Hoy se plantea la sexualidad como un derecho, prácticamente sin ninguna restricción, excepto porque sea llevados a cabo con plena libertad y responsabilidad.
El tema del sexo tan escondido en otras épocas es hoy en día tan abierto que se trata en todos los ámbitos de las relaciones humanas, no se considera ya un tema para tratar en lo individual, o en ciertos círculos especializados, o que sea materia de educación, o de relaciones que están directamente ligadas con la reproducción, o una cuestión de moral y fruto del amor y del matrimonio.
Hoy el tema está abierto a todos los campos, a todos los medios, a todas las edades y en todos los círculos; y si en cierto tiempo el sexo era considerado por muchos un tema tabú, hoy podríamos decir que es un tema sobreexpuesto e inclusive sobreexplotado en los ámbitos no solamente comerciales, o de los medios de comunicación, sino hasta políticos.
Para una óptica moderna muy generalizada, se dice que esta nueva forma de tratar el tema de la sexualidad es fruto de una sociedad más libre, con mayor criterio y con mucho mayor conocimiento, que lleva a las personas a una mayor realización de su propia personalidad y a una mayor felicidad.
El tema desde luego es amplio, y no es una cuestión que sea un tema meramente personal, porque su enfoque conduce a la modificación de las conductas no solamente individuales, sino que trae consigo diferentes efectos relacionados con las conductas que se reflejan muchas veces en situaciones emocionales o de salud que llegan a afectar seriamente a una comunidad.
Algunos han llamado a la situación una revolución sexual, que implica cuestiones educativas, legales, de salud, de embarazos no deseados e inclusive de conflictos que muchas veces terminan en violencia. La situación es tan abierta que se llega a cuestionar hasta la misma esencia del sexo, que parte de la idea de ser hombre y mujer.
En una extraña mezcla de términos como libertad, realización, responsabilidad, derechos, condicionamientos, cultura y moral, el uso y abuso del sexo, en lugar de darle la valorización que merece tener, es ya algo tratado con tanta superficialidad que más que revolución sexual podríamos hablar hoy de una devaluación sexual.
La sexualidad es parte de la esencia del hombre, de su naturaleza misma, ligado a su existencia, pues de esa relación hombre mujer es de donde nace la misma vida y es la única manera de conservar la especie.
En los conceptos más tradicionales se relaciona la sexualidad con el amor, el matrimonio y la generación de la vida, con un sentido de entrega plena de una persona a la otra no solamente física, sino en la totalidad del ser. Desde luego siempre ha existido la parte negativa en la que el sexo se relaciona simplemente con la pasión y el gozo personal, e inclusive con el comercio y la violencia.
Hoy se plantea la sexualidad como un derecho, prácticamente sin ninguna restricción, excepto porque sea llevados a cabo con plena libertad y responsabilidad, ligando este concepto de responsabilidad al hecho de utilizar algún método como los condones para evitar embarazos no deseados y alguna enfermedad de orden sexual. Esto además se promueve de forma constante en los medios de comunicación en mensajes continuos durante todo el día, de tal manera que parece que hay una necesidad incontrolable de las relaciones sexuales, a tal grado que en la práctica se ve con toda naturalidad que apenas se inicia una relación hombre mujer, se vea como algo muy común tener relaciones sexuales, inclusive totalmente casuales, muchas veces influenciadas por la ingesta de alcohol y otras drogas durante fiestas o reuniones, de tal manera que la relación sexual tiene ya muy poca trascendencia como una relación permanente o profundamente afectiva.
Pero la pregunta que se debería fórmular es si esta manera de manejar el sexo, supuestamente informada ha hecho a esta sociedad más responsable, feliz y libre. Hay muchos datos que parecen negarlo, algunos tan evidentes como que los embarazos no deseados han aumentado, los divorcios entre los matrimonios que vivieron previamente sin casarse con muy altos, y los múltiples problemas que tiene los jóvenes para tener una relación estable.
Tal vez ha llegado el tiempo de retomar algunos de los valores tradicionales con los que se planteaba el sexo, complementado con mucha de la información moderna, porque aun desde el punto de vista científico y objetivo habría que enseñar a los jóvenes que el único 100% efectivo de evitar las enfermedades de contagio sexual y los embarazos no deseados es la continencia.
Pero habría que ir más al grano, hablar con profundidad y enfrentar con valor a las corrientes de la permisividad y el relativismo, y recordar que lo plenamente humano requiere de esfuerzo y de formación de la voluntad para alcanzar la verdadera libertad y dentro de lo posible la felicidad estable y duradera.
Debemos los que así lo pensamos exponer que los valores cristianos no son solamente una cuestión de religión y de fe, sino que contienen principios fundamentales del orden específicamente humano, ligados a la naturaleza del hombre, por ello, debemos proponerlos como principios de orden social independientemente de profesar o no esa religión. Así como los sociólogos, filósofos, comunicadores o políticos exponen con apertura sus ideas de lo que para ellos deben ser las normas sociales, y lo hacen sintiendo que gozan de una autoridad plena para decirlo, así también los cristianos debemos ser muy claros al hablar sobre estos temas y dejar en libertad que cada uno escoja el camino que quiere seguir, pero sabiendo que hay más alternativas a las que ahora se presentan como dogmas de la modernidad.
Por eso me parece muy oportuno presentar algunos conceptos del papa Francisco al respecto tomadas de la Amoris Laetita:
“Los cristianos no podemos renunciar a proponer el matrimonio con el fin de no contradecir la sensibilidad actual, para estar a la moda, o por sentimientos de inferioridad frente al descalabro moral y humano. Estaríamos privando al mundo de los valores que podemos y debemos aportar. Es verdad que no tiene sentido quedarnos en una denuncia retórica de los males actuales, como si con eso pudiéramos cambiar algo. Tampoco sirve pretender imponer normas por la fuerza de la autoridad. Nos cabe un esfuerzo más responsable y generoso, que consiste en presentar las razones y las motivaciones para optar por el matrimonio y la familia, de manera que las personas estén mejor dispuestas a responder a la gracia que Dios les ofrece…Me refiero, por ejemplo, a la velocidad con la que las personas pasan de una relación afectiva a otra. Creen que el amor, como en las redes sociales, se puede conectar o desconectar a gusto del consumidor e incluso bloquear rápidamente. Pienso también en el temor que despierta la perspectiva de un compromiso permanente, en la obsesión por el tiempo libre, en las relaciones que miden costos y beneficios y se mantienen únicamente si son un medio para remediar la soledad, para tener protección o para recibir algún servicio. Se traslada a las relaciones afectivas lo que sucede con los objetos y el medio ambiente: todo es descartable, cada uno usa y tira, gasta y rompe, aprovecha y estruja mientras sirva. Después, ¡adiós! El narcisismo vuelve a las personas incapaces de mirar más allá de sí mismas, de sus deseos y necesidades. Pero quien utiliza a los demás tarde o temprano termina siendo utilizado, manipulado y abandonado con la misma lógica. Llama la atención que las rupturas se dan muchas veces en adultos mayores que buscan una especie de «autonomía», y rechazan el ideal de envejecer juntos cuidándose y sosteniéndose. El sexo es un valor que va ligado a la trascendencia del ser humano y no solo al placer o al sentirme bien, por eso hay que revalorizar la manera como se presenta y recordar que su mejor expresión y la más genuina es la que va unida a la entrega no solamente del cuerpo, sino de la totalidad de las personas, cosa que solo se puede logar bajo la perspectiva de una unión permanente.
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