Vivimos en un tiempo de mucho estrés y de un activismo intenso donde las noticias nos agobian mediante un bombardeo incesante y en gran parte ocupan nuestro pensamiento, y como en general no son buenas noticias nos generan desaliento, si a esto le agregamos nuestros problemas personales que pueden ser de muy diversa índole y magnitud, más una presión que se nos ha inducido por ser siempre los más exitosos, por lograr resultados que nos conduzcan a obtener bienes materiales, prestigio y reconocimiento, podemos pensar que no hay ya tiempo ni espacio para ninguna otra cosa más que trabajar por estos objetivos a costa de lo que sea.
Por todo lo anterior hablar de tradiciones en este contexto parecería una cuestión totalmente absurda, sin embargo, si el contexto anterior nos hace personas totalmente lineales, conocer, recordar y vivir ciertas tradiciones le da volumen a nuestro espíritu y por lo tanto nuestra persona se enriquece con valores que superan ampliamente los éxitos solamente materiales que podamos conseguir mediante unas actividades febriles que acaban en algún momento por vaciarnos en lugar de llenarnos.
Las tradiciones en los diferentes pueblos y en las diferentes culturas son en general de orígenes religiosos, normalmente provienen de mucho tiempo atrás y se fueron generando con la participación popular basados en los conceptos y las creencias sobre la vida en unas sociedades que tenían tal vez pese a su escasez de recursos más tiempo para disertar sobre lo trascendente.
Este miércoles hemos iniciado con una tradición que antaño era prácticamente vivida por toda la población, y hoy, aunque muy disminuida sigue siendo practicada por muchos, es el llamado miércoles de ceniza con el cual se abre la llamada cuaresma que es un tiempo que hace un llamado para hacer una pausa y reflexionar, para los católicos tiene un sentido muy concreto y es un tiempo de reflexión y preparación para recordar debidamente en la Semana Santa la pasión, muerte y resurrección de Jesús, pero para los no creyentes podría ser también una gran oportunidad para hacer un alto y darse tiempo para meditar sobre su propia vida, la trascendencia de la misma, y si con los objetivos que están persiguiendo y la forma como lo están haciendo en verdad les está produciendo una satisfacción plena y si así encontrarán la felicidad.
Las tradiciones son la riqueza acumulada de la experiencia de vida de millones de personas que han vivido en el pasado, por lo tanto son de una riqueza invaluable, y aprendiendo a apreciarla nos permite adueñarnos de esa riqueza y elevar nuestro espíritu de lo pragmático a lo trascendental, tal como sucede con todas las otras manifestaciones culturales y artísticas.
Decía Anacleto González Flores que; “En los tiempos actuales son muchos los que reducen el problema de la civilización de los pueblos a una cuestión de mejoramiento material; no niegan que hay necesidad de un avance impetuoso en el orden intelectual, pero juzgan que esto debe ser solamente un medio para transformar la materia en un grado en que pueda proporcionar al hombre un bienestar completo. Enseñan también que el elemento moral debe ser llevado a los museos para que reciba el homenaje de las generaciones de ahora, ya que en los tiempos pasados fue un instrumento para intimidar a los cobardes y sólo pudo conquistar el menosprecio de los fuertes; pero a pesar de los adelantos de este siglo la verdadera civilización ha consistido, consiste y consistirá siempre en el desarrollo armónico de la parte material, la intelectual y la moral del género humano”.
Aprovechando esta oportunidad que nos brinda este tiempo llamado de cuaresma sería una buena oportunidad para tomarnos un tiempo de reflexión sobre nuestra propia vida y dentro de lo posible invitar a nuestros amigos y familiares a hacer esta pausa que mucho ayudaría a priorizar lo que es verdaderamente importante no solamente para nosotros, sino también para los demás, y nos mueva a crecer como personas, y este crecimiento a su vez nos impulse a trabajar no solamente por nuestro bien, sino por el bien común.
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