos en un país sin leyes, sin juicio alguno, se determina fusilarlos. Cuando al padre Pro se le ordenó salir y que se pusiera el saco no sabía que iba a ser conducido ante un pelotón de fusilamiento. El agente Quintana se le acercó y en voz baja le pidió perdón, El padre le dijo “¡No sólo lo perdono sino le doy las gracias!”. El Mayor Manuel Torres lo llama por su nombre y le pregunta si quiere algo, el padre responde con toda solemnidad: “Que me permitan rezar” Se arrodilla, saca un pequeño crucifijo y se pode de pie después de unos minutos. Se levanta y con gran serenidad abre los brazos en forma de Cruz, cierra los ojos y espera la mortal descarga, solemnemente seguía rezando hasta ese momento, se acercan y le dan el tiro de gracia. Siguió la muerte de Luis Segura Vilchis, se inclinó respetuosamente ante el cuerpo del mártir que él sabía totalmente inocente, le siguieron en el camino de la muerte Humberto Pro y Juan Tirado. Nadie sabe con exactitud porque Roberto no fue sacrificado.
La noticia corrió como pólvora. Ana María la hermana llegó y vio sobre la plancha los cadáveres de sus hermanos. Don Miguel llegó más tarde. Preguntó por sus hijos y fue a consolar a Ana María que lloraba profusamente, el anciano se acercó serenamente y besó la frente de sus hijos y le dijo a Ana María: ¿Hija mía, no hay motivo para llorar! Esa era la fe en la vida eterna que tenían aquellos padres de familia.
Pese a las advertencias del gobierno acudió una multitud de todas clases sociales a ver a los hermanos mártires, pronto todos en el gobierno empezaron a buscar formas para justificar semejante atropello.
El domingo 25 de septiembre de 1988 Miguel Agustín Pro fue beatificado por el Papa Juan Pablo II por sus virtudes y por haber dado su vida por lo que amaba, lo hicieron llegar hasta el altar para ser ejemplo a seguir. Sus restos descansan en el templo de la Sagrada Familia en la colonia Roma.
Los mexicanos hemos sido injustos con muchos de nuestros personajes de nuestra historia, el padre Pro es uno de ellos, pero la injusticia no es solo del gobierno y de su historia oficial, sino de los mexicanos que hemos olvidado que la libertad de la que gozamos fue comprada con la sangre de muchos mártires. Ojalá enseñemos a nuestros hijos a apreciar esta libertad conseguida, pues siempre que se persigue la fe religiosa después se acaba persiguiendo todas las libertades.
Podría ser una buena alternativa acudir algún domingo a la Sagrada Familia y rendir tributo al padre Miguel Agustín Pro.
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