De la Conquista recibimos también una gran herencia sobre los valores familiares y de respeto a la vida, con el tiempo también los hemos ido perdiendo en el camino.
Este mes festejaremos un año más de nuestra Independencia, y quisiéramos que fuera una celebración verdaderamente festiva no solamente llena de colorido exterior, sino de una alegría profunda en las almas de todos los ciudadanos de nuestro país.
Sin embargo, la situación real por la que atravesamos no parece la mejor para estar de fiesta, no solamente porque la situación económica de nuestra nación no es precisamente para presumir, ya que hay un número enorme de ciudadanos que viven en la pobreza, sino porque estamos inmersos en una ola de violencia sorprendente en una época de paz.
Desde que éramos niños hemos escuchado la historia que don Miguel Hidalgo, cura de Dolores, es el padre de la patria, ya que habiendo tomado como estandarte una imagen de la Virgen de Guadalupe encabezó una lucha del pueblo, que unido tuvo como resultado conseguir la independencia con respecto a España, esto es desde luego una narración muy alejada de la realidad histórica, pero que a base de repetirse se ha tomado como una verdad irrebatible. Lo cierto es que fue don Agustín de Iturbide quien hizo un plan y realizó las acciones necesarias para que el 27 de septiembre de 1821 se consumara la independencia, entrando en la Ciudad de México al frente del Ejército Trigarante, en un día en que la población se volcó a las calles y festejó con alegría desbordante este acontecimiento.
Estas imprecisiones históricas que se han ido transmitiendo de generación en generación parecerían a final de cuentas intrascendentes para el destino de México; sin embargo, por el enfoque ideológico que se le fueron imprimiendo con el tiempo han pesado enormemente para poder dar un enfoque claro hacia el destino y metas a las que podríamos haber llegado.
Regresando en el tiempo recordemos que antes de la llegada de los españoles, en estas tierras habitaban una serie de pueblos que se encontraban en diferentes grados de desarrollo económico y cultural, que nunca se identificaron entre sí como integrantes de una nación, antes bien entre ellos existía una enorme rivalidad y un gran celo por proteger cada uno sus territorios y su propia identidad. Además, grandes culturas habían desaparecido en forma misteriosa, como los toltecas y los mayas que para entonces habían perdido ese poder y esa grandeza que llegaron a tener.
Desde luego se destaca entre todos esos pueblos un gran y poderoso imperio, el Azteca, que predominaba en grandes regiones del territorio de lo que hoy es México, para lo cual sometía a muchos pueblos a los que cobraba tributos, y así como tenía cosas muy destacables tenía otras terriblemente inhumanas como el de los sacrificios humanos, que se llevaban a cabo continuamente, y sobre todo en las grandes festividades, como lo fue en la inauguración del Templo Mayor donde hubo grandes pérdidas de vidas humanas.
La Conquista fue una guerra como son todas las guerras, con pasajes crueles y también heroicos por todos los involucrados, en donde hay que destacar que, si bien Hernán Cortés fue el gran cerebro de esta conquista, los autores materiales fueron principalmente sus aliados indígenas, que por su número fueron clave en la batalla final, sin ellos sencillamente Cortés y su miniejército hubiera sido aplastado con todo y sus caballos, sus armaduras y sus cañones.
A partir de ese acontecimiento fue cuando realmente se empezó a construir lo que ahora es México, hubo una gran mortandad entre los locales, pero más que por las armas y el sometimiento de los conquistadores, por las enfermedades que llegaron con los europeos, ante lo cual no hubo defensa posible.
Los misioneros jugaron un papel de suma importancia, no solamente en la defensa de los indios, sino en su integración a la cultura, y se empezaron a construir las ciudades y pueblos de los que ahora estamos tan orgullosos y son nuestras grandes atracciones culturales y turísticas, así como obras de arte en la arquitectura, escultura, música y pintura.
Sumar en vez de restar debería haber sido la filosofía ideológica para construir un país con mentalidad ganadora, sumar el orgullo de lo prehispánico más lo generado con la llegada de los españoles, con una lengua que adoptamos, hablamos y enriquecimos, con una religión que hablaba de amor y perdón, que además se reflejó en obras de arte en templos majestuosos, conventos y colegios de soberbia arquitectura, aunque los hombres se hayan quedado muy por debajo de los ideales de justicia y caridad que debieron seguir.
Contrariamente se enseñó una cultura de enfrentamiento, sobrevaloración de unos y la denigración de otros, y se creó un sentimiento de inferioridad al hablar siempre de conquista, en lugar de fusión y de inicio de una nueva nación. En lugar de heredar orgullo y usar ese valor para crear una mentalidad de trabajo y de éxito, se creó una cultura de revanchismo contra la propia herencia, que derivó en una falta de respeto hacia las propias personas y de ahí parte de la corrupción que es una falta de respeto a la dignidad.
La herencia de valores proveniente de la cultura cristiana también se derrochó al poner la laicidad como un valor superior a lo que era parte de la tradición y raíz de la formación de nuestra nación, raíces que se reflejaban no solamente en un aspecto eminentemente religiosos sino cultural, ya que las fiestas más importantes en casi todos los pueblos y regiones estaban ligados a las fiestas religiosas y a los santos patronos de cada población. Esas incongruencias han resultado en una profunda división social.
Recibimos también una gran herencia sobre los valores familiares y de respeto a la vida, con el tiempo también los hemos ido perdiendo en el camino, y hoy se cuestionan sus raíces y la vida misma no se valora, y hasta se pone en riego con las leyes bárbaras que aceptan el aborto.
Es tiempo de hacer un alto, un paréntesis en esta agitada circunstancia que estamos viviendo, hacer un análisis de nuestra rica herencia, y recobrar sus valores, para con esfuerzo reiniciar la reconstrucción de una sociedad que requiere redescubrir esas raíces que le dieron origen y orgullo, desmitificar lo que ha sido enseñado para beneficio de unos cuantos y tener el valor de enfrentar a quienes pretenden seguir destruyendo esa casa edificada con el esfuerzo y sacrificio de muchas generaciones, de otra manera el futuro se vislumbra muy riesgoso.
Termino con una reflexión de Anacleto González Flores. Luchador social por la libertad en tiempos del presidente Calles que decía:
“Se sabe que es necesario reconstruir totalmente al hombre interior y exterior y que, éste, además de ser ciudadano, debe ser una verdadera unidad social y que para esto urge que las energías de la sociedad vuelvan a la causa del orden, y que el talento, la riqueza, la propiedad y el poder sean fuente rica e inagotable de luz, de justicia y de bienestar para todos. Se ha llegado a comprender que solamente así será posible contener la corriente desbordante de las revoluciones e inaugurar una verdadera era de paz en el mundo”.
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